Tenéis que disculparme dos cosas.
Primero: mi inglés, hay veces que me cuesta traducir frases que suenan tan
parecidas al español. Segundo: mi larguísima ausencia. Ha sido un éxodo de dos
semanas común a todos los bloggers de Menstyle,
pero hay una explicación técnica que me han dado los sufridos mantenedores de
esta página: la estaban migrando.
Como no sé lo que es eso, lo he buscado en el diccionario y he descubierto con
sorpresa que trabajo para una manada de aves. Pero tampoco soy un hacha
manejando diccionarios…
El caso es que, por si terminaba esta
migración y me pillaba en la ducha, había escrito un par de cosas sobre los
Goya que os voy a ir contando, porque creo que merece la pena y porque si no
las cuento me van a caducar en la nevera, como con me pasa con los yogures y
las calabazas. A mi amigo Juanqui le pasa también con las cervezas. A mí no.
Así que allá va…
La otra cara de los Goya
La cosa es que el pasado domingo estuve
de cuerpo presente en la Ceremonia
de los Goya,
de cuyos resultados no os voy a contar nada porque ya lo sabréis todo, y si no
os acordáis lo podéis refrescar en Menstyle.
Lo que yo os quiero contar son esos detalles de los que no se entera casi nadie
y que suceden detrás del escenario, o sea, entre bambalinas (si algún día tengo
una hija adoptiva la pienso a llamar Bambalina). Por ejemplo:
·
El Goya es un arma de destrucción masiva. No me refiero a la
(¿desafortunada?) coña marinera de la gala de que el premio de Efectos
Especiales se cayera al suelo y se rompiera. Sino a la estatuilla asesina de Jordi Dauder (actor de
reparto por Camino), que le
provocó tal corte en la mano que le hizo dar las entrevistas posteriores
sangrando como un chotico.
·
Algunos premiados no sueltan el Goya ni para mear. Y hacen bien, porque a los
que lo sueltan se los roban en las discotecas y lo devuelven a la redacción de
EL MUNDO (qué raro me suena a mí todo esto), como le sucedió a Jordi Solé. Pero el caso
es que en un lapso de la ceremonia, me acerqué al excusado a mirgitar con
pericia, y mientras estaba en ello salió de dentro José Luis Cuerda con su
Goya (salió de dentro del baño, no de dentro de mí). Caramba, a mí me cuesta
miccionar con el móvil en la mano, como para sujetar un Goya.
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Imagen de mi cogote entrevistando a Carme Elías, la mejor actriz del año por "Camino" |
·
Al Goya de Honor lo mejor es que no se le entienda. El año pasado, Alfredo Landa pronunció
el discurso ese absurdo de “lo he perfao…por
favor”. Este año, a Jesús
Franco le pusieron un micro en la solapa porque, como está en
silla de ruedas, no llegaba al micrófono de pie. Pero el pobre lo tapó con el
Goya y en la tele no se le oía un carajo. Señores Académicos: los micros de pie
tienen un dispositivo para que se bajen y se suban, como los paraguas. Luego a
Jesús tampoco se le entendió mucho, porque el maestro tiene solo un diente. En
aras de la ilegibilidad, propongo que el año que viene se lo den a Antonio Ozores.
·
Glamour Friki. Aún no entiendo quién demonios invitó a
los Goya como público al Risitas
(o sea, el de cuñaaaaaoooo), a un señor disfrazado de gato de peluche (luego me
enteré que lo llevaron los de El lince perdido),
a Massiel,
a Yola Berrocal
y a la que debe ser su hermana, porque tenían el mismo pecho natural de
familia.
·
Massiel va a los Goya a chupar plano. Andaba yo entrevistando
para mi tele (CANAL+) a Goya
Toledo cuando pasa por detrás Massiel, pisa casualmente la cola del
vestido de Goya, Goya se agacha y Massiel
saluda a mi cámara. Luego lo comento con una compañera de otro medio y me dice:
“ah sí, el año pasado hizo lo mismo con Belén
Rueda”. Demontre.
·
Señores presentadores, a ver si nos aprendemos los nombres
de las personas.
El año pasado José Corbacho
llamó “Belén Esteban“ a Belén Rueda (y no fue de
coña). Este año, ya aposta, llamó “Guillermo
del Toro” a Benicio del
ídem. En el previo de los Goya, llamaron “Ricardo
Franco” a Jesús
Franco. Antes, Carmen
Machi llamó a Leonor
Watling (que ya es difícil de pronunciar ¿“Watling” o “Wotling”?)
“Leonor Guo-guotling”, y después le dijo
a Raúl Arévalo
que se parecía mucho a Sean
Penn en “Harvey Keitel”
(quería decir en “Harvey Milk”). La
próxima vez que vea a Carmen
Machi, como tengo este humor tan elevadamente culto, le voy a
decir que me encantaba en su papel de “Tannhäuser”
en vez de “Aida”. Veréis qué juerga.
·
Manuela Velasco no ha visto la versión americana de REC. Manuela, que el año pasado ganó el premio a la
mejor actriz revelación y que le entregó el Goya a Penélope Cruz en una
parodia de Rec, me confesó que no había
visto Quarantine, pero que por las pocas
imágenes que había visto le parecía todo muy raro, porque era como ver Rec sólo que no estaba ella. Luego pensó que
tal vez los yanquis la clonaran porque no la podían hacer mejor. Me encantan Manuela Velasco y los
panchitos.
·
El director y el niño del Orfanato ya están casi igual de
altos.
Juan Antonio Bayona es
sorprendente escaso. Eso sí, sigue teniendo una mirada que parece que está
analizándote a ti, a tu aura y a tu padre al mismo tiempo. Puro nervio.
·
A José Corbacho le viste Stevie Wonder o su puta madre, con perdón. Este año, tras dos ediciones
presentando la gala, fue mucho más discreto que otros: fue con un traje de Custo de terciopelo morado y una gorra a
juego, como las de Tony
Aguilar. Aún me despierto con sudores recordando una especie de
traje blanco con letras como de periódicos, aunque tal vez fueran insectos
crudívoros, que llevó en otra gala. No sé, pero era muy feo.
·
El día del pueblo. Nerea
Camacho, Roque
Baños y otro ganador (no recuerdo cuál) le dieron las gracias a
su pueblo. Yo no tengo pueblo, así que si algún día me dieran un Goya (me
darían el de mejor actriz revelación) le daré las gracias al de mi hermana, que
es Recas, Toledo. Ah, y a todos vosotros, que soportáis mis ausencias y, lo que
tiene mucho más mérito, mis presencias.
Por cierto, de todas estas cosas no me
hubiera enterado sin la colaboración y la compañía de mi super-productora Cristina Iglesias y de
mis queridos Antonio y
Mario. ¡Gracias!