lunes, 28 de diciembre de 2009

Inocentadas

No me gustan las bromas. Me paso la vida diciendo y escribiendo gilipolleces (qué os voy a contar), y me encanta escuchar a las personas que consiguen hacerme reír, aunque las puedo contar con los dedos de la mano y como mucho con la ayuda del pitilín. Pero las bromas elaboradas no me gustan. Me parece tan fácil engañar a alguien – empezando por mí – o hacerle explotar un petardo o una bomba de neutrones en la cara, que estas chanzas terminan no haciéndome gracia. Por supuesto que disfruté con aquellas películas de Manuel Summers (To er mundo e güeno y To er mundo e mejó) y con algunas de las primeras performances de Inocente, inocente (Maribel Verdú, Catherine Fulop), pero en general lo paso mal con las bromas, me dan vergüenza ajena, apago la tele cuando las hacen… Y eso que colaboro en dos programas de radio en los que se lo pasan pipa con estas guasas, pero también trabajo en una cadena que emite cine porno y en mi vida he visto una película X (N. del E: en este último párrafo el autor del blog ha mentido como un bellaco e incluso como un onanista, averigüe el inteligente lector en qué frase ha sido).
Dios mío, se me acaba de venir a la cabeza una “inocentada” en la que le hacían creer al desaparecido José Luis Coll que el chófer que le llevaba a la tele perdía el control del coche  y le acababa estrellando contra un muro que al final era una lona. Qué juerga, ¿no?. La bromita podía haber terminado con un infarto de miocardio de José Luis Coll, que por aquel entonces no era precisamente un chaval, pero como habría dicho Gila: “me habéis dejado sin Coll, pero lo que me he reído…”
Juan y Medio, que presenta las galas de Inocente Inocente que antes presentaba Iturriaga.
Tampoco me gustaba una tradición (hoy en vías de extinción) que tenían los periódicos y los telediarios el día 28 de diciembre: introducían una noticia falsa y al día siguiente la desvelaban con dicha. Por ejemplo: Felipe González nombra ministro de cultura a Emilio Butragueño (año 1986, cuando Felipe gobernaba y Butragueño era el héroe nacional porque le metió 4 goles a unos daneses). Y al día siguiente decían en el mismo periódico: “La noticia de Butragueño era una inocentada, nuestra centralita se colapsó de llamadas, ja já – ja já, pero qué geniales somos”.
Seguramente por esta animadversión mía a las inocentadas, el destino me reservó para mis últimos días laborales del año dos situaciones dignas de Inocente inocente. Y eso es lo que os voy a contar hoy.
Inocentada 1: la caída tonta.
Con motivo del estreno de Fama (os hablé de ella en el último post), en mi programa de tele decidimos visitar los estudios del reality de Cuatro, para que los profes nos hablen de la película. Intuimos que nos van a dejar hacer las entrevistas en el plató, pero cuando llegamos nos dicen que mejor nos habilitan una caracola. No sé lo que es una caracola, pero no digo nada para que no descubran que, pese a dirigir un programa, no sé nada de televisión. Pues bien: una caracola es un barracón como el que montan los obreros, feo, frío y vacío, que se ubica al lado de un generador de energía que suena como un poseso y que se coloca etratégicamente al lado de las caracolas para que no se oigan las entrevistas que se hagan dentro de ellas. Pensaréis que esa era la inocentada. Pues no, la inocentada consiste en que, buscando una alternativa por los alrededores, alguien colocó unas placas de hielo en el suelo para que yo resbalara con furia y me dislocara la muñeca. Carlos y Cristina, que iban conmigo, entendieron que estaba intentando emular a Sergio Alcover en un número de breakdance y prefirieron dejar que me incorporara  solo. Como todo aquel que se cae en público, intento hacer como que no ha pasado nada y sigo trabajando como si nada. Yo creo que quien puso allí las placas de hielo fue Ada, que fue jefa mía hace unos años y que ahora es la productora delegada de Fama, a bailar. En mi caso de Fama, a darse una hostia del copón.
Tres horas más tarde llego a la oficina y bajo al servicio médico porque me duele la mano. Me atiende una enfermera. Está buena, caramba. Me dice que como el “accidente” ha sido en horario laboral, tengo que ir a la mutua a que me hagan una radiografía. Pero si yo sólo quería que me vendara la mano la enfermera y si acaso cenar con ella. Pues no, pues no. Vete a la mutua, que está aquí al lado. Como yo no conduzco y vivo en el centro de Madrid, para mí “aquí al lado” significa que se puede ir andando. Para la enfermera, “aquí al lado” significa “a unos 70 kilómetros, aproximadamente”. Durante el penoso trayecto a pie, a la dirección de Inocente, inocente se le ocurre generar un chaparrón de agua-nieve. Llego a la mutua empapado, agotado, con dolores en la mano y buscando la dichosa cámara oculta. Este post lo estoy escribiendo con la zarpa embutida en una muñequera ortopédica, que me aprieta como si le fuera la vida en ello.

Inocentada 2: el taxista esquirol.
Al día siguiente tengo que asistir a la entrega de los Premios El ojo crítico, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Salgo desde la oficina y pido un taxi. Me encuentro con Patricia, que es una periodista que ha hecho estupendos programas de teatro, cine y música y que ahora hace un programa sobre cine porno. Además, es la mujer del director de cine (no porno) Paco Cabezas. Se viene en mi taxi. Pero el taxista, misterioso y asustado, me incita a sentarme delante. “¿Por qué?” “Ahora se lo explico, ¡cuidado! ¡Siéntese y cállese! ¡Caución, caución!”. Me dan ganas de decirle “¡Siga a ese coche, ¡A rassss!”!”, pero me contengo. Resulta que es el día de la gran huelga de taxis, así que es ilegal, o mejor dicho, está mal visto, que este señor esté trabajando. “Si nos para un piquete, eres mi hermano. – No voy a poner el taxímetro ni encender la luz para que no vean que estoy trabajando. – Págame ahora, ¿te parecen bien X euros?” Dios mío, qué peligroso me parece todo.
De pronto, la radio del taxista empieza a mandar mensajes nada tranquilizadores: “¡Están rompiendo las lunas de los que trabajan! ¡Le han roto el espejo a Luismari! ¡No entres por Atocha ni Plaza Castilla, los piquetes están allí!” Y cada vez que oía un mensaje de éstos, el taxista decía “¡¡¡Cagoen diossssss!!!!” Y se encogía y se asustaba mucho, pero ni se paraba no nos decía: “mirad, os dejó aquí y a mamarla, no nos vayan a romper la luna por una tontería”. A mí, insensato, me entraba la risa.
Al final llegué a tiempo de ver cómo le daban el premio a la actriz Bárbara Lennie y de ver actuar a Enrique Morente, que es de lo que se trataba.
Y tampoco encontré la cámara oculta en el taxi, aunque ahora que lo pienso, no le he preguntado todavía a Patri si la llevaba ella. Al día siguiente el bueno de Buch me contó que a él le pasó una cosa parecida… Así que o no era una broma o están haciendo un programa especial sobre inocentadas con los que aparecemos en este blog.
Esta noche Antena 3 emite la Gala Inocente inocente. Yo ya he tenido bastante y no la voy a ver.

Y una última apreciación: hay una cosa que sí me gusta del día 28, y es que cada año felicito a una persona muy querida por mí, gracias a la que (o por culpa de la cual) hago este blog. Yo la felicito y envío muchos besos desde aquí. Vosotros no sé si deberíais denunciarla…