viernes, 1 de octubre de 2010

Animadrid, José Ramón, Daniel Sánchez Arévalo

Hoy voy a hablaros de animación, de dibujos, de ilustraciones y de cine. Y en un ataque de democracia temporal, en una exhibición de integración de todas las edades, voy a escribir una entrada en la que pueden sentirse cómodos los niños de hoy, los niños de ayer y el público de las salas de cine de todos los tiempos. A los niños del mañana, mira, que les den por el saco rectal.
La mecha de todas estas divagaciones la encendió como todos los años mi querida Laura Olaizola, encargada de prensa del festival Animadrid, que este año celebra su duodécima edición (la celebra el Festival, Laura no sé qué edición celebra porque a las señoritas no se les pregunta eso). Como todos los años desde que nos conocemos, Laura me invitó a Animadrid y a hacer algo para el programa de cine que se supone que dirijo con soltura. Yo, ni corto, ni perezoso, ni glotón, ni embarazado, ni muchas cosas más (no sé por qué sólo se recalca lo de corto y perezoso), indagué en el programa de Animadrid con una lupa y un vaso de agua cerquita.
Entre los actos que se han celebrado en el certamen que dirige Pedro Medina, al que no pude saludar el otro día por una disfuncionalidad de unos dos o tres minutos, me llamó la atención el homenaje a  Michel Ocelot. Michel Ocelot (y no “Lancelot”, como decía el miércoles el Diario de Pozuelo) es un animador francés absolutamente fuera de las corrientes disneyanas, digitales o pixarianas, con un estilo näif más cercano a Rousseau el aduanero que a los dibujos de la Dreamworks (que ojo, están también muy bien). Ocelot tiene un montón de películas maravillosas, pero para a mi insano juicio destacan tres: “Kirikú y la bruja”, “Kirikú y las bestias salvajes” y “Azur y Asmar”. Son deliciosamente surrealistas, inocentes y bonitas. Si no las conocéis, buscad alguna de ellas. Vais a flipar.
Kirikú, de Michel Ocelot, un negrito pequeñísimo que va por libre desde el momento en el que nace (en el que incluso avisa a su propia madre, como en las historias de Gila).
Pero había un acto en Animadrid que me tocaba mucho más de cerca. El martes 28 el Festival homenajeaba a José Ramón Sánchez. Para los que tenemos algo más de 20 años (aproximadamente, unos 20 ó 25 años más) José Ramón es toda una institución. José Ramón era el dibujante de la tele, de la única tele, que era TVE. José Ramón dibujaba con los niños, y nos enseñaba a pintar un circo, un león, un payaso. José Ramón salía en El kiosko, en Dabadabadá, en los programas infantiles de los últimos 70 y primeros 80, cuando los niños disfrutábamos de programas para nosotros y no teníamos que aguantar hasta la noche para ver a Pablo Motos manchando a sus invitados. Y José Ramón era un señor simpatiquísimo que hacía dibujos pensados únicamente para soñar. Algunos años después de hacer estos programas, José Ramón se sacó de la chistera un par de exposiciones con el cine como leit motiv. Qué de colores, qué de historias, qué de amor al cine había en esas dos exposiciones.
Y para colmo, José Ramón Sánchez era amigo de mi padre.
Así que nos pusimos manos a la obra y decidimos quedar con José Ramón para hacerle una entrevista en nuestro programa de CANAL+, del que por cierto, ¡dice que es fan! (qué cosas, yo crecí viéndole en la tele y ahora resulta que él ve un programa que hago yo). Pero para rizar el rizo, y en uno de esos destellos de genialidad que tengo cada dos años a finales de septiembre, se me ocurrió llamar también a su hijo Daniel Sánchez Arévalo, el director de Azuloscurocasinegro y Gordos, para que se viniera a la entrevista. Así, como favor desinteresado. Y Daniel, que es un cielo, aceptó y se vino. Y junto a David Broncano, ese joven genio del humor con quien este año tengo el gusto de trabajar, mantuvieron una conversación de padre a hijo, pero sobre todo de cinéfilo a cinéfilo, llena de una ternura que yo no podía ni imaginar cuando, al principio de este post, os contaba que empecé a leer el programa de Animadrid.
"El desván de la fantasía", de José Ramón Sánchez. Muchos mayorzotes todavía recordarán la cantinela: "sube que sube, sube al desván..."
Y como mucha gente no sabe que Daniel es hijo de José Ramón, y como organizamos esta charla en la sala de exposiciones que exhibe sus dibujos (gracias a Julia Sánchez), pues la estancia se llenó de espectadores, curiosos y amigos que venían a ver el posterior homenaje. Y todos en silencio, escucharon las cosas que les preguntaba David y las cariñosas anécdotas que recordaban y contaban padre e hijo.
Antes de todo esto, cuando nos encontramos, José Ramón me estuvo contando a qué se dedica ahora, cómo le gusta y le sigue gustando el cine, cómo admira a su hijo como contador de historias, cómo acudió cada día (¡cada día!) al rodaje de Primos, la tercera película de Daniel, para hacer un diario de rodaje y un dibujo con la escena del día (ese libro tengo que verlo yo)… y también evocamos algunos recuerdos más personales. Para mí fue un lujo reunir a un dibujante que admiro hasta las trancas y a un director que respeto muchísimo por lo que ha hecho y por lo que sé que va a hacer. Y ver por ahí merodeando a Verónica Mengod y José Carabias no sé si fue un lujo, pero me trasladó a mi última infancia, a ésa época en la que las hormonas andan confundidas entre los juegos, las chicas y los lapiceros de colores. 
No cuelgo muchas fotos mías de frente por razones obvias, pero ésta sí. Yo soy el de la cara de lelo.
Mientras David Broncano nos hacía esta foto que acabáis de ver, en la que el pobre Daniel parace que tiene una extraña aura de santo en la cabeza, José Ramón me dijo por lo bajinis: “Ahora mismo tu padre nos está viendo desde ahí arriba hacernos esta foto. Y si sigue ahí arriba es que está bien, porque si no, conociéndole, se hubiera vuelto a bajar”.
Hay veces en las que que uno no puede contener las lágrimas en público, caramba.


(Animadrid se clausura este viernes 1 de octubre, pero la exposición de José Ramón podéis verla hasta el 22 de octubre en Pozuelo de Alarcón).