He leído durante estas semanas
algunas noticias sobre subastas. Me llama la atención el tema de las subastas,
aunque nunca he estado en una. Estoy seguro de que si asistiera, me dejaría
llevar por la emoción y pujaría desproporcionadamente por un paquete de
anacardos, sólo por el placer de oír eso de: “El
caballero de la mirada inquietante y la barba fusiforme ha ofrecido 20.000
euros, ¿alguien ofrece 20.001? ¡Adjudicado al cretino de la mirada inquietante
y la barba fusiforme!” Sí que he estado en una lonja gallega en una
subasta de pescado a la baja, pero no pujé porque era un poco estresante y
estaba rodeado de profesionales del gremio, y no venía a cuento pujar por una
ración de chopitos, que es lo que yo quería. ¿Nunca habéis estado en una
subasta a la baja? Molan un pasote, tía.
El caso es que leo
recientemente que el Teatro
Lara de Madrid ha subastado sus viejas butacas para financiar su reforma y
cambiarlas por unas nuevas. Lo de “subasta” era de mentirijillas, porque
costaban 350 euros te pusieras como te pusieras, pero la llamaron así. A mí me
encantaría tener una butaca del Teatro Lara en mi salón, si viviera solo seguro
que la tendría ya, pero por suerte vivo con alguien a quien le cuadran mejor
las cuentas, porque si yo viviera solo tendría un montón de chorradas carísimas
y no tendría dinero para pagar la casa en la que meterlas. Así que en vez de
una silla del Lara, tengo una mesa del Ikea.
También leo que hace una
semana se ha subastado una serie de objetos
de Ingmar Bergman:
desde el famoso tablero de ajedrez de El
séptimo sello hasta su equipo de música. Picado por la curiosidad
que suscita en mis adolescentes meninges la combinación “subasta + cine”,
decido llamar a mi hermana Beatriz para que me cuente cuáles son las cosas más
extrañas por las que los mortales hemos podido pujar en nombre del séptimo arte
(mi hermana Beatriz es
mucho más cinéfila que yo, y sabe mucho más de estos temas. Para compensar esta
injusticia, Dios me dotó con unos peronés arrebatadoramente sexies de los que
ella carece). Y mi hermana me habló de:
- El vestido negro de Givenchy que llevaba Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes.
Fue vendido por unos 630.000 euros, el precio más alto jamás pagado por
una prenda de vestir confeccionada expresamente para el cine.
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El vestido de Audrey. Cualquier hombre en sus cabales pujaría por él. |
- Porque luego hay prendas por las que se ha pagado mucho más,
pero que no estaban hechas para el cine. El vestido que llevaba Marilyn para
cantarle el “Happy
Birthday” a John
Fitzgerald Kennedy superó esta cifra, y fue adquirido por
más de 680.000 euros. En cambio, el camisetón rojo con el que Fofó le cantó el “Feliz, feliz en tu día”
a Arias Navarro,
nunca se subastó. Es más, tal vez esta historia nunca sucedió.
- Para acabar con los trajes: el de Christopher Reeve en
Superman
alcanzó 80.000 euros. Es tan barato porque sólo se puede usar como
pijama y con los gallumbos por dentro. Y por el coñazo de tener que buscar
una cabina de teléfonos para ponérselo, porque ya casi no quedan.
- Uno de los bastones que Charles Chaplin utilizaba para hacer de
Charlot: Unos
7.000 euros.
- La estatuilla de El
halcón maltés, que como todos sabéis, estaba hecha del
material con el que se hacen los sueños. 32.000 euros. A mí me
vendría genial, porque últimamente no pego ojo, pero creo me sale más a
cuenta la Dormidina.
- El platillo volante en miniatura de Planeta prohibido. ¿Por
qué me interesa semejante frikada? Pues porque es de una película de Leslie Nielsen.
700.000 eurazos.
- El anillo que llevaba Bela
Lugosi en Drácula.
27.000 euros. Pujaría encantado por cualquier objeto de Bela Lugosi.
- La bola de discoteca de Fiebre
del Sábado Noche. Unos 4.700 euros. Iría fenomenal en mi casa,
que está decorada en un estilo retro-pop. De hecho ya tenemos una bola,
pero más pequeña. La nuestra es del tamaño de un huevillo de John Travolta.
Bueno, es mentira, es mucho más grande.
- Los bañadores de Pamela
Anderson y David
Hasselhoff en Los
vigilantes de la playa. No digáis que no molaría ir por Gandía
con el bañador rojo, corriendo a cámara lenta, y tu chica al lado con el
de Pamela Anderson
moviendo sucintamente las peras. Te quedarías con toda la gente. Unos
2.000 euros el de ella y unos 1.000 el de él. Esto empieza a parecer la
megafonía de El Corte Inglés.
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Los bañadores de "Los vigilantes de la playa". Dios, cómo molan. |
El látigo de Indiana Jones: 40.000 euros. Ideal para sadomasoquistas.- La cabeza de C3PO en El
retorno del Jedi. Yo me la pondría para darle sustos a mi
cuñada Rosa. 47.000 euros.
- Ya que estamos en Star
Wars, la espada láser utilizada por Luke Skywalker: Unos
120.000 euros. A mí me viene bien como mechero para encender la pipa
desde lejos.
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La espada Láser de Luke. Yo prefiero la de Darth Vader, porque puedes usarla para cortarles las manos a los niños mientras les dices: "Yo soy tu padre" con la voz de Constantino. |
Pero a mí en realidad lo que me gustaría es ir a una subasta y que el lote lo formaran, por ejemplo, estas cinco cosas:
- El envoltorio del chicle que McMurphy (Jack Nicholson) le da a “El Jefe” en Alguien voló sobre el nido del cuco,
y que hace que éste pronuncie sus primeras palabras: “¡Es de frutas!”.
- El póster de Marilyn
que Andy Dufresne
(Tim Robbins)
coloca en su celda de Cadena
perpetua, y que en realidad oculta el túnel que lleva cavando
décadas con un pequeño martillo para tallar minerales.
- El cochecito de juguete que se quiere quedar Cassen en Atraco a las tres y que
utiliza José Luis
López Vázquez para explicarles a todos el plan para robar
el banco.
- Uno de los dos panecillos en los que Charles Chaplin
clavó un tenedor para hacer la más tierna coreografía jamás vista en una
película (La quimera del
oro).
- Cualquier prenda íntima de Angelina Jolie, Ava Gardner, Charlize Theron, Rita
Hayworth, Scarlett Johansson, Martina Klein… (Martina Klein no tiene nada que ver
con el cine) (Maldita
sea, gracias por avisarme, me había lanzado e iba a seguir enumerando las
de algunas compañeras del trabajo).
Y digo yo, ¿por qué objetos de
cine pujarías vosotros, mis queridos gorrioncillos?