viernes, 25 de junio de 2010

Chicago en la Gran Vía

El otro día fui a ver Chicago, el musical, porque el teatro en el que se representa en Madrid está muy cerca de mi casa y habían puesto el cartel de “últimas semanas” y entonces me entró el agobio y saqué entradas. Y eso que lleva en cartel desde noviembre de 2009, a mí es que eso de “últimas semanas” me pone supernervioso. A mí me pone uno de estos artistas callejeros que se disfrazan de estatua un cartel de “últimas semanas” y yo creo que le doy 100 euros.
El caso es que quería ver Chicago. Porque adoro a Bob Fosse, porque la película de Rob Marshall me entusiasmó, porque me aprendí la banda sonora, porque en 1999 no pude ver una versión de Angels Gonyalons, Mar Regueras y Recard Reguant (me dijeron que no me perdí gran cosa), y porque domino a la perfección todas las coreografías de Velma Kelly excepto la del número de las presas y las sillas porque son demasiadas y no doy abasto para bailar como las cinco  a la vez.
No sé si habéis visto Chicago, la película. Cómo lo voy a saber. Si no, bajáosla de videoclub, con ella no vale eso de “a mí es que no me gustan los musicales”. Chicago no es de “esos” musicales (que personalmente también me gustan), así como tampoco lo era Moulin Rouge! En Chicago, la película, los números musicales se combinan con la vida real de una manera inteligente y prodigiosa, con unas transformaciones y transiciones sutiles y justificadísimas. O sea, que los personajes no se ponen a cantar y a bailar de pronto. No sucede eso de: “¿Sabéis una cosa? Os lo diré cantando. Charan-charan-charan: Con un pooooco de azuuúcar esa píldora, sabrá…” Da gusto cómo entran los números musicales de Chicago. Y cómo, en cada número, la trama avanza.
El "Chicago" de Rob Marshall.
No creo que Richard Gere y Renée Zellweger hagan mejores papeles que en Chicago. Dudo que Catherine Zeta Jones gane muchos más Oscars. Y eso seguro, ningún otro título ostentará el honor de recibir el Oscar a la mejor película de manos de Kirk y Michael Douglas escuchando las dos míticas frases que separan dos épocas: “And the Oscar goes to…” y “And the winner is…”
Otro de los motivos por los que quería ver Chicago el musical es que el reparto es muy parecido al que representó Cabaret hará cinco años, aunque faltaban Asier Etxeandía o Armando Pita, los dos pedazos de actores que se repartieron el papel de Maestro de ceremonias. Y esa versión, con Natalia Millán y Manuel Bandera, me convenció totalmente. Sí: soy un fácil. En Chicago también salen Manuel Bandera y Natalia Millán. Pero de repente el día que voy yo el papel de Natalia Millán lo hace Vanesa Bravo. Vaya. Se conoce que ese día Natalia descansaba o que había quedado. Vanesa Bravo hace de Velma Kelly (Catherine Zeta Jones para los que conozcáis la película) y Marcela Paoli de Roxy Hart (Renée Zellweger). Manuel Bandera hace de Richard Gere, claro, no va a hacer de Catherine o de Renée. Marcela Paoli es argentina, pero en la obra no pone acento argentino, pero a veces sí que se le escapa, y entonces queda muy raro. Tiene vis cómica, pero esa vis cómica a veces se le dispara a los registros de Lina Morgan, que no digo que sea malo, no, no lo digo pero lo pienso. El papel de Mama Morton, que en la obra de Bob Fosse y en la película lo debería hacer una negraza de Chicago, aquí lo interpreta Linda Mirabal, y no lo hace mal, pero con ella cambiamos el aire de Chicago por un tono caribeño, más cercano según mi chica a Carmen Miranda. Los números musicales están conseguidos, cierto es ello, y el hecho de ver a la orquesta como elemento principal del decorado (como en el montaje de Cabaret), me gusta. La traducción de las canciones al castellano, delicado asunto, está bien resuelta. Y los bailarines, aunque ellos parecen sacados de un programa de José Luis Moreno y ellas de un anuncio de productos adelgazantes con un “antes” y un “después”, cumplen de sobra su papel. Si tuviera que hacer una valoración más profesional y técnica de la labor de los bailarines, se resumiría en la frase: “Caramba, qué buena está la que hace de húngara”.
El trío protagonista de "Chicago" el musical.
Pero… ay. Además, a Chicago le falta algo. Con Chicago no me basta con que se cumpla con la hoja de servicios. Porque el musical original es muy grande, y yo salgo de su versión española con la sensación de que me ha faltado algo para salir encantado, no simplemente satisfecho. Ese algo es un punto de clase, de buen gusto, de excelencia. Lo tenía Cabaret, lo tenían por supuesto El fantasma de la ópera o Los miserables, pero no lo tiene, por ejemplo, Spamalot. Ese punto es el que distingue a las obras que recomiendas encarecidamente de las que simplemente dices… “bueno, si consigues entradas baratas puedes ir…” (pero ojo con la promoción de Movistar, te puedes meter en uno de estos eternos pleitos por los mini-timos de las telefónicas, con esas ofertas que de repente no funcionan y nadie se hace responsable).
Ah: y un aviso para las señoras de mediana edad que van a musicales y al teatro en general y aprovechan para dialogar mientras se desarrolla la acción: eso no se hace, hombre. Y otra cosa: cuando antes de empezar las obras una voz dice: “les recordamos que desconecten sus teléfonos móviles”, se refieren a que desconectemos los teléfonos móviles, o sea, que no es una frase con doble sentido o un mensaje en clave o algo así. Yo lo digo por si alguien que no sabe esto lee mi blog, y así lo convertimos en algo verdaderamente útil, demontre.
Por cierto, Chicago se ha estado representando en el Teatro Coliseum, el antiguo Cine Coliseum, ubicado con soltura en la Gran Vía de Madrid. En la Gran Vía de Madrid hace unos años había 13 cines y ahora hay sólo 4, como ya os conté en este blog con una tristeza y una melancolía de las que van quedando pocas en este país rencoroso donde nos miramos mal por la calle y sospechamos de la sexualidad de nuestros congéneres. Huy, releo esta última frase y veo que no viene a cuento. Disculpadme. Por lo menos, algunos de esos cines que han desaparecido se han reconvertido en teatros, y en tres de ellos se suelen representar musicales. Algo es algo.
Hace unos días vi un corto de Juana Macías, y una de las historias que lo componen tiene lugar en la puerta del Teatro Coliseum, bajo el cartel de Chicago. Es que este año la Gran Vía de Madrid cumple 100 años, y la pasada semana, uno de sus cines (el Callao) exhibió cuatro cortometrajes firmados por cuatro directores: el citado Gran Vía a.m. p.m., de Juana Macías; Nuestro primer amanecer, de Chus Gutiérrez; A 400 pasos, de de Max Lemcke (el mejor) y Un siglo de vida, de Sergio Candel. Todos tienen como telón de fondo a la Gran Vía. Alguno de ellos es excelente y alguno me da un poco de vergüenza ajena y otro poco de propia. Y en uno Macarena Gómez hace un cameo como herself pero en borde, y yo soy fan de Macarena Gómez y le debo un favor bastante obeso, así que le mando desde aquí un fuerte ósculo para no repetir tan cerca las palabras “obeso” y “beso”.
Un fotograma del cortometraje "Gran Vía a.m. p.m.", de Juana Macías, en el que aparece Chicago. Yo no estoy en la puerta porque no me paso ahí todo el día, qué os creéis..

Como siempre sucede con los cortos, no sé cómo podéis hacer ahora mismo para verlos, pero cuando me entere se lo cuento a Lydia Lozano y seguro que ella os lo cuenta a vosotros.

martes, 22 de junio de 2010

Me quedo sin pelotas y me consuelo con el sexo en la tercera edad

Hacía mucho que no titulaba un post con una frase tan patética (sólo recuerdo algo parecido en una entrada que se llamaba “Festival de Eurovisión 3”), pero es que esta afirmación con la que encabezo mi diatriba de hoy es una realidad, una gran realidad, una cruda realidad. La pasada semana no fui consciente de la tragedia porque me invitaron a ver un concierto de Cosmonauta (ojo a este grupo, en breve va a dar que hablar, espero que bien) y me mantuvieron muy entretenido. Pero ayer… ay, ayer… ayer después del palizón de España a Honduras puse TVE1… y no había Pelotas. Si quería más pelotas, tendría que ver el postpartido de España (aunque J.J. Santos lo llamó “previo”).
Llevo dos años acostumbrado a ver los lunes en la Primera la serie de José Corbacho y Juan Cruz. La han retirado por baja audiencia, una audiencia baja que no se merecía. Tal vez se equivocaron al elegir el título, tal vez la gente sigue esperando otra cosa de Corbacho, tal vez a Ángel de Andrés López le pese todavía el papel de Manos a la obra… No sé por qué habrá sido, pero en España esta serie no se ha visto. La gente que empezaba a verla sí que se enganchaba, pero hubo demasiado público que ni siquiera lo intentó. Me lo dijo hace unos meses María Botto: “pero si no la ve nadie”. Y yo: “que sí, mujer, que está fenomenal, seta serie va a durar mucho”. Y ella: “ay, gracias”. Pero no la convencí, y con razón, porque ya veis que ojo tengo yo, que me gustaba El Comisario.
El equipo de “Pelotas” que se ha caído con todo el equipo.
Unos días antes de la emisión del último capítulo, David Trueba escribió una columna en la que describía Pelotas de una manera difícilmente mejorable. Yo considero a David Trueba como un tipo muy inteligente, seguramente porque piensa como yo y yo me considero a mí mismo como una de las cinco personas con gafas más clarividentes de Europa. Y contaba David que Pelotas era buena porque era realista. Ahí radica su magia. Los personajes de la serie son reales, normales, corrientes. Sus problemas son las hipotecas, las dificultades para tener un niño, lo complicado que es convivir con alguien de distinto sexo, lo mal que se pasa cuando crees que eres feliz con tu pareja y de repente se te cruza otra persona, lo malos padres que somos los padres comparados con las madres… Hay una pareja de Pelotas (el Richi y la Vane) que resumen en clave choni todas las cosas que suceden habitualmente en una pareja normal. Sin llantos, sin dramas, sin ñoñerías, sin afectados “te quiero” cada cinco minutos… Y Corbacho y Cruz se llevan esta normalidad al terreno de la comedia de una manera magistral. Y luego se han inventado personajes que en cuanto hablan te hacen reír de lo puramente normales y reconocibles que son (Flo, Mejuto). En series como El internado nadie te hace reír. En Falcon Crest nadie gastaba ni una puta broma. Y en mi vida diaria, no se en las vuestras, me encuentro con muchas personas con las que me río, bastantes más que con las que no.
Corbacho lanzó un mensaje de despedida en su Twitter tras el último capítulo de Pelotas: “Perro y melancólico… Ya es oficial por parte de TVE: Pelotas llega hoy a su fin. Fue bonito mientras duró. Muy bonito!”. No les han dejado terminar la serie ni con un final improvisado. Terminó de golpe, dejando todo en el aire. Pelotas nos ha dejado a sus seguidores en pelotas.
No soy fan de todo lo que hacen Corbacho y Cruz. Pero si cuento las cosas que he visto de ellos dos juntos, tendría que decir que me han convencido en el 75% de sus creaciones. Pelotas es una de ellas, creo que he sido clarito, hijos. Otra es un teaser falso que hicieron para Teaserland y que se llamaba My best friend’s cock. Vale, ya sé que es cortísimo, pero a mí me hizo gracia, qué pasa. En cambio, no me gustó en absoluto Cobardes, su segunda película. Se metieron en un drama social con moralinas y niños, con Lluís Homar actuando muy raro y con una trama muy previsible. Sólo se salvaba la loable decisión de hablar del bullying. ¿El restaurante de Ferrán Adrià? No, el acoso escolar. Pero no era suficiente. Y adoré Tapas, su primera película. Me pareció sencilla, amable, cómica, dramática, tierna y chachi piruli. Pelotas me parece una transposición al lenguaje televisivo del espíritu de Tapas.
Hace casi dos meses, en el Festival de Málaga, vi una película llamada La vida empieza hoy, de Laura Mañá. Me gustó. Me pareció sencilla, amable, cómica, dramática, tierna y chachi piruli. Le comenté luego a Laura que me había recordado a Tapas en esos adjetivos. El tema, el argumento, el estilo… en eso no tiene nada que ver. O sea, que me la recuerda pero no me parece que la imite. Laura me contestó que le gustaba oír eso, que se lo tomaba como un piropo y un cumplido. Acto seguido añadí: “¡guapa, atractiva, chati!”, por si también se lo tomaba como un cumplido, pero no me miró igual. También le dije, antes del fallo del jurado, que su película era mi favorita para ganar el máximo premio del Festival, como también lo ganó en su momento Tapas. Pero unos días más tarde, el jurado no le dio a la película ni un solo premio. Laura se quedó algo frustrada, pero se animó bastante con el magnífico Premio de la Crítica, que es un premio muy consolador. Perdón, quiero decir que es un premio muy alentador, es que no quiero que este blog aparezca en Google cuando la gente busque “sexo + consolador + pelotas”. Y hay que decir que la crítica somos nosotros, los periodistas especializados (no sé en qué, pero así nos llaman). El voto es secreto, pero yo le dije a Laura que le había dado a La vida empieza hoy mi puntuación más alta.

La vida empieza hoy habla del sexo en la tercera edad. A través de un cursillo que imparte la siempre increíblemente natural Rosa María Sardà (qué entrevista me concedió, qué carácter, qué gracia, qué genio y qué figura), una serie de personajes en el otoño de sus vidas (o inviernos) nos muestran cómo viven su sexualidad. Desde una enorme y solitaria Pilar Bardem, hasta una fantástica, a veces patética y siempre entrañable Mariana Cordero, pasando por una impecable María Barranco, que no comprende el sexo caduco, y un dignísimo Fernando Tielve, el joven que entiende al abuelo dando ese salto generacional de dos eslabones que no sabemos dar los hijos.
Las conversaciones que pude tener con Pilar Bardem, Mariana Cordero, María Barranco, Rosa Maria Sardà, Fernando Tielve y la propia Laura Mañá fueron las que más disfruté en 9 días de festival. Y unas de las más agradables de mi vida, si excluimos una charla que tuve hace un huevo con Kiko Ledgard en un autobús y otra que tuve un día con un camarero coreano en Viena que se sabía la alineación del Madrid y del Atleti.

La vida empieza hoy se estrena este viernes. A ver si tenéis pelotas y vais a verla.

viernes, 18 de junio de 2010

El Mundial, claro

El otro día llamé a un amigo a eso de las dos de la tarde. Teníamos que hablar de varias cosas, que si esto, que si lo otro. Pero para romper el hielo, y dada la hora que era, la pregunta que me hizo fue: “¿Qué? ¿Cómo va el Nueva Zelanda – Eslovaquia?”
Es que durante estos días no se puede hablar de otra cosa que del Mundial si es que quieres ser alguien. Si a las dos de la tarde de un martes no sabes cómo va el Nueva Zelanda – Eslovaquia, eres poco menos que un cubo de basura sucio y lleno de caca (este símil lo escuché en una película de pingüinos y me hizo mucha gracia). Y un blog que se precie, y en el que se hable de televisión, tiene que hablar del Mundial. Bueno, un blog que se precie y éste también, qué diablos, porque la verdad es que no sé si este blog se precia o no, tampoco sé muy bien lo que significa “preciar”, ni siquiera sé si es un verbo transitivo, si un blog se puede preciar a sí mismo o si yo te puedo preciar a ti y tú a mí en una especie de 69 perfecto, pero preciándose.
Bueno, en resumidas cuentas, que voy a hablar del Mundial.
Pero como GQ, gracias a Dios y por la cuenta que os trae, tiene a Nico Abad para contaros cosas realmente interesantes, yo voy a limitarme a soltar unas pinceladas sobre lo que para mí han significado los mundiales a lo largo de mi vida y a través de la pequeña pantalla (o sea, de la tele, porque antes “la pequeña pantalla” era la tele, ahora puede ser el portátil, el móvil, el Ipod, el Ipad, el Iphone o el Idiosmío). Así que lo que vais a leer a continuación es una serie de reflexiones inconexas menos reflexionadas que una patada en la cara dada por un chino cabreado a un fontanero insulso.
1. Durante el Mundial la gente se vuelve loca. He mirado las audiencias y cuatro millones y medio de personas vieron el Italia – Paraguay. Durante el Mundial se vive un Costa de Marfil – Eslovenia con un interés tal que se diría ue todos sabrían ubicar en el mapa a Costa de Marfil y a Eslovenia. Yo ahora mismo no sabría ubicar ni el mapa.
Los comentaristas del Mundial en Cuatro con la foto ésa tan rara que se han hecho con los jerseises de pico.
2. Qué difícil es encontrar un buen comentarista de fútbol en televisión. Para mí no hay duda: los mejores son Carlos Martínez y Michael Robinson. No soy dado a escuchar el Carrusel Deportivo, pero por la fama que le precede pensaba que Paco González me iba a gustar en Telecinco. Pero me ha puesto tan nervioso como casi todos, porque les va diciendo a los jugadores lo que tienen que hacer y luego les explica lo que han hecho mal. Es como si mientras yo escribiera este blog tuviera en la chepa a un señor de Aranda que me dijera: “no, no escribas eso”, “ahí, muy bien Jose, ahí”, “pero qué gilipolleces dices, hombre”, “nooooo, ahora sí que no te va a leer ni Dios”. Hija, qué agobio. Sí que me gusta escuchar a Camacho, porque me parece un gañán entrañable, que es en lo que me convierto yo cuando veo fútbol.
3. Cuando Telecinco se hizo con los derechos de los partidos de España que había adquirido Cuatro tras haberlos comprado CANAL+, pensé que los iba a comentar J. J. Santos, que me recuerda a Sarkozy, por cierto, y pensé que jo, qué lata. Yo ya no sé a quién prefiero, a Paco, J. J. o a los Manolos. Todos me parece que se ponen más nerviosos que yo y que ven muchos penaltys a España y yo no.
4. El anterior Mundial lo compartieron La Sexta y Cuatro. Debo reconocer que Andrés Montes, que en paz descanse, me ponía aún más nervioso que Paco González, J. J. Santos y Pedro Ruiz juntos. Pero en ese Mundial 2006 hizo un chiste que aún me hace reír: “Metzelder… Metzelder para Mertesacker… Mertesacker… ¡Salinas! Te imaginas que tu hija llega a casa con su nuevo novio, y te dice que se llama Mete-saque?” Me costaba ver partidos con el audio de Andrés Montes, qué sé yo, para gustos se hicieron los colores.
5. Claro, que hasta el 2006 los Mundiales los daba José Ángel de la Casa. Bueno, el de 2002 lo dio Antena 3, pero no recuerdo ahora mismo cómo los retransmitía, porque ese Mundial, por hache o por be, me pilló beodo. El caso es que José Ángel de la Casa era un soso. Pero yo soy de los que prefieren que en la tele el comentarista sea soso, y que ya si eso se pongan nerviosos los de la radio. ¿Habéis visto fútbol en la tele con el audio de la radio? ¿A que parece que están viendo otro partido mucho más estresante que el tuyo?
6. El primer Mundial que recuerdo con absoluta claridad es el de Argentina 78. Toma ya. Me acuerdo perfectamente de los partidos de España, del mítico gol – o no gol – de Cardeñosa a Brasil (luego yo he homenajeado durante muchos años a Cardeñosa en mi equipo de fútbol-sala de élite), de un partido en el que Argentina tenía que meter 6 goles a Perú y se los metió sospechosamente, de Asensi metiéndole un gol a Suecia, de la final con Kempes marcando dos goles contra Holanda y del campo lleno de papelitos, que yo pensaba: “anda que no tendrán luego los pobres empleados que barrer”. Yo es que ya de niño era muy de pensar en los demás.
7. La  verdad es que me podría remontar al Mundial de Alemania 74, pero es que yo era apenas un bebé… y no tengo recuerdos… me han contado que Alemania le ganó a Holanda… pero os lo estaría contando de oídas… yo… yo era pequeño y… jamás vi en persona ese partidazo de Breitner, Cruyff, Neeskens, Beckenbauer, Maier, Müller y Rep, con el penalty a Cruyff en el minuto uno y la remontada de esos teutones tan fortachas, en ese Mundial que no jugó España porque Katalinsky le metió un gol a Iríbar y nos eliminó Yugoslavia… Pero claro, todo esto lo he oído, no creáis que soy tan mayor… no… yo no. Yo soy un teenager.
8. En el Mundial de España 82 ya tenía yo mis pelanganillos. De ese Mundial no es que tenga recuerdos, es que podría escribir una tesis. Es el Mundial del Naranjito, qué absurda mascota, Dios mío, pero quién coño dijo: “sí, éste es el diseño que buscábamos, adelante, hagan llaveros”. Creo que lo retransmitía ya José Ángel de la Casa, y me acuerdo de Maradona, de la selección española que era deplorable y empataba con Honduras, y que pasaba de ronda con penaltys injustos. Todavía estábamos lejos de ser la gran selección que somos ahora, que perderemos con Suiza, vale, pero ya veréis cómo al final llegamos lejos, con permiso otra vez de Honduras, que cada vez que digo Honduras me acuerdo de Federico Trillo: “¡Viva Honduras!”
La selección española del Mundial 82: Arconada, Tendillo, Alexanco, Gordillo, Urkiaga, Juanito, Perico Alonso (el papá de Xabi Alonso), Santillana, Quini y Zamora. Toma ya.
9. En el Mundial 82 pasaron cosas rarísimas, como que un día bajó un jeque a discutir con el árbitro, que Alemania y Austria amañaron un partido, que Brasil jugaba de maravilla pero no ganó, que Italia sí que ganó la final porque metía muchos goles Paolo Rossi, o que el Presidente de la República Sandro Pertini se abrazaba al Rey de España, que ya por aquel entonces era muy campechano, etc.
10. Por razones que no os interesan demasiado (lo digo como si hasta aquí os hubieran interesado lo más mínimo), el Mundial de México 86 lo mezclo con Garibaldi y Cavour. O sea, recuerdo los 4 goles de Butragueño a Dinamarca en una gloriosa madrugada, pero en el equipo contrario juraría que jugaron Bismarck y el Káiser Guillermo II. Recuerdo, claro, el golazo de Maradona y la mano de Dios, pero no tengo claro si se lo marcó a los ingleses o al ejército de Prusia. Me pasa igual en el Mundial de Italia 90, que mis recuerdos se confunden, y me acuerdo del día ése en que nos eliminaron porque Míchel se agachó en una falta, y de ése otro en el que el mismo Míchel le metió dos goles a Corea, pero si me decís que los porteros rivales se llamaban Petroff y Johnny Walker, pues yo voy me lo creo. Dios mío, mi vida es una confusa sucesión de nombres, eventos culturales y cogorzas.
11. El Mundial 94 para mí tuvo tres hitos que influyeron definitivamente en mi carrera deportiva. Uno: cuando pillaron a Maradona porque dio positivo. Me dije: “ojo, si quieres ser alguien en fútbol-sala no puedes hacer como Maradona”. Dos: el gol de churro que le metió Goicoechea a Alemania. Me dije: “ojo, si quieres ser alguien en fútbol-sala puedes meter goles de churro”. Tres: el codazo en la nariz a Luis Enrique. Me dije: si quieres ser alguien en fútbol-sala no puedes meterte en líos”.
Y dicho esto, empecé a meter goles de churro.
12. Ahora que me acuerdo, no sé cómo me vi involucrado en la confección de unas fichas coleccionables de los jugadores de la selección española del Mundial 94 que se publicaban en la revista Supertele, pero me vi (involucrado). En realidad hay muchas cosas en mi currículum en las que no sé cómo me he visto involucrado. Incluso demasiadas. ¿Incluso todas?
13. A partir de ese año, y para vuestra fortuna, empiezo a mezclar los recuerdos y los mundiales porque siempre me pillan en oficinas y no los puedo seguir como cuando era un zagal. He visto salirse a Ronaldo en un bar de Barcelona (al Ronaldo antiguo, al rechonchete), he visto sudar a Camacho en un hotel de Frankfurt, he visto el porte de Luis Aragonés en una oficina de Tres Cantos… A ver, me explico: los he visto en la tele, o sea, no he sudado personalmente con Camacho en Frankfurt. Ni con Camacho ni con nadie, lamentablemente.
14. La final del último mundial, la del cabezazo de Zidane, la vieron unos amigos en casa (José Luis, Luis y Julio, los cito porque le hace ilusión a Luz, que no sabéis quién es, pero igual tampoco sabías quien era Mertesacker y si habéis llegado hasta aquí, pues qué más os da ya, hijos). Eso no es muy normal, porque mi casa es más un local de reunir a la gente para ver los Oscar. Me encantó el cabezazo de Zidane. Yo soy muy procabezazo de Zidane. Trabajo con gente a la que le daría un cabezazo de Zidane cada mañana, incluso estoy seguro de que se lo daría el propio Zidane.
Cuando acabó la final y se fueron todos a casa, yo me quedé con ese vacío que provoca un Mundial cuando el árbitro pone fin al encuentro porque le sale del pito (esto es mentira, no me provoca ningún vacío, pero este dramatismo le viene bien a mi historia). Entonces, un joven oriental que vive en mi bloque y que está un poco tararí salió a la ventana y gritó: “Vive la France!” (recordemos que Francia había perdido con Italia). Y al momento otra  vez: “Vive la France!” Y al rato: “Vive la France!” No paró hasta las 8 de la mañana del día siguiente. Y esto nos devuelve al punto número:

1. Durante el Mundial la gente se vuelve loca.

miércoles, 16 de junio de 2010

Little Britain y Monty Python

Hace unas semanas os hablaba yo de Terry Gilliam y se me vinieron a la cabeza los Monty Python.  Y hace unos meses tuve la ocasión, y bien sabe Jehová que no la desaproveché, de entrevistar a dos de los tres componentes de Tricicle, o sea, de Bicicle. El motivo era que se estrenaba Spamalot en mi ciudad (Pekín) (que no tontos, que es broma, que es Madrid). Ya os hablé de Spamalot en su día, es un musical basado en la película Los caballeros de la mesa cuadrada de Monty Python que dirigen los Tricicle. Pues bien: ese día hablé con Paco Mir y Joan Gracia, conocidos por los fans de Tricicle como “el calvete y el gordito”. Carles Sans (alias “el otro”) no vino porque no me acuerdo por qué.
Yo mirando muy fijamente a Joan Gracia y Paco Mir en el patio de butacas del teatro en el que se representó "Spamalot".
Pero no os voy a contar hoy el contenido de esa entrevista, sino de un mínimo extracto que vais a ver qué poco: hablando de los Montys con los Tricis (uso los diminutivos porque estoy repitiendo mucho las palabras “Monty”, “Python” y “Tricicle”), me dijeron algo así como que el humor de los Montys había influido mucho en el mundo de la comedia, pero que su estilo no tiene prácticamente herederos. Entonces yo, repeinado, con gafas y vestido de colegial repollo con corbata y calzas cortas, les inquirí con una sonrisa horrorosa: “Estooo… ¿conocéis Little Britain?”, y acto seguido los dos cayeron en la cuenta y empezaron a decir: “¡Es verdad, es verdad! ¡Little Britain podrían ser los nuevos Monty Python!”
David Walliams y Matt Lucas caracterizados como los (a mi juicio) dos mejores personajes de "Little Britain".
Little Britain es una serie de la BBC en la que dos cómicos, Matt Lucas y David Walliams, interpretan muchísimos personajes que se repiten en todos los episodios, y que casi siempre son los mismos. Matt y David hacen indistintamente de hombre y mujer, como Monty Python.
En Little Britain los gags nunca superan los dos o tres minutos, como los de Monty Python, así que nunca caen en el típico error del cómico de alargar los sketches para llegar a la duración estipulada por el programa (en España caen habitualmente en ese error los chicos de Muchachada Nui o José Mota, pero no los de Vaya semanita, y nunca lo hicieron Martes y Trece, capaces de vestirse de falleras y encargar una gran paella y varios extras para un gag de diez segundos).
5 de los 6 Monty Pythons. Falta Terry Gilliam, que no ha podido venir porque todavía esta en el post del otro día.
En Little Britain hay una voz en off que hila los sketches, como en Monty Python. No sé por qué, pero ese narrador tan serio aporta una impensable eficacia cómica.
En Little Britain el humor es inteligente, mordaz y a veces predecible, lo que te convierte en un inesperado cómplice de los guionistas, porque ya sabes lo que va a pasar. Igual que pasaba en Monty Python’s flying circus. Pero esto es bueno, porque en ningún momento quiere decir que el chiste no te sorprenda. Al final siempre pasa lo de siempre, pero siempre te sorprenden con alguna añadido (este recurso lo manejaban como nadie Faemino y Cansado, con su mítico gag semanal del psiquiatra y el paciente que soñaba con El silencio de los corderos).
En Little Britain hay algún chiste escatológico, aunque siempre muy ligero. Existe la creencia de que Little Britain es de humor grueso: es falso. No soy nada fan de la escatología, y las pocas veces que ésta aparece en Little Britain es por un motivo necesario: que te rías, como en ese gag del paralítico (presunto) orinando de pie en una piscina.
Y así, Matt LucasDavid Walliams han creado personajes como Lou y Andy, el asistente social y el paralítico que está mejor del aparato locomotor que tú y que yo; o Vicky Pollard, la adolescente inadaptada que suelta improperios y cotilleos a la velocidad de la luz (y que hace que se te olvide que bajo esta joven se esconde Matt Lucas); o Daffyd Thomas, el único gay del pueblo que se queja de estar tan solo pero en cuanto aparece alguien que amenace esa soledad lo echa de la comarca; o Emily, un hombre que pretende que el mundo crea que es una mujer travistiéndose patéticamente, pero que por Dios, es un tío; o Marjorie, la monitora de un grupo de terapia para gordos que es única en hundirles en la miseria; o Edward Grant el profesor que convive con una alumna y que la trata en casa igual que en el colegio…

Os he ido salpicando este post de gags de Monty Python y de Little Britain porque estoy yo aquí suponiendo que les conocéis perfectamente y a lo mejor no. Little Britain se emite en CANAL+, la primera temporada se está reponiendo desde el capítulo primero los domingos en CAnal+ Comedia. Monty Python’s flying circus ahora mismo no se puede ver en televisión, pero si algún día queréis venir a casa, yo os la pongo en DVD. Pero traed cerveza y un trozo de pan. 

lunes, 14 de junio de 2010

Operados

El pasado viernes se estrenó en toda España El retrato de Dorian Gray. Vosotros sois listos y no hace falta que os explique de qué va la película, pero me consta que un día me leyó un cretino de Memphis, Tennessee, y por si acaso anda hoy por ahí aclararé que El retrato de Dorian Gray es la adaptación cinematográfica de una novela de Oscar Wilde, más concretamente de ésa que se llama El retrato de Dorian Gray. Es que a lo mejor alguien cree que El retrato de Dorian Gray es una adaptación de El abanico de Lady Windermere, pero pensadlo bien, es una tontería.
No he visto todavía El retrato de Dorian Gray, la película, pero sí he leído El retrato de Dorian Gray, el libro. Yo es que soy muy leído o lector. Y siempre me obsesionó esa especie de pacto con el diablo por el que el retrato envejece y se va volviendo horrible a costa de las atrocidades de Dorian, mientras que él se mantiene joven y fresco como una manzana golden o reineta. Y me obsesiona porque a mí me pasa un poco lo mismo: cuando cada mañana me miro al espejo me veo más arrugado y horroroso, pero en realidad sé que estoy cada vez más lindo, más terso y más así. Todo se debe a un pacto que hice en 1986 con José Luis Moreno.
Dorian Gray. Fijaos en su aspecto. Pues tal cual estoy yo ahora.
Pero como este pacto caduca en 2011, porque era por 25 años, soy consciente de que un día mi rostro será como el de la imagen que me devuelve el espejo, y perderé la frescura de efebo adolescente que ahora mismo ostento, un poco al estilo del Tadzio de Muerte en Venecia de Visconti. Y cuando ese día llegue, me pienso operar, retocando mi naricilla, reforzando mis pómulos y marcándome un asombroso par de peras. Y aquí es donde por fin ya entramos en materia. Como cinéfilo que soy, me voy a Google Earth y tecleo “operados + cine”. No me sale nada. Salgo de Google Earth y entro en Google normal, te juro que a veces parezco imbécil. Otra vez: “operados + cine”. Oye, y te juro que me ha salido una lista y una cantidad de páginas que no me queda más remedio que compartir esto con vosotros, mis cómplices, mis confidentes, que si no fuera porque me muero de vergüenza hasta os confesaría que voy a trabajar con ropa interior de bebé.
Bueno, debo empezar diciendo que yo soy malísimo para diferenciar a alguien operado de alguien que no lo está. Yo pensaba que Pamela Anderson simplemente se había desarrollado más que Bimba Bosé, y punto. Y también debo decir que me importa bastante poco que la gente se opere, también soy de ésos a los que las chicas les dicen “¿pero cómo te gusta esa tía? ¡si está operadísima!” Y yo añado: “pues opérate tú igual, sihaputa, fea, que eres más fea que un papión de culo rosa”. Bueno, esto no lo digo, pero a veces lo pienso.
Así que las personas de las que os voy a hablar son las que me han aparecido en estas páginas güeb. No sé si están operadas o no. Por ejemplo, me aparece Penélope Cruz. Pero en cambio yo he leído unas declaraciones suyas en las que dice que no se opone a la cirugía mínima, pero que no está dispuesta a usarla. Y también dice que cuando tenga 80 años quiere ver en el espejo a una mujer de 80 años. Yo no, yo quiero ver siempre en el espejo a alguien como Penélope Cruz ahora, y no a esa imagen que veo gracias a José Luis Moreno. Tampoco querría nunca mirarme al espejo y ver a José Luis Moreno.
También me salen mucho los nombres de Kira Miró y Elsa Pataky. Es cierto, tú ves imágenes de Kira de hace muuucho tiempo, cuando presentaba un programa llamado Desesperado Club Social con mi adorada Marta Suárez (y con Christian Gálvez y Raúl Peña, ojo al cuarteto), y la ves en las escenas más tórridas de Crimen ferpecto, y algo parece haber pasado por ahí. Y si ves fotos de Elsa Pataky en Al salir de clase y otras de ahora, pues no está igual, está más afilada, más exhuberante, más guapa. Eso es así. Pero yo he tenido el gustazo de entrevistar a Elsa cuatro veces, largo y tendido (es una forma de hablar, no es que me tumbara para entrevistarla, aunque me habría encantado), y si está operada, pues que viva la cirugía.
Pero si comparas las caras, y nos quedamos con esa palabra que he dicho antes, “afilada”, tenemos que hablar de Nicole Kidman. El otro día revisé Todo por un sueño en vídeo (en VHS, yo es que no tengo en casa un U-matic de milagro), una película de Nicole de 1995 en la que estaba guapísima. Ahora en cambio se parece un poco al símbolo de Antena 3. Ha perdido la expresividad, la frescura, parece que si le das un beso con lengua en el ojo (yo adoro este arte amatoria) algo va a saltar en su cabeza, se va a descuajeringar todo y va a quedar arrugadica como E.T. Y sólo tiene 43 años. Este tipo de operaciones las entiendo menos. Pero ella sabrá.
Aunque a lo mejor estas actrices defienden que no se han retocado y que “la gente cambia”, como decía el pobre Michael Jackson en ese documental llamado Living with Michael Jackson en el que un periodista hindú le engañaba y acorralaba, y conseguía que sintieras compasión por Jacko en lugar de creer que era un pederasta, que es lo que se pretendía (si no lo habéis visto, os lo recomiendo). Resultaba patético oír a Michael decir que nunca se había operado, que simplemente había cambiado.
Ya que hemos pasado a hablar de hombres blancos (chiste cruel y fácil), detengámonos en Mickey Rourke. ¿Qué le ha pasado a Mickey Rourke? ¿Por qué se ha puesto en manos del cirujano de Carmen de Mairena? ¿Qué ha hecho “el luchador” con el cuerpo de aquel chico que salía en 9 semanas y ½? Pues os lo digo yo: o se lo ha comido o posiblemente ha ido al mismo cirujano que Sylvester Stallone. Mira, esa cirugía la pude apreciar en persona en una entrevista que le hice a Sly. Cuando le vi frente a frente no me impresionó tanto, porque venía de ver Rocky VI y ahí sí que me quedé acojonado. Pero ahora, cuando veo esta foto, no sé si Sly me está sonriendo, está defecando, me guiña un ojo o simplemente es que está así de tieso. Oh, Dios mío, no siento la boca.
Sylvester haciéndome un gesto indescriptible. Habría que ver el mío, claro.
También asistí en persona a la inmovilidad facial de Nicolas Cage. El pobre, con lo bien que le queda la peluquilla o lo que sea, y qué raros le han dejado los retoques. Entrevistándole por una película magnífica llamada Ghostrider (como dice mi sobrino Gonzalo, lo de “película magnífica” es una ironía), le hice un juego de palabras sobre Peter Fonda, Ghostrider e Easy rider. Nicolas Cage sonrió, creo. También creo recordar que al intentarlo se le saltó un ojo. Claro, que esto os lo cuenta alguien a quien el ojo se le salta sin necesidad de que los cirujanos intervengan.
Otros retoques masculinos que me dejan perplejo son los de Silvio Berlusconi, sobre todo por lo absurdo que me parece que pase por el quirófano un septuagenario estadista (estadista porque iba a los estadios, que si no es por este detalle yo no considero en absoluto un estadista a este señor). O los de Rupert Everett, que no se ha quedado más joven ni más guapo, sino mucho más raro. En estas páginas webs que salen al teclear en Google “actores + famosos + quirófanos + alargue su pene gratis” (yo es que esto último lo tecleo instintivamente), me han aparecido también los nombres de Brad Pitt y Ray Liotta. Os dejo opinar a vosotros.
Y volvamos a los nombres de mujer y a nuestro país. Porque, ya crecido, me da por teclear “cirugía +  España + labios”. Google me pregunta “tal vez quiso usted decir boca” (cómo me conoce Google). Y yo le digo: “eso”. Entonces me saltan los nombres de Silvia Munt, Ana Torroja, Bárbara Rey y Karmele Marchante. Caramba, nunca pensé que una búsqueda mía me remitiera a Karmele. La verdad es que si lo pienso hay algo parecido en las tres, con clara ventaja según mi opinión para Silvia Munt. Si sigues indagando en Karmele sale la leyenda urbana de que es la madre de Eva Amaral, me encanta ese rumor absurdo. Tecleo Bárbara Rey y me hablan más de su apellido que de su boca. Y también de Ángel Cristo, que en paz descanse. Lástima que hablemos de nombres artísticos, porque si no sus hijos se apellidarían “Cristo Rey”. Sobre Ana Torroja no indago por si se me cruza la web de José María Cano.
Kate Winslet con el niño ése que no sabía que ella era nazi. Seguro que le está leyendo "El retrato de Dorian Gray".
Hace tiempo leí en El País una información firmada por Bárbara Celis en la que se hablaba de otras actrices “antibotox”. Mencionaba a Rachel Weisz, que decía que el botox debería estar prohibido en los actores igual que los esteroides lo están para los deportistas. También hablaba de Kate Winslet, Emma Thompson, Cate Blanchett y Sarah Jessica Parker (que odia el botox porque no está diseñado por Manolo Blahnik). Y de Tilda Swinton, Hellen Mirren, Marion Cotilliard
Es curioso: muchas de ellas han ganado el Oscar, igual que Penélope, que también se muestra contraria). Se conoce que al no inyectarse botox pueden manejar todavía sus expresiones. Nicole también tiene un Oscar, pero no olvidemos que fue porque le inyectaron una narizota. Y debo reconocer que, aunque como he dicho antes, me parece estupendo que una persona se opere si se va a sentir mejor, también siento una admiración incondicional por el atractivo de la natural madurez de estas actrices.

Se me ha ido la olla y mientras escribía esto me he inyectado un yogur griego (que es más denso) en las orejas, y ahora parezco Ibarretxe. Me voy a mirame al espejo de Dorian Gray, a ver qué me cuenta.

jueves, 10 de junio de 2010

Yo que tú no lo haría… (lo peor de la cartelera)

Ya sabéis que cada cierto tiempo me gusta hacer un repasillo por la cartelera para dividir las películas en las que hay que ver y las que no. ¿Cada cuánto tiempo exactamente? Pues no hay normas estipuladas, cuando me parece bien, cuando ha pasado un tiempo prudencial, cuando el cuerpo me lo pide (y últimamente me pide tan pocas cosas que cómo le voy a negar ésta).
Pero esta vez he mirado las películas que se pueden ver en las salas y una sensación de penuria y de lastimosa abulia crónica se ha apoderado de mi sensible corazoncete, al ver, oh Dios mío, que en los últimos meses se han estrenado bastantes más películas fofas que insignes obras maestras del séptimo arte.
Así que, por una vez y sin que sirva de precedente, os voy a citar solamente unos cuantos títulos que podéis ver en la cartelera, pero que si tenéis la ocasión de iros a comer unas porras a la chocolatería de al lado o de consumar algún plan más absurdo si cabe, pues yo no dudaría, como decía Antonio Flores, y añadiría: parachuru-ruchuru (esto lo añadiría el gran Antonio, yo jamás añadiría esa memez).
Por ejemplo…
Sexo en Nueva York 2. Es que es absolutamente innecesaria. Ya lo era la primera parte, así que imaginaos ésta. Las chicas de la serie, que tan cerradita y digna había quedado en nuestra memoria, viajan hasta Abu Dhabi, caminan por el desierto vestidas de Prada y calzando unos Manolos, y hay incluso mujeres árabes que bajo la maldita vestimenta “reglamentaria” de allí (y tan difícil de regular aquí) van vestidas de marca, diseño y divinas de la muerte. ¡Vergüenza (ajena) me da, Carry Brandshaw, con lo que tú has sido!
Las 4 chicas de "Sexo en Nueva York 2".
Furia de titanes. A pesar de que ya la critiqué en este blog, aún puede verse en algunos cines. Yo creí que los responsables de las salas me leían y quitaban de la programación lo que no me gusta. Pues oye, no es así. Furia de titanes resiste porque está en 3D. Bueno, o eso dicen…
Viaje mágico a África. De ésta me da más pena decir que es floja, porque es española, pero floja. Vaya, qué poco me ha durado la pena. Es la primera incursión en 3D de una película española, además de 3D de verdad, pero queda un poco batiburrillo, los bichos que salen también quedan raros, y si además la veis doblada (como se ha estrenado en la mayoría de las salas), la voz de Leonor Watling queda rarísima. Loable intento, pero un poco quiero y no puedo.
Desde París con amor. El título puede parecer el de un drama romántico ñoño. Mejor hubiera sido así, porque es un guiño a Desde Rusia con amor, de James Bond, y pretende ser una película de mucha acción. Pero es una triste imitación de los roles de la fórmula de Arma letal de poli legal y poli tarado, sólo que aquí Mel Gibson es John Travolta, Danny Glover es Jonathan Rhys Meyers y ambos pretenden evitar un ataque terrorista en París. No es lo mismo. Es como ver a un Vincent Vega caduco lidiando con un Enrique VIII contenido.
La última canción. O la penúltima, porque la última se la he visto cantar la semana pasada en la tele a Miley Cyrus en el Rock in Rio vestida como de fulana. La historia no puede ser más ñoña. Bueno, igual sí puede, pero ya es muy ñoña de por sí. Miley se va de veraneo con su padre divorciado, que es Greg Kinnear, y sólo se levan bien cuando se comunican con la música. Ahora que o pienso podría ser peor si la historia fuera un reality y Miley veraneara con su padre real, Billy Ray Cyrus, y ambos cantaran y bailaran en el apartamento de Torremolinos el Achy brachy heart con Coyote Dax tomando apuntes..
El plan B. Jennifer Lopez decide tener un hijo por inseminación artificial porque no encuentra a un hombre que la llene (con perdón de la expresión) y cuando la lechecita del amor funciona, zas, conoce al hombre ideal. El argumento en principio es nuevo, pero los gags de comedia romántica que vienen después no  es que sea previsibles, es que puedes irlos recitando en el cine antes de verlos.
Jennifer Lopez poniendo cara de "mira qué dulce soy" "El plan B".
Street Dance 3D, ¡a bailar! Sólo para pronunciar el nombre necesitas media útarde, así que el plan ya está casi hecho. La única gracia que tiene es lo del 3D (no hay versión en 2D), porque el resto es como de unos jóvenes que compiten bailando street dance, con mensaje de espíritu de superación de por medio. Yo no veo en 3D y si intento un paso de street dance se me esguinza el píloro.
El súper canguro. Es de Jackie Chan. Ya.
The crazies. El nombre bien podría ir referido a los productores de la película. Es un remake de una de George A. Romero, el máximo exponente de la historia del cine de zombies. Aquí los “zombies” se vuelven así por beber el agua del pueblo, y no son muertos vivientes, pero sí asesinos compulsivos. La de Romero no era gran cosa, pero en los 70 podía tener su gracia. La de 2010 tiene la gracia en el romero.
Y ahora pongámosle una vela al patrón del cine, que es San Billy Wilder, para que en las próximas semanas las películas mejoren y salgamos de esta crisis cinematográfica. Así a bote pronto, a mí se me ocurre bajarle el sueldo a los funcionarios y subir las entradas a los pensionistas.

Huy perdón, es que leo las palabras “salgamos de esta crisis” y se me agolpan las ideas…

lunes, 7 de junio de 2010

De cómo Terry Gilliam fracasó al rodar El Quijote, de cómo desfació el entuerto y de lo que acaesció en otros rodajes malditos

Aviso: este post es muy largo. Pero es porque está maldito. Os cuento:
Resulta que Terry Gilliam va a retomar ya, pero ya-ya, su viejo proyecto de rodar una película sobre Don Quijote. Viejo porque en el año 2000 intentó rodar The man who killed Don Quixote, un proyecto en el que Sancho Panza era Johnny Depp (bueno, más bien un tipo al que Don Quijote confunde con Sancho Panza) y Don Quijote era Jean Rochefort, al que se parecía un montón mi padre, cosa curiosa, porque mi padre era un manchego loco por y como Don Quijote.
Después de diez duros años, Terry Gilliam (otro Quijote) consiguió financiación para su película y comenzó a rodar en España, concretamente en Las Bardenas.
El rodaje duró seis días.
En esos seis días, el equipo descubrió que cada quince minutos un reactor de la OTAN les arruinaba el audio y el vídeo. Los días durante los cuales decidieron esta localización no hubo vuelos. Terry Gilliam declaró el otro día: “sólo volveré a esa localización si la OTAN quiebra, y sospecho que eso o va a ocurrir”.
Terry Gilliam durante el fallido rodaje de "The man who killed Don Quixote"
En esos seis días, Jean Rochefort sufrió una doble hernia discal que le impidió (y aún hoy le impide) volver a subir a un caballo. A ver cómo haces un Quijote sin caballo.
En esos seis días, Las Bardenas sufrieron unas lluvias y unas inundaciones que arrasaron los decorados y estropearon grab parte de los equipos técnicos.
Al sexto día, los productores pararon el rodaje. Y hasta hoy.
Ese desastre nos dejó, al menos, un maravilloso documental llamado Lost in La Mancha y firmado por Keith Fulton y Louis Pepe, los chicos que estaban rodando el “Cómo se hizo” y que acabaron confeccionando el primer “Cómo no se hizo” de la historia.
En ese documental hay dos momentos mágicos: un breve diálogo entre Gilliam y un miembro de su equipo: “¿Cómo vamos de tiempo?” / “Mal” / “Bien” (cuánto me he reído de esas tres líneas con Tony Partearroyo, otro Quijote que también anda lost, no sé si en La Mancha o en Cinelandia. Otro momento maravilloso es la escena final, en la que un Terry Gilliam ya derrotado se asoma a la ventana de su hotel de Plaza de España, Madrid, y la cámara se aleja de él encuadrándole junta al monumento de Cervantes, Quijote y Sancho que comanda la plaza. Por todo esto, es una gran alegría que Terry Gilliam, diez años después, retome “The man who killed Don Quixote”.
Bueno, pues esto es a lo que se le llama un “rodaje madito”. También vale como rodaje madito el día ése que yo estaba grabando en los estudios de Fama, a bailar con Carlitos y Cristina, resbalé en el hielo, me di una ridícula hostia en el culo y en el brazo y me disloqué la muñeca. Ya sé que no es lo mismo, pero para mí fue muy maldito, vive Dios. Pese a ello, recurro a mi enorme legión de documentalistas (que son mi hermana Bea) y les pido ayuda para recordar otros rodajes malditos. Pues resulta que hay un güevo. No sabía si ordenarlos alfabética o cronológicamente. Al final he sumado los años de nacimiento de los miembros del equipo de postproducción de cada película y he dividido el resultado por la cifra de cada presupuesto en rublos. Lo que me ha dado lo he multipiclado por el número pi y al final me han salido este orden:
La semilla del diablo, 1968
Para empezar, esta película está maldita por los traductores españoles: del título original Rosemary’s baby se sacaron de la manga La semilla del diablo, medio jodiéndonos así el final. Putaditas patrias aparte, es curioso saber que la película se rodó en el edificio Dakota de Nueva York, que siempre estuvo considerado como un lugar maldito y sae lo recomendaron a Polanski para conseguir un clima satánico. Sí: es el edificio en el que fue asesinado John Lennon en 1980, co-firmante junto a McCartney de la canción Helter Skelter. Cuando se estrenó la película, varias sectas satánicas se rebotaron con Polanski por desvelar ciertos ritos que resulta que eran supersecretos, y aseguraron que el director pagaría estas indiscreciones con sangre. El resto ya lo conocéis: al año del estreno de la película Charles Manson asesinó brutal y ritualmente a la mujer de Polanski, Sharon Tate, que estaba embarazada de ocho meses, y a cuatro amigos que estaban con ella. Según Manson, la canción Helter Skelter le inspiró para el crimen. ¿Casualidad o destino? Coño, parezco Iker Jiménez hablando de serendipias
Cartel de "La semilla del diablo". Por si el título no os lo deja claro, el hjo de Mia Farrow es del mismísimo Satanás.
El exorcista, 1973
Ya que hablamos del diablo, vamos a seguir con El exorcista, la película más diabólica de la historia si obviamos Los energéticos. Durante el rodaje de El exorcista murieron nada menos que nueve personas relacionadas con el equipo de producción. Eso es mucho: si pasara eso en mi programa de televisión tendríamos que contratar a varas personas para poder morirnos nueve. Un cámara que estaba etiquetando el rollo que acababa de filmar sufrió un repentino ataque cardiaco; tres personas murieron en un incendio, entre ellos un guarda de seguridad que estaba en el mismísimo dormitorio de la niña posesa que vomitaba verde; su abuelo (el de la niña, no el del guarda, o sea el de la actriz Linda Blair) se murió en cuanto empezó el rodaje, igual que el hermano de Max Von Sydow; el hijo del actor que hacía del Padre Karras no se murió, pero tuvo un accidente de moto que casi le deja en el sitio; y otro actor, Jack McGowran, falleció días después de interpretar su muerte en la película. Cómo estarían las cosas que contrataron a un sacerdote (Thomas Bermingham) para que bendijera los estudios, o sea, que los exorcizara.
¿Y en España? Pues en España le propusieron a Pilar Bardem que doblara a la niña cuando hablaba con la voz del diablo. No aceptó, e hizo bien, porque el techo del estudio de doblaje se cayó durante la grabación. No hubo víctimas. Pero digo yo que qué huevos los que se pusieron a rodar El exorcista 2
La profecía, 1976
Acabemos con Satán. En la otra gran película sobre sus posesiones y apariciones, La profecía, Gregory Peck interpretaba al padre adoptivo del niño ése tan inquietante que llevaba el número 666 tatuado en la cocorota. Volando hacia Los Ángeles para rodar, el avión de Gregory Peck fue alcanzado por un rayo, que mira que deber ser cosa difícil. No pasó nada. Pero el guionista David Seltzer tomó el mismo vuelo tres días después y también fue alcanzado por un rayo, no sé sabe si por el mismo. Más adelante, Gregory Peck canceló un vuelo a Israel que sufrió un accidente sin dejar supervivientes. Otro accidente, pero esta vez de coche, fue el que sufrió el director de efectos especiales con su novia en Holanda. La chica murió decapitada, como uno de los protagonistas de la película. Y otro día, el productor Harvey Bernhard acercó a su casa en coche al director Richard Donner. Cuando se iba a bajar, apareció otro coche que golpeó la puerta del copiloto, y Richard Donner casi pierde la pierna. Esta anecdotilla me preocupa especialmente, porque también a mí me lleva a veces a casa la productora del programa que dirijo, y a ver si por una tontería satánica me voy a pillar un día el cencerrete.
Más cosas: hay unas escenas rodadas en un zoológico, en las que los bichos se ponen muy nerviosos porque el niño es Lucifer, y de eso los hombres no nos damos cuenta, pero los rebecos comunes sí. Pues bien: para esas tomas se alquilaron unos leones. Dos de ellos se escaparon una noche y en vez de irse de copas mataron a un vigilante. Las escenas con leones no se utilizaron en el metraje definitivo. Coño, pues para no usarlas ya podrían haber alquilado dos hámsters, y así no habría que achacar todas estas desgracias al satanismo.
Y para colmo, el IRA, que pasaba por allí, colocó una bomba en el hotel y el restaurante que frecuentaba el equipo de la película. Aún así, igual que con El exorcista, aún les quedaron ganas de filmar La profecía 2.
Superman, 1978
A ver de todas formas si el gafe va a ser Richard Donner y no Satán, porque Superman también tiene tela. Bueno, más que la película, el personaje, porque George Reeves, el primer actor que le interpretó en televisión y que parecía que iba en pijama, se suicidó (o eso dijeron, porque las circunstancias fueron extrañísimas) en 1959. Hay una película llamada Hollywoodland que cuenta muy bien su historia. Y qué decir de Christopher Reeve, que tras caer de su caballo quedo tetrapléjico hasta su muerte en 2004, o de Loise Lane (Margot Kidder), que se volvió tararí y llegó a fingir su propia muerte en 1996.
Superman, el superhombre que ayuda a las ancianas pero putea a los actores que lo interpretan.
Poltergeist, 1982
Es la película con las maldiciones más famosas, a pesar de que estaba tocada por la varita de Steven Spielberg. Se cuenta que durante el rodaje hubo varios incendios y desaparecieron varias piezas del set. Bueno. Hasta ahí puede ser normal. Pero una vez se estrenó la película, la actriz que hacía de hermana mayor fue estrangulada por su novio. Aún así, y una vez más, se decidió hacer Poltergeist 2, qué gente más insensata, ¿pero es que no leen este blog? Pues bien, el actor que hacía de sacerdote murió en mitad de rodaje por un cáncer de estómago fulminante. Y el actor que hacía de curandero murió al año por una dolencia cardiaca. Pero también dio igual: se decidió rodar una tercera parte. Pero aquí ya la maldición estaba harta de sutilezas y fue más clara: Heather O’Rourke, la niña protagonista, se levantó un día con dolor de estómago y murió a las pocas horas. El diagnóstico fue una estenosis intestinal, algo que por lo visto es muy raro a esa edad (12 años).

Operación dragón y El cuervo (1973 y 1994)
Bruce Lee murió en 1973 justo antes del estreno de Operación dragón, acaso su película más famosa. Las circunstancias de su muerte en el apartamento de una amiga nunca se aclararon. Parece ser que a él le entró un agudo dolor de cabeza y que ella le dio una medicina que le dejó seco. Seguramente la chica le acercó la pastilla y él le dijo sonriente: “with water, my firend”. Pero esto último me lo he inventado.
21 años después, su hijo Brandon Lee rodaba El cuervo. Tal vez os cuenten que la maldición de esta película se limita a que el equipo hacía chistes y rimas con el apellido del director, Alex Proyas. No lo creáis. Durante el rodaje, un carpintero se sentó en una viga de metal que contactó con un cable y le dio una descarga eléctrica que le dejó fritito pero coleando; un especialista se rompió varias costillas al caer desde una gran altura; un camión del equipo técnico se incendió y un huracán destrozó varios decorados.
Pero esto era un simple aperitivo de la desgracia final: Brandon Lee tenía que rodar una escena en la que le disparaban con balas de fogueo. Nadie pudo explicar nunca por qué en el arma había balas de verdad.
007: Quantum of solace, 2008
La última de James Bond estuvo plagada de accidentes: el Aston Martin de Bond acabó hundido en el lago Varda (Italia). Un especialista sufrió heridas leves durante la grabación de una persecución y en un choque entre un coche y un camión. Y el alcalde de Sierra Gorda (Chile), donde se estaban rodando unas escenas, irrumpió con su coche en el set de rodaje amenazando con echarles si no le pagaban no sé qué. Manda güevos.
Daniel Craig y Olga Kurylenko en "Quantum of solace". Yo entrevisté a Olga Kurylenko. Yo entrevisté a Olga Kurylenko. Yo entrevisté a Olga Kurylenko.
También se consideran malditos los rodajes de Rebelde sin causa (cuatro de sus protagonistas, incluidos James Dean y Natalie Wood, murieron en extrañas circunstancias, pero muchos de ellos bastantes años después) y de El conquistador de Mongolia (91 personas del equipo, entre ellas John Wayne, Susan Hayward y Pedro Armendariz, padecieron cáncer, al parecer provocados por unas pruebas nucleares que se realizaron cerca del rodaje). Pero la última película considerada maldita es también la última película de Batman y la penúltima de Heath Ledger: El caballero oscuro. Un especialista estrelló el Batmóvil durante una persecución, Christian Bale fue detenido por una supuesta agresión a su madre y hermana, y Morgan Freeman resultó herido poco después del estreno tras un accidente de tráfico (sí, el del asunto ese tan chungo del adulterio y la nietastra). Y por supuesto, a esta maldición se achaca la desgraciada muerte de Heath Ledger antes del estreno, muerte que obligó a rediseñar el guión de la película que estaba rodando, El imaginario del Doctor Parnassus, ¿dirigida por quién? ¿eh? ¿eh? ¿por quién? ¡Por Terry Gilliam!
El círculo se cierra.
Qué grande, y qué gafe, Terry Gilliam, el único americano de los Monty Python.
Coño, el próximo día voy a hablar de los Monty Python.