viernes, 28 de octubre de 2011

Tintín y la reconciliación con muchas cosas

Con el cine de aventuras, con el sistema de Motion Capture, con la animación que no proceda de Pixar, con el 3D (que yo no veo, como saben mis cerca de dos seguidores, pero por primera vez intuyo)… “Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio”, desde ahora “Tintín”, te reconcilia con muchas cosas.
Hace unos días, las amables gentes de Sony Pictures organizaron un pase nocturno de Tintín sólo para ilustres periodistas especializados al que, curiosamente, también me invitaron a mí. Al terminar la proyección la sensación era prácticamente unánime: habíamos visto algo distinto, algo nuevo, algo grande. Vamos a ver, que es Tintín, tampoco nos volvamos locos, pero uno se pone a pensar en Astérix (por esto del cómic adaptado), en “Polar Express” (por esto del motion capture), en “Furia de titanes” (por lo del 3D) o en el último Indiana Jones, y entonces la película se convierte en un acontecimiento. Pude contrastar con mis queridos Gonzalo del Prado (A3), Carlos Marañón (Cinemanía) o Jordi Costa (El País), entre los que hay grandes tintinófilos, que esta sensación de euforia era generalizada.
Tintín disparando una bala de fuego grande.
Tintín parece el resultado de una noche de copas entre Hergé e Indiana Jones. Es lo que Spielberg habría hecho hace muchos años con Harrison Ford si la tecnología se lo hubiera permitido. Tintín es un parque de atracciones, una montaña rusa, acción, pura acción, pero con un contenido de fondo: el que te permiten desarrollar los tres álbumes de Tintín que están incluidos en la película. Que es mucho.
Porque nos habíamos acostumbrado a que el 3D fuera sinónimo de fuegos artificiales en la forma y de vacío en el fondo. Incluso sin necesidad de llegar al 3D: uno se acuerda de cuando a George Lucas parecía haberse olvidado de contratar a un guionista para la segunda trilogía de Star Wars, o la primera, yo qué sé cuál es ya. O cuando a los productores de “Furia de titanes” se les pasó por alto leer la historia de la película original y sólo copió los nombres de los personajes. Y eso sucede mucho. Venga acción, venga acción, venga efectos especiales… y al final piensas: “vale, pero ¿de qué coño iba esto?”
Tintín nunca pierde la mirada hacia la historia. Es cierto que en los últimos 20 minutos el castillo de fuegos artificiales explota con demasiado estruendo (tal vez ésta sea la única pega que me atrevo a ponerle), pero el alarde técnico y estético es tal, que uno lo perdona con una sonrisa exageradísima en los labios.
Y el motion capture, esa técnica que consiste en ponerle a los actores sensores por el cuerpo como si fueran a reducir abdomen en una teletienda, para captar los movimientos y aplicárselos a los dibujetes, esa técnica que te hace odiar a Tom Hanks en “Polar express” y a Jim Carrey en “Cuento de Navidad”, alcanza en Tintín cotas maravillosas. Jamie Bell, el ex Billy Elliot, le da una vida intensísima a Tintín (claro, si es capaz de aguantar a Pablo Motos en “El hormiguero”, es capaz de todo), Daniel Craig, al que ni intuyes en su personaje, mueve a un malvadísimo Rackham el Rojo, y Andy Serkis es un entrañable Capitán Haddock, en su cuarto gran papel a través de los sensores: Gollum, King Kong, César (El origen del planeta de los simios) y éste.

Los fans acérrimos de Tintín sólo podrán decir que los cómics eran mucho más pausados, y que el espíritu de Hergé no está respetado al 100%. Pero no podrán decir nada más de la película, y recordemos que antes de morir Hergé (1983), Spielberg adquirió los derechos, y Hergé dijo que era el único director al que veía capaz de adaptar a Tintín. Los amantes del cine de acción se lo pasarán en grande. Los que piensan que la vida es una mierda y odian todo, y no piensan reconciliarse con la vida jamás, pues esos seguirán igual.