jueves, 3 de marzo de 2011

Cine en espacios mínimos

El pasado domingo presentó los Oscar James Franco, que estaba nominado por 127 horas.
Ese mismo viernes, Manuela Vellés estrenó Secuestrados.
Dos semanas antes, Buried ganó 3 premios Goya.
Y al día siguiente de los Goya, Álex de la Iglesia volvía a incorporarse al rodaje de La chispa de la vida.
Ryan Reynolds en el sitio más pequeño en el que se puede rodar una película, aunque quién sabe, tal vez algún día se ruede una en un bote de Fanta.
¿Tienen estos cuatro inconexos hechos un hilo conductor? Sí. Las cuatro películas mencionadas tienen lugar en espacios muy chicos. 127 horas tiene lugar en una grieta rocosa, Secuestrados en la planta baja de una casa, Buried en una tumba y en La chispa de la vida parece ser que un personaje casi no sale de un coche. En esos sitios tú no puedes meter un travelling, una cámara, un equipo de sonido y un productor entrado en carnes. Las películas que se desarrollan en espacios reducidos están más de moda que las series para adolescentes en las que sale Mario Casas.
Pero no pensemos que esto es nuevo. Encerrar el espectador en un sitio pequeñito es una garantía, si no de terror, sí de agobio, tensión e inquietud. Y esto se ha hecho en el cine mucho antes que éste existiera. Bueno no, tanto no. Qué gilipollez.
  • Capitanes intrépidos (1937). Victor Fleming pasó de grandes exteriores y decorados en una época en la que la grandes producciones empezaban a estar al orden del día. Freddy Bartholomew y Spencer Tracy se pasaban media película en una barca. Luego hay muchas películas con barcas, pero vamos, que en Titanic había más espacio. Podríamos mencionar otra vez a Spencer Tracy en otra barca en El viejo y el mar (1958) o a Gregory Peck en Moby Dick (1956).
  • Alfred Hitchcock rodó varias películas en espacios mínimos: Náufragos (1944) en un bote salvavidas, La soga (1948) en un apartamento y La ventana indiscreta (1954) sin salir prácticamente de la habitación de James Stewart
James Stewart en "La ventana indiscreta": un hombre, una butaca, una ventana, una obra maestra.
  • Doce hombres sin piedad (1957). La alucinante ópera prima de Sidney Lumet (alucinante que sea una ópera prima) se desarrollaba en la sala en la que se reunía ese jurado al que se enfrentaba Henry Fonda. Sidney Lumet también rodó en 1974 sin salir de un tren: en Asesinato en el Orient Express.
  • La huella (1972) de Joseph Leo Mankiewicz es otro canto a la economía, no sólo de espacio (la casa de Laurence Olivier) sino de personajes (solos Olivier y Michael Caine).
  • La cabina (también de 1972), la obra cumbre de Antonio Mercero, mucho mejor que Verano azul, dónde va a parar. Hasta que llegó Buried, era el sitio más pequeño en el que se puede desarrollar una película (para televisión): una cabina de teléfonos. ¡Y con José Luis López Vázquez como personaje trágico!
  • La trampa del mal (2010). En esta película, escrita y producida pero no dirigida por M. Night Shyamalan, prácticamente no se sale de un ascensor.
  • Y ya llegaríamos a las que citábamos al principio de este post: Buried en un ataúd (sin duda la mejor de esta última tanda), 127 horas en una grieta (pero aquí Danny Boyle no se atreve a quedarse en la grieta y hace un despliegue de absurdos videoclips de sueños, alucinaciones y flashbacks: absolutamente decepcionante) y Secuestrados, en un apartamento en el que Miguel Ángel Vivas secuestra a la familia y al espectador.

Podríamos añadir El ángel exterminador, Habitación en Roma, 20.000 leguas de viaje submarino, Avatar  (huy no, Avatar no)… Porque si hay talento, no hacen falta grandes espacios para hacer grandes películas. Y cuando están bien hechas, el espectador siente que el cine también se hace pequeño, y quiere salir de él.