viernes, 14 de octubre de 2011

Animación para adultos

Quien bajo este epígrafe espere encontrar recomendaciones mías sobre manga erótico, animación porno japonesa conocida como “hentai”, dibujos de Heidi haciendo realidad el chiste del abuelito, etc, es que no me conoce. Yo esas cosas nunca las comparto.
Pero el hecho de que esté en los cines una delicia como “El ilusionista, de Jacques Tati” (que no es de Jacques Tati, sino de Sylvain Chomet) (que no es una mujer sino un señor con bigote) (creo), me ha hecho pensar en las muchas películas de dibujos que hay por el mundo pensadas para los adultos. No me refiero a “Shrek”, o “Up”, o “Kung-Fu Panda”, o “Ratatouille”, o “Wall-E”… películas infantiles con las que los adultos, a poco listos que sean, también pasarán un gran rato; sino a esas otras que si le pones a un niño, a los pocos minutos girará su cabeza como si fuera la niña del exorcista y dirá “Me abuuuurro”, como si fuera Homer Simpson.
Podría pasar esto con “El ilusionista, de Jacques Tati”, la maravillosa historia de un viejo mago, un guión no rodado del genial Tati que Chaumet ha trasladado a su peculiar manera de sentir la animación. Los dibujos no son amables, la acción es lenta, surrealista, con pocas palabras… Vaya, parece que estoy describiendo a Paquirrín. La película estuvo nominada al Oscar el año pasado, con la mala suerte de coincidir con “Toy Story 3” y “Enredados” (la segunda es muy grande y la primera es inmensa).
Pero es que Chaumet ya había hecho en 2003 una excentricidad llamada Bienvenidos a Belleville, sobre un ciclista prácticamente autista que es raptado por una especie de mafia que quiere aprovechar la energía de sus pedaladas para hacer el mal. Su abuela, su perro, y tres coristas octogenarias van a su rescate. Es tan surreal (y maravillosa) como su argumento indica.
Fantasía (1940) de Walt Disney es quizá la primera gran película de dibujos en la que los niños aparentemente podrían divertirse y luego van y se aburren los cabrones. Disney decidió animar piezas de música clásica, sin más. Sólo “El Aprendiz de Brujo”, con Mickey Mouse, parece entretenerles. Los niños mayores de 18 años deberían disfrutar igual con La consagración de la primavera y el ciclo de la vida, La Pastoral de Beethoven y su mitología clásica, el abstracto Cascanueces de Tchaikowsky… La verdad es que ahora que lo pienso, yo de niño la disfruté bastante, pero yo con cinco años ya llevaba gafas, leía a Ibsen y pronunciaba correctísimamente la palabra “flagrante”.
Si hablamos de Disney, de adultos y de surrealismo, todo el mundo debería echar un vistazo a “Destino”, el corto que se rodó en 1946  basado en dibujos de Salvador Dalí. No hay argumento, sólo sensaciones, imágenes de una bailarina, de un jugador de béisbol, la música… No sé dónde podéis encontrarlo, pero si os pasáis por Figueras, por el Museo de Dalí, podéis quedaros mirándolo durante horas.
También “El muro” de Pink Floyd (Alan Parker, 1982) tiene sus momentos de animación, poco aptos para nenes. Drogas, música y traumas unidos para derribar un muro que no está formado precisamente por ladrillos, sino por la educación, el mero control, y los profesores que dejan a los chicos solos.
Akira (Katsuhiro Ôtomo, 1988) es una de esas películas de manga (anime) futuristas, con toques de violencia física y mucha psíquica que yo no les pondría a mis sobrinos porque se volverían unos autómatas chalados. Claro, que mis sobrinos se volverían unos autómatas chalados viendo un capítulo light de los Teletubbies. Pero el Tokyo de 2019 (que ahora está aquí al lado, pero en 1988 estaba a 30 años vista) post III Tercera Guerra Mundial no es el lugar donde querría yo pasar una infancia feliz.
Si hablamos de japoneses y de animación, habría que hablar de Hayao Miyazaki. Casi todas sus películas son disfrutables por niños y adultos, pero me temo que Porco Rosso (1992) aburriría a la muchachada. Eso de que un gorrino, marrano o suido pilote un avión en el periodo de entreguerras no sé yo si interesa mucho a los lechones. Habría que intentarlo, no obstante…
Porco Rosso. Yo tenía un profesor en EGB que se parecía un huevo.
Y la que ningún niño debería ver jamás es “South Park: Más grande, más largo y sin cortes” (1999). Esta joya del humor irreverente dejaría en sus primeros minutos a un niño cantando aquello de “eres un cabrón hijoputa”. Pero un adulto se partirá la polla (qué pasa, si hablamos mal, hablamos mal) con la relación homosexual entre Saddam y Satán (es que era 1999), ante la humillación a los hermanos Baldwin o ante la poca delicadeza para contar lo que los estadounidenses piensan de los canadienses.
Acabamos con dos joyas: “Persépolis” (2007), de Mariane Satrapi y Vincent Paronnaud, la adaptación en dibujos en blanco y negro de la novela gráfica de Satrapi sobre su infancia en la represiva Irán; y “Vals con Bashir”, una gozada absoluta, uno de los mejores documentales nunca filmados, en el que Ari Folman revive la matanza de refugiados palestinos en el Líbano de 1982. Las entrevistas son reales, pero el look es de animación en falsh. Una delicia obligada.
Me dejo muchas, lo sé. Sé que muchos niños lloran de miedo con la maravillosa “Pesadilla antes de Navidad”, el proyecto de Tim Burton dirigido por Henry Selick, o con “Los mundos de Coraline”, de este segundo. O que se aburren con las primeras horas de “Up” (Dios, qué llorera tan tonta) o “Wall-E”. Y que no entienden “El castillo ambulante”. Lo sé.
Y qué más da que lo sepa. La vida es un absurdo carrusel de dudas y turbulentos dislates.

Perdón, no sé qué me ha pasado en la última frase.