miércoles, 30 de septiembre de 2009

Dublineses

La semana pasada estuve en Dublín. La cadena en la que trabajo (CANAL+) va a emitir en diciembre la tercera temporada de Los Tudor, una serie de Showtime que a mí me ha ido enganchando cada vez más. Y para presentarla, me encargan la confección de un programa especial. ¿Será por mis conocimientos de Historia? ¿Tal vez por mi capacidad para analizar producciones televisivas? ¿O quizá porque sigo teniendo un walkman para musicassettes, lo que me convierte en el único ser humano que aún necesita comprar con frecuencia pilas Tudor? No sé, pero el tercer motivo me parece el más sensato.
De Los Tudor y de un extraño viaje que hice a Londres para ir trabajandou en ellou (como diría Aznar) ya os hablé en este blog. Hoy solo os quiero contar cómo se desarrolló este viaje mío a Dublín, que es donde se rueda la serie, y que me recordó dos cosas: que el surrealismo existe y que yo tengo mala suerte en las cosas más tontas de la vida (mi suerte para las cosas importantes es del montón).
Jonathan Rhys Meyers en Los Tudor. Os adelanto que no se sale del papel de Enrique VIII ni para conceder entrevistas.
  • Para empezar, viajo a Dublín con la presentadora de CANAL+ (y del programa) Cristina Teva. Esto no es tener mala suerte: es tener buena y mucha. Para mi sorpresa, mi chica no muestra el menor atisbo de celos, a pesar de que nos vamos tres días. Prefiero no preguntarle si su tranquilidad se debe a su confianza en mis nulas posibilidades o en el buen concepto que tiene del gusto de Cristina.
    En el aeropuerto, el aeromozo de facturación nos pregunta inquisidor que si sabemos inglés. Como él habla en perfecto español, supongo que le estaría preocupando nuestra desenvoltura en Dublín. Pues yo no sé qué más le dará, cuando fui a Tailandia a mí nadie me preguntó nada. La aerolínea se llama Air Lingus, yo nunca la había oído. Me pregunto si la cadena Lingus tendrá una sucursal que se llame Cuni.
  • Llegamos al hotel, tramitado por Sony Televisión y nuestra empresa. Por error, nos asignan una sola habitación. En mi espectacular inglés, explico que nos tienen que dar dos habitaciones, que vamos por trabajo, no por placer, que qué error más tonto, je, je, je (risa nerviosa). Por dentro, en mi espectacular español, rezo para que no les queden más habitaciones, pero en ese momento no me acuerdo bien del Padrenuestro y la recepcionista termina siendo más rápida que Dios. Pues nada, dos habitaciones.
  • Consejo por si visitáis Dublín: en Irlanda no están claras las zonas de fumadores y no fumadores. A Cristina y a mí nos amonestaron por fumar en una calle por la que no pasaba nadie (en serio). Nos echó un señor con uniforme y una carretilla. Igual nos estaba tomando el pelo y fuimos unos flojos, pero es que a mí si me regañan en inglés o alemán, me intimidan más.
  • Otra advertencia turística: parece ser que en Dublín no hay gays. Sí que hay una zona en la que ondean unas descomunales banderas arcoiris, hay muchos restaurantes modernos y locales con la banderita, y bares de copas claramente gays. Pero no es el barrio gay. Porque le preguntamos por esas calles a un viandante (es que las habíamos visto durante un paseo y queríamos cenar allí, pero ahora no las encontrábamos), y nos dijo que lo de la bandera no era posible, porque en Dublín no hay zona gay. Él sabrá, que era de allí, así que la banderaza ésa sería un homenaje al espectro que forma la luz cuando un haz se refracta en el agua, o algo así que nos explicaban de niños, pero yo no atendí ese día.
Temple Bar, la calle más famosa de Dublín
  • Nos vamos por fin a hacer las entrevistas de Los Tudor, que es a lo que hemos venido a Dublín. Entre todos los periodistas formamos un grupo ecléctico compuesto por un orondo inglés, un irascible francés, una pizpireta alemana, una encantadora española, una sosa checa y una que no sé de dónde era porque no hablaba casi. Y nosotros dos. Éramos la única tele, todos los demás eran de prensa escrita, así que dividimos las tareas: ellos tomarían apuntes y nosotros pasaríamos frío en los platós vacíos esperando nuestro turno.
  • En las entrevistas para televisión es habitual parar en algún momento porque haya algún ruido: una máquina, un motor, un móvil… Pero es la primera vez que he tenido que parar una entrevista porque en un taller de costura que confecciona ropa del siglo XVI, alguien enciende un microondas para hacer palomitas de maíz. Y ya sabéis el ruido que hacen cuando estallan, las dichosas cotufillas.
  • Con lo de tener mala suerte, además de lo del hotel y las palomitas, me refiero a que si estás grabando en un interior, no es normal que comiencen a graznar unos patos que yo no veo por ningún sitio, y que parecen estar realizando el ritual de apareamiento entre el macho dominante y la hembra en celo. Pues eso nos pasó.
  • Os pareceré poco riguroso, pero cuando has parado de grabar porque alguien hace palomitas y un ánade grazna con fuerza ciclópea, los ruidos de la calle me empiezan a parecer música celestial. Más me extrañó que nos ofrecieran hacer una entrevista a un actor vestido del siglo XVI junto a un contenedor de basura (pero de estos grandotes que ponen en las obras), Menos mal que el cámara que nos asignaron se hizo nuestro amigo y cómplice y conseguimos buscar un lugar más lógico. Al menos un poquito más.
  • Acabamos tan agotados, que Cris y yo nos saltamos la última visita guiada por los platós de Los Tudor (en los que nosotros ya habíamos grabado y que nos conocíamos de memoria). Pero tal vez no debimos despedirnos del grupo diciéndole con la boca llena de sandwich: “¡Adiós, nosotros pasamos, a ver si os gusta!”. Y Cristina: “¡Robadnos unas velas del decorado!” Era una broma, pero nadie se rió. Seguramente porque les debió de sonar a algo así como: “¡Anda y que os pelen, que nosotros ya lo hemos visto todo y aquí os espero friendo un güevo!”
  • A eso de la una de la madrugada, con unos cuantos vinos encima, terminábamos en el pasillo del hotel un debate trascendental a grito pelado sobre Colate Vallejo Nájera. En esto se abre la puerta de una habitación y sale un hombre con unos preciosos gallumbos como de raso negro. Yo creí que nos iba a pedir silencio, pero miró a un lado y a otro, pensó “no hay moros en la costa”, y permitió que saliera de su habitación una señorita que por su atuendo yo diría que era una pilingui y Cristina diría que era una puta. Al hombre no le debimos de parecer moros en la costa, sino cretinos en el pasillo, porque no le impusimos ningún respeto.
Pese a todo, gracias a Cris, a un realizador que se llama Quique Garrido, a una productora que se llama Ruth Mediodía, a un cámara que se llama Antonio González (que es un tipo y un profesional magnífico, pero desconfiad de él porque el otro día me dijo que a veces lee este blog), a mucha más gente y a las entrevistas realmente buenas que hemos conseguido, muy mal tendría yo que hacer mi trabajo para que este programa especial no salga estupendamente chachi. Además, mañana mismo me marcho a Barcelona a entrevistar a un tipo fantástico que se llama Jacinto Antón, al que le encanta la serie y que sabe de Historia más que todos los que hacemos este blog juntos. De hecho, hoy me he enterado con gran alegría de que le han concedido el Premio Nacional de Periodismo Cultural, así que enhorabuena, maestro (si podéis recuperar sus artículos titulados “Cobardes de la Historia“, pasaréis unos ratos excelentes, edificantes y muy divertidos).
De la tercera temporada de Los Tudor y de la aparición estelar que tuvo en Dublín Jonathan Rhys Meyers (surrealista hasta decir basta), os hablaré cuando se acerque el estreno de la serie. Hoy, una vez más, sólo quería compartir con vosotros los momentos más tontos de mi existencia.