viernes, 20 de enero de 2012

“Los descendientes” en tres pinceladas

Se acaba de estrenar “Los descendientes”, la película de Alexander Payne que ganó hace unas semanas el Globo de Oro a la mejor película dramática. Qué os puedo decir de ella. Pues muchas cosas. Para empezar: que es estupenda, como suelen ser (casi) todas las películas de Alexander Payne. Para continuar: que la veais en V.O.S., si sois de los que podéis ver así las películas (es que hay gente que me dice “yo no puedo ver películas en V.O.S.”, y yo pienso: “que sí, hombre, que todos podemos ver películas en V.O.S.”). Y para terminar: que George Clooney merece ganar el Oscar que va a ganar, pero la película no merece ganar el Oscar que no va a ganar.
Lo que acabo de hacer se llama “Sumario”. Y ahora voy a desarrollar estas tres cosas.
Hijas y aspirante a yerno de George Clooney paseando por la playa.
I. “Los descendientes” es una película en la que el que lleva todo el peso es George Clooney. Es como Pablo Motos: que sale en todos los planos, pero en el caso de George Clooney, esto es bueno. Como habréis oído ya, George hace el mejor papel, de su carrera, en efecto. Mejor que en “Up in the air”, mejor que en “Syrianna”, mejor que en “Urgencias”. Y mejor también que en “Crueldad intolerable”, en la que estaba fantástico y sobre todo demostraba que era un grandísimo actor de comedia. George abandona el aura de glamour con patas y se convierte en un tipo normal. Y Alexander Payne ha hecho una película muy sencilla, un drama familiar con muchas sorpresas y capas, y la ha ambientado en Hawaii, contrastando la felicidad, el dinero y el confort que tiene esa familia con todo lo que se les va a ir viniendo encima (ojo: que esto no es una tragedia ni un dramón de llorar: se llora, vale, pero con moderación, pero también se ríe). Es Payne un buen director: elogiable su “Election”, sobrevalorada pero decente su “A propósito de Schmidt” y grandísima su “Entre copas”. Y aquí vuelve a hacer bien lo más difícil: contar una buena historia con los mimbres más sencillos y lógicos: buenos actores y un buen guión.
II. Pero hay que verla en V.O.S. En serio. Yo soy de los que veo el cine en V.O.S., y si la película está doblada apago la tele, insulto a mi chica y sacrifico a una cerda. Pero por circunstancias que no os voy a contar aquí (FOX me invitó a una premiere), el destino quiso que yo viera “Los descendientes” y no “The descendants”. La película pierde mucho, como siempre, pero en este caso el doblaje, además, no ha sido muy afortunado. El de George Clooney es sólo correcto. Y las niñas me ponen nervioso. Las de la película, digo. Bueno, todas. Pero gracias al trabajo que desempeño, que como todo el mundo sabe es el de stripper en guarderías, he podido ver parte de la película en V.O.S. La cosa cambia hasta límites insospechados. Y George Clooney está como nunca (igual que Fundador).
George Clooney y su hija mirándonos como si estuviéramos orinando en la tapicería del asiento de atrás.
III. Normalmente, la película que gana el Globo de Oro al drama se coloca como gran favorita para los Oscar. A veces el Globo de mejor drama es, yo qué sé, “Gandhi” o “La red social” y el de mejor comedia es “Burlesque” o “Resacón en Las Vegas”. Muchísimos años, la mejor comedia no es ni siquiera nominada al Oscar (bueno, ahora como nominan a 10 pues sí, pero porque ya entra cualquiera. Antes, cuando eran 5, no era así). Así que ganar en drama se supone que te da cierta ventaja en las apuestas por los Oscar, pero este año en las “comedias o musicales” (qué mezcla, ¿no? parece el Ministerio de Cultura, Educación y Deportes) estaban “The artist” y “Midnight in Paris”, en mi humilde e inapelable opinión son las dos mejores películas del año. La de Woody Allen sé que no va a ganar el Oscar, pero es una delicia. Pero  “The artist” sí que debería hacerlo. Y yo creo que lo hará, aunque su rival es la película que nos ocupa hoy: “Los descendientes”. Las demás que pueden hacer algo de sombra son “Caballo de batalla”, “Los idus de marzo”, “Moneyball”, “La invención de Hugo” o “Criadas y señoras”…

Pero qué sé yo. La vida es una tómbola.