El pasado viernes me llamaron
bastantes personas para felicitarme. ¿Por el día del padre? No, porque era mi
onomástica, porque yo me llamó San José, como el carpintero aquél, y la gente
quería compartir conmigo semejante mérito. En cambio, nadie me felicitó por el
día del padre, seguramente porque no lo soy.
Es más, me he criado una
cierta fama de no ser fan de los niños, y eso es bastante injusto. Yo
adoro a los niños, me gustan mucho, pero no en el mismo sentido que a los curas
éstos que están ahora tan de moda. Los niños son la alegría de la vida, la
ilusión de los adultos, el color brillante que tiñe de felicidad las aburridas
vidas de los mayores.
Bueno, eso algunos. Porque
otros me parecen unos pequeños hijos de perra, como por ejemplo mis vecinos de
abajo, que cómo chillan, y luego hay otros que a veces huelen mal.
No te pueden gustar los niños
así en general, como no te pueden gustar las mujeres en general: no te pueden
gustar Halle Berry
y Belén Esteban,
te tienen que gustar sólo algunas mujeres. Y te pueden gustar algunos niños,
pero no todos.
Yo esta teoría ya le tenía
cuando precisamente era niño yo, época en la que, coherentemente, me odiaba a
mí mismo porque chillaba y a veces olía mal. El motivo es que desde que veo la
tele, y os estoy hablando de hace muchos años, siempre me he encontrado en
las series con niños repipis que dan repelús. Me he puesto a pensar en compañía
de mi hermana Beatriz y me han salido unos cuantos niños televisivos que
justificarían la restauración de la monarquía de Herodes, aunque ya sé que eso
no puede ser porque al que le toca reinar después de Juáncar es a su hijo
Felipe.
Pero en mi memoria quedarán
para siempre estas incómodas figuras infantiles, si no os acordáis de algunas
de ellas es que sois más olvidadizos que yo o sencillamente más jóvenes.
Dejadme pensar que es lo primero.
- Barullo. Barullo
era negro. Y además de ser negro, ¿quién era Barullo?, os preguntaréis histéricos. Pues
era el niño de Los
Chiripitiflaúticos, pero si vuestra memoria o edad no llega a
1973, no sabréis de qué hablo. Yo a Barullo
le tenía manía porque era más listo que los mayores, cantaba bien, podía
ir en globo y encima era negro. No le odiaba por ser negro, o sea, no era
un problema de xenofobia, al revés, yo soy más blanco que el queso Philadelphia,
y me daba envidia su color tan sanote. Barullo
en realidad se llamaba José
Santiago Martínez. Nunca más volvió a actuar, pero Santiago Segura,
otro gran friki de mi generación, le recuperó para la escena más racista
de Torrente,
el brazo tonto de la ley.
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Los Chiripitifláuticos. A ver si adivináis cuál es Barullo. |
- Laura, Mary y sobre todo Carrie.
Si yo hubiera conocido a las niñas de La
casa de la pradera seguro que las hubiera tirado del pelo, y
seguro que después, entre las tres, me hubieran dado de hostias. Mary y Laura me daban cosita
porque eran tan buenas, lloraban tanto y se decían entre sí tantas veces
“te quiero” que me hacían sentirme como un gusano sin sentimientos que
odiaba a mis semejantes, porque yo no sé decir “Te quiero”, fijaos: “Te
quiofrea”, ¿veis? No hay forma. Carrie,
la pequeña, directamente no me afectaba. No hacía nada, no hablaba, sólo
sonreía en brazos de sus padres. En casa decíamos que era como un saco. A
mí las niñas de los Ingalls
me parecían tan odiosas como los niños de los Olleson.
- Vicky Stubbing, la niña de Vacaciones
en el mar. Me parecía una repelente, qué queréis que os
diga. Iba siempre vestida de mayor, con tacones y pintada como una puerta
pintada, y trabajaba como ayudante de Relaciones Públicas en el barco del
amor, que yo creo que por mucho que fuera la hija del Capitán, eso no es
legal. A mí los niños que hablan como si fueran mayores me dan miedo. A Ivana Baquero, la
niña de El laberinto del
fauno, le pasaba un poco, pero ya está creciendo y se nota
menos.
- Rudy y Vanessa Huxtable. Cuando conocí a las hijas de Bill Cosby yo ya
había superado lo de mi alba palidez, al contrario que el pobre Michael Jackson, así
que no les tenía manía porque fueran más morenas que yo. Pero estas niñas
volvían a parecerme repipillas, y sus escenas con Bill Cosby me daban
vergüenza ajena, y yo tengo la vergüenza ajena muy acusada, y cuando una
secuencia me ruboriza me da por hacer zapping, y como en esa época la tele
se veía en familia, pues yo cambiaba de canal y mis hermanas, que eran
blancas, me tiraban piedras de río a la cabeza. Por eso las odiaba. La
otra hija de los Huxtable
era Denise, o
sea, Lisa Bonet,
pero Lisa Bonet
ya no era una niña. Como yo tampoco era un niño, pues Lisa Bonet era la
hija que más me gustaba. Le tenía un cariño especial, una simpatía
acentuada, un apego cordial… Sí, me habéis entendido: Lisa Bonet me la
ponía obesa.
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Los Huxtable. Hoy la que me pondría cariñosote sería la madre, que en la vida real era hermana de la señorita Grant de "Fama". |
- Me estoy dando cuenta de que le he tenido demasiada manía a
actores-niños-negros. Voy a tener que mirarme en el médico, igual en mi
infancia fui racista y por eso ahora soy idiota. Pero es que en los
80 hubo también dos negritos tremendos: Webster y Arnold. Webster y Arnold eran dos niños
pequeñísimos, tanto que uno de ellos (Arnold)
era enano. El actor de Arnold
estuvo haciendo de niño un porrón de años, porque lamentablemente no
crecía. Webster
no sé si creció (como le tenía manía luego no seguí su trayectoria), pero
era un repelente de aquí a Lima.
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¿Veis qué pequeño Webster? ¿A que parece un llavero? Pues bien, el enano era el otro. |
- Mira, los niños de Verano
azul no me provocaron ese efecto de rechazo. Supongo que
si les viera ahora me provocaría rechazo hasta la madre que parió a Chanquete, pero en ese
momento no me parecían deplorables. En cambio, años después, Antonio Mercero sí
me hizo pasar vergüenza ajena con otro de sus niños, Guille, el de Farmacia de guardia
(como ya sabréis los asiduos de este blog, el que me parecía un crack era El Piña).
- Ya que estamos hablando de niños y de series españolas de
gran audiencia, el que también era tremendo era Chechu, el de Médico de familia.
No Aarón Guerrero,
el actor, que pobrecillo, sino el personaje, que mezclaba las travesuras
con la ternura y con el abuelo que le llamaba muchas veces Chechu. Es que Emilio Aragón es
como Mercero
pero subiendo el nivel de ñoño.
- Con las que no podía era con las niñas de Padres forzosos. Yo
entendía perfectamente el título de la serie, y pensaba: “y tan forzosos”.
Tampoco podía con sus tíos, ni con el rockero, que seguro que era un
pederasta que tocaba a las gemelas Olsen,
ni el bobote que manejaba una marioneta. Y a las niñas las
vestían como a pilinguis.
Y así, de los últimos años, se
me viene a la cabeza Carlitos,
el niño de los Alcántara,
o sea de Antonio y Merche, o sea, de Imanol Arias y Ana Duato, o sea de Cuéntame. Es que es difícil
conseguir que un niño en la tele sea creíble. Por eso cuando veía Aquellos maravillosos años,
con ese Kevin que
tenía envidias, odios y que no sabía pedir perdón… o cuando vi una película
argentina que se llamaba El
sueño de Valentín, con ese niño llamado Rodrigo Noya que luego
hizo Hermanos y detectives…
entonces el trabajo de los directores me parece maravilloso, me quito el
sombrero y vuelvo a creer en el patrón de todos los niños, que es San el
Niño Jesús.
Ah, y era buenísimo el niño de
A las once en casa.
El actor se llamaba Javi de
Quinto, y ahora es amigo mío. ¿Veis? No odio a todos los niños…
Pero me he dejado muchos a propósito. Os toca.