lunes, 6 de julio de 2009

Pues no habré pagado yo fantas ni nada

Últimamente me está sucediendo una cosa curiosa en este blog. Escribo sobre El último superviviente y sobre su “webmaster” Eva Díaz, y me hace un comentario la propia Eva Díaz. Hablo de Spanish Movie y su guionista Paco Cabezas, y me hace un comentario desde Argentina el mismísimo Paco Cabezas. Visto lo cual, decido escribir sobre Martina Klein completamente desnuda. Pero a última hora me echo atrás, porque si Martina se decidiera a aparecérseme en este blog o en persona, sé perfectamente que le acabaría pagando una fanta.
La primera fanta que pagué fue en 1º de BUP, y en realidad fue una cerveza, además fue mi primera cerveza, que me pareció más de machote. Por supuesto, Isabel no me hizo ni caso, ni ese día ni jamás. Desde entonces he pagado muchas fantas, porque además de pagafantas soy bastante generoso, aunque lo cierto es que hace tiempo que ya no pago ninguna. A  mí en cambio  me han pagado bastante pocas, supongo que porque les echo vodka y salen más caras. Y si no es por eso, yo prefiero pensar que sí.
Joder, cada día me cuesta más entrar en materia. Vamos allá: el viernes se estrenó PAGAFANTAS, de Borja Cobeaga. Un Pagafantas es lo que os he intentado explicar en el anterior párrafo: un chico que se enamora de una chica que sólo lo quiere como amigo, así que en lugar de acostarse con ella lo único que consigue en la vida es pagarle las fantas. El Pagafantas de la película es Gorka Ochoa (Cuestión de sexo, Vaya semanita) y la fantaspagadas es Sabrina Garciarena, una actriz argentina monísima a la que yo no tenía fichada, pero que me dicen que también salió en varios capítulos de Cuestión de sexo. Yo a Sabrina le habria pagado fantas, coca colas y otras prebendas.
Gorka Ochoa y un bombón argentino llamado Sabrina Garciarena.
Me habían hablado bien de Pagafantas después del Festival de Málaga (se llevó el premio de la crítica y el de mejor guión), pero también me habían hablado no demasiado bien. Y yo fui a verla con un resquicio de duda entre los dientes, expresión que no sé si tiene sentido. ¿Por qué? Pues porque de los tres cortos que había visto de Borja Cobeaga, sólo me había convencido uno y no rotundamente (La primera vez, nominado al Goya, me dejó frío que diría Carlos Boyero. Éramos pocos me gustó y me hizo mucha gracia, pero me pareció sorprendente que llegara a ser nominado al Oscar, aunque me hizo ilusión. Y en Limoncello, que eran tres cortos en uno, se veía claramente superado por los tercios de Luiso Berdejo y Jorge Dorado).

Así que Pagafantas me sorprendió muy agradablemente. Si la vais a ver, fijaos en estos detalles y a ver si luego coincidís conmigo:
  • Los secundarios le suben un par de puntos a la película. Óscar Ladoire, dichosos los ojos, está sembrado. Julián López y Ernesto Sevilla, otros dos Muchachadas Nui (en el post anterior ya “colocamos” en el cine a Joaquín Reyes y Carlos Areces), tienen respectivamente un papel y un cameo. Ambos parecen escritos a su medida. Porque la película tiene algo del rollo Muchachada,
  • El concepto de Pagafantas y sus variantes están explicados con fragmentos de un documental narrado por la voz que más habréis oído en documentales: la de José María del Río. Por su cambio brutal de estilo narrativo, estos insertos son los mejores momentos de la película (con José María del Río tuve la suerte de trabajar en un programa, y no sólo tiene la mejor voz que he oído, sino que es el profesional del ramo más infalible del mundo y una excelentísima persona).
  • Hay un momento en el que Borja Ochoa está en el salón de su casa viendo una película de vídeo. Es Kárate a muerte en Torremolinos, la primera película de mi amigo (y de este blog) Pedro Temboury, que según mi amigo (y de este blog) Javier Ocaña es “la peor película jamás estrenada en España”. Como soy amigo de los dos, no voy a decir con cuál de ellos estoy más de acuerdo.
  • Enrique Bunbury no aparece en la película, pero es un personaje más. Borja Cobeaga sabe explotar ese amor-odio extremo que Bunbury provoca en la gente, y lo hace elegantemente, ni le ensalza ni le pone a caldo. Por motivos que no vienen al caso, me divierte mucho más que el macguffin de Pagafantas sea Bunbury a que lo hubiera sido, por ejemplo, Loquillo.
  • La película dura lo que tiene que durar: menos de 90 minutos. Si llega a durar más, se me pudo hacer hasta larga. Ya me sobran unos 20 minutos, pero no por el metraje, sino porque hay un ratito en el que me parece que el guión sufre un bajón, básicamente porque no hay mucho mucho más que contar. Pero no duele, porque al final remonta, se acaba y chimpún, para casa con la sonrisa puesta.
Yo con mi camiseta de Pagafantas. Que tiene que estar mal hecha, porque a mí se me suelen marcar los abdominales a través de la ropa, y en cambio con esta camiseta no.
Al salir del cine, mi chica echó de menos el teléfono móvil. Volvimos a entrar en la sala y allí estaban los muchachos de la limpieza, recogiendo las putas palomitas de los otros. Les preguntamos por el móvil y, aleluya, nos lo devuelven. Y uno de ellos nos dice con bastante coña: “pues no es lo peor que se han olvidado hoy: nos hemos encontrado un tanga” (os lo juro: yo en este blog nunca miento). Y me pregunto si estoy asistiendo a otro sketch de la película. En cualquier caso, la pareja de la chica que lo perdió no era precisamente un Pagafantas

Y vosotros/as… ¿habéis pagado muchas fantas?