Hace unos diez días, CANAL+ estrenaba TRUE BLOOD (SANGRE FRESCA), una de esas series que
lamentablemente sólo llegan a las televisiones cada cierto tiempo. Porque es
verdad que desde hace unos 8 años el mundo de las series ha experimentado un
subidón de calidad espectacular, y desde entonces se dice eso de que “el
talento ya no está en el cine, sino en la tele” (bueno, yo no estoy de acuerdo
con esto, creo que el talento sigue estando en el cine y que ahora, además,
también está en la tele). Pero ojo, que desde que tuvo lugar ese “subidón de
calidad”, nos venden cada nueva serie americana como la última genialidad de no
sé quién o la nueva maravilla de no sé cuántos, y tampoco es eso. Pero True Blood sí que es de las
buenas-buenas.
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Anna Paquin muy guapa con otro chico que también es muy guapo pero que es un vampiro |
Este subidón de calidad de las series americanas comenzó en 1999 y
2000 (más o menos) con dos producciones de la HBO: Los Soprano y A dos metros bajo tierra. Las dos eran (y lo serán
siempre) muy grandes. Pues bien: True Blood es del creador de la segunda, Alan Ball, un señor que además tiene
en su currículum el puntazo de haber escrito el guión de American Beauty (¿veis como en el cine
también surge talento?). El punto de partida de True Blood es sencillo pero genial: en
Japón inventan una bebida consistente en sangre sintética (llamada True Blood), y eso permite que los vampiros se puedan alimentar sin
necesidad de matar a la gente o a las vacas. Entonces, comienzan a aparecer
vampiros que vivían en la clandestinidad, y es más, pretenden integrarse en la
sociedad y tener los mismos derechos que el resto de los humanos.
La protagonista es Anna Paquin, que hace de
una joven estadounidense que se enamora de uno de esos vampiros, lo cual no es
demasiado bien visto por su círculo personal y laboral. Anna Paquin es la niña de
esa joyita de 1993 llamada El Piano, por
la que ganó un Oscar que agradeció con un discurso en el que se quedó sin
palabras, protagonizando uno de los momentos más auténticos y
bonitos de las ceremonias de los Oscar (años después Isabel Coixet fingió
quedarse también sin palabras en un discurso, protagonizando uno de los
momentos más falsos y patéticos de los Goya. No lo he encontrado en Youtube,
seguramente nadie lo ha colgado porque le dio vergüenza ajena. Pero esto no
tiene nada que ver con True blood… o
sí).
Anna Paquin ya no es la niña de El piano, sino una chica con poderes
telepáticos (escucha lo que piensan los demás) y que además está bastante
buena. Tanto, que un vampiro se enamora de ella y viceversa. Pero la verdadera
gracia de True
Blood no
está en esta historia de amor, sino en los que la contemplan desde fuera.
Porque el resto de los “humanos” no quieren que los vampiros se integren en la
sociedad así como así. Porque es que estos vampiros que hasta ahora estaban
metidos en su armario particular (o en su sarcófago, no sé), además de ser
vampiros, resulta que son mejores amantes que los humanos, que tienen más
fuerza, que disfrutan con alegría de la vida (eterna) y que tienen unos poderes
que nosotros ni imaginamos.
Es
como cuando, por ejemplo, se les permitió a los negros participar en las
Olimpiadas, y de pronto descubrimos que corrían más que los blancos y que
ganaban más medallas. O que ellos (los negros masculinos, digo), horror, la
tienen más grande. Y que ellas (las negras femeninas) tienen un cuerpazo
felino, unas voces y un ritmo musical de no te menees (con perdón de la
expresión). O cuando de repente los gays colonizaron un barrio y éste resurgió
con cierto estilo y buen gusto. Y de repente parece que se lo pasan mejor que los
demás, y que tienen dinero, y cierta sensibilidad artística, y son mucho más
promiscuos, dicen. Y entonces nos dan envidia, y siempre hay quien intenta que
sus derechos no sean iguales que los de ”los demás”, por si acaso.
Porque
de esto va True Blood. Esos vampiros en
realidad no son vampiros: son negros, son gays, son cualquier grupo social
víctima de la discriminación. Y cuando quieren mezclarse con nosotros, nos dan
miedo. Intentad ver True Blood. La forma
más legal sería verla en CANAL+, pero bueno, ya sabéis como funciona esto.
P.D:
Hoy no he hablado de cine porque mi blog vecino Mil maneras de matar al D.J.
lo ha hecho magistralmente mezclando cine y música, así que si queréis cine, lo
mejor es que me pongáis los cuernos un ratito con él. No me importa, vosotros y
yo formamos una pareja abierta. Gracias, Fermín.