martes, 13 de octubre de 2009

Adjudicado

He leído durante estas semanas algunas noticias sobre subastas. Me llama la atención el tema de las subastas, aunque nunca he estado en una. Estoy seguro de que si asistiera, me dejaría llevar por la emoción y pujaría desproporcionadamente por un paquete de anacardos, sólo por el placer de oír eso de: “El caballero de la mirada inquietante y la barba fusiforme ha ofrecido 20.000 euros, ¿alguien ofrece 20.001? ¡Adjudicado al cretino de la mirada inquietante y la barba fusiforme!” Sí que he estado en una lonja gallega en una subasta de pescado a la baja, pero no pujé porque era un poco estresante y estaba rodeado de profesionales del gremio, y no venía a cuento pujar por una ración de chopitos, que es lo que yo quería. ¿Nunca habéis estado en una subasta a la baja? Molan un pasote, tía.
El caso es que leo recientemente que el Teatro Lara de Madrid ha subastado sus viejas butacas para financiar su reforma y cambiarlas por unas nuevas. Lo de “subasta” era de mentirijillas, porque costaban 350 euros te pusieras como te pusieras, pero la llamaron así. A mí me encantaría tener una butaca del Teatro Lara en mi salón, si viviera solo seguro que la tendría ya, pero por suerte vivo con alguien a quien le cuadran mejor las cuentas, porque si yo viviera solo tendría un montón de chorradas carísimas y no tendría dinero para pagar la casa en la que meterlas. Así que en vez de una silla del Lara, tengo una mesa del Ikea.
También leo que hace una semana se ha subastado una serie de objetos de Ingmar Bergman: desde el famoso tablero de ajedrez de El séptimo sello hasta su equipo de música. Picado por la curiosidad que suscita en mis adolescentes meninges la combinación “subasta + cine”, decido llamar a mi hermana Beatriz para que me cuente cuáles son las cosas más extrañas por las que los mortales hemos podido pujar en nombre del séptimo arte (mi hermana Beatriz es mucho más cinéfila que yo, y sabe mucho más de estos temas. Para compensar esta injusticia, Dios me dotó con unos peronés arrebatadoramente sexies de los que ella carece). Y mi hermana me habló de:
  • El vestido negro de Givenchy que llevaba Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes. Fue vendido por unos 630.000 euros, el precio más alto jamás pagado por una prenda de vestir confeccionada expresamente para el cine.
El vestido de Audrey. Cualquier hombre en sus cabales pujaría por él.
  • Porque luego hay prendas por las que se ha pagado mucho más, pero que no estaban hechas para el cine. El vestido que llevaba Marilyn para cantarle el “Happy Birthday” a John Fitzgerald Kennedy superó esta cifra, y fue adquirido por más de 680.000 euros. En cambio, el camisetón rojo con el que Fofó le cantó el “Feliz, feliz en tu día” a Arias Navarro, nunca se subastó. Es más, tal vez esta historia nunca sucedió.
  • Para acabar con los trajes: el de Christopher Reeve en Superman alcanzó 80.000 euros. Es tan barato porque sólo se puede usar como pijama y con los gallumbos por dentro. Y por el coñazo de tener que buscar una cabina de teléfonos para ponérselo, porque ya casi no quedan.
Ahora viene una tanda de objetos por los que reconozco que hubiera pujado gustoso:
  • Uno de los bastones que Charles Chaplin utilizaba para hacer de Charlot: Unos 7.000 euros.
  • La estatuilla de El halcón maltés, que como todos sabéis, estaba hecha del material con el que se hacen los sueños. 32.000 euros. A mí me vendría genial, porque últimamente no pego ojo, pero creo me sale más a cuenta la Dormidina.
  • El platillo volante en miniatura de Planeta prohibido. ¿Por qué me interesa semejante frikada? Pues porque es de una película de Leslie Nielsen. 700.000 eurazos.
  • El anillo que llevaba Bela Lugosi en Drácula. 27.000 euros. Pujaría encantado por cualquier objeto de Bela Lugosi.
  • La bola de discoteca de Fiebre del Sábado Noche. Unos 4.700 euros. Iría fenomenal en mi casa, que está decorada en un estilo retro-pop. De hecho ya tenemos una bola, pero más pequeña. La nuestra es del tamaño de un huevillo de John Travolta. Bueno, es mentira, es mucho más grande.
  • Los bañadores de Pamela Anderson y David Hasselhoff en Los vigilantes de la playa. No digáis que no molaría ir por Gandía con el bañador rojo, corriendo a cámara lenta, y tu chica al lado con el de Pamela Anderson moviendo sucintamente las peras. Te quedarías con toda la gente. Unos 2.000 euros el de ella y unos 1.000 el de él. Esto empieza a parecer la megafonía de El Corte Inglés.
Los bañadores de "Los vigilantes de la playa". Dios, cómo molan.
Y ahora una serie de objetos por los que yo no pujaría, pero que me han hecho gracia y si me los regalaran, me los quedaría:

  • El látigo de Indiana Jones: 40.000 euros. Ideal para sadomasoquistas.
  • La cabeza de C3PO en El retorno del Jedi. Yo me la pondría para darle sustos a mi cuñada Rosa. 47.000 euros.
  • Ya que estamos en Star Wars, la espada láser utilizada por Luke Skywalker: Unos 120.000 euros. A mí me viene bien como mechero para encender la pipa desde lejos.
La espada Láser de Luke. Yo prefiero la de Darth Vader, porque puedes usarla para cortarles las manos a los niños mientras les dices: "Yo soy tu padre" con la voz de Constantino.
Por subastarse, se ha llegado a subastar una cita con Scarlett Johansson por 27.000 euros y con Anne Hathaway por 8.000 (para fines benéficos). Seguro que a la cita va también su representante, y hasta es posible que luego no te dejen copular con ellas al tiempo. Pues vaya caca de cita.

Pero a mí en realidad lo que me gustaría es ir a una subasta y que el lote lo formaran, por ejemplo, estas cinco cosas:
  • El envoltorio del chicle que McMurphy (Jack Nicholson) le da a “El Jefe” en Alguien voló sobre el nido del cuco, y que hace que éste pronuncie sus primeras palabras: “¡Es de frutas!”.
  • El póster de Marilyn que Andy Dufresne (Tim Robbins) coloca en su celda de Cadena perpetua, y que en realidad oculta el túnel que lleva cavando décadas con un pequeño martillo para tallar minerales.
  • El cochecito de juguete que se quiere quedar Cassen en Atraco a las tres y que utiliza José Luis López Vázquez para explicarles a todos el plan para robar el banco.
  • Uno de los dos panecillos en los que Charles Chaplin clavó un tenedor para hacer la más tierna coreografía jamás vista en una película (La quimera del oro).
  • Cualquier prenda íntima de Angelina Jolie, Ava Gardner, Charlize Theron, Rita Hayworth, Scarlett Johansson, Martina Klein… (Martina Klein no tiene nada que ver con el cine) (Maldita sea, gracias por avisarme, me había lanzado e iba a seguir enumerando las de algunas compañeras del trabajo).

Y digo yo, ¿por qué objetos de cine pujarías vosotros, mis queridos gorrioncillos?