viernes, 7 de mayo de 2010

Irán (y algunos no volverán)

Perdón por el chiste malo del título, por su pésima calidad y porque no encaja demasiado con el tono de hoy. Porque hoy nos vamos a poner un poco serios (bueno, me voy a poner yo, vosotros podéis hacer lo que os salga del chisme). El motivo de esta seriedad es que el pasado viernes se hacía público un comunicado en el que se exigía la liberación del cineasta iraní Jafar Panahi, que estaba firmado por Steven Spielberg, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Oliver Stone, Robert Redford, los hermanos Coen, Robert de Niro, Steven Soderbergh, Michael Moore, Ang Lee, Jim Jarmusch… Si nos lo hubieran propuesto a ti y a mí, también lo habríamos firmado.
Por si alguien anda despistado, que puede ser (y por eso son tan importantes estos aparentemente perogrullosos comunicados, porque una frase obvia de Spielberg llama más la atención que 1.000 páginas escritas por periodistas desconocidos), os recuerdo la historia de Jafar Panahi. Este señor, que entre otros premios internacionales tiene un Oso de Plata del Festival de Berlín y una Cámara de Oro del Festival de Cannes, fue detenido el pasado 1 de marzo en Teherán por “crímenes sin especificar”. Días después se especificaron: se le acusaba fundamentalmente de violar la prohibición que existe hacia su cine y de estar realizando una película contra del régimen de los ayatolás. Si tú y yo supiéramos hacer cine, seguramente también querríamos hacer una película contra del régimen de los ayatolás, pero no tendríamos güevos. Las películas de Panahi están prohibidas desde hace 10 años, hace 4 se le impidió hacer cine, y en octubre de 2009 se le retiró el pasaporte. Lleva dos meses en la cárcel y su mujer ya ha avisado a las autoridades de la fragilidad del corazón de Jafar Panahi.
Imagen de "Offside", la película más premiada de Jafar Panahi.
Todo este nuevo odio hacia los cineastas iraníes comenzó hace ahora un año, cuando el gobierno de Irán convocó elecciones generales. Se suponía que, tras una campaña estatal en la que su utilizó la presión y la amenaza a los electores, Mahmud Ahmadineyad iba a ganar sin ningún problema. Pero no fue así. Ganó Hosein Musaví de calle. Entonces el ayatolá Jamenei decidió que el país se iría al garete si entraban aires de libertad, y que lo mejor era que siguiera Mahmud Ahmadineyad. Total: pucherazo, recuentos falseados, revueltas del pueblo que había elegido a Musaví, represión, baño de sangre y miles de detenciones.
Directores como Marjane Satrapi (Persépolis) o Mohsen Makhmalbaf (Kandahar) encabezaron las protestas exteriores contra el pucherazo. De nada sirvieron. Y fueron protestas exteriores porque los cineastas iraníes más grandes no pueden vivir en su país desde que Mahmud Ahmadineyad lo dirige, a no ser que quieran acabar como Jafar Panahi. Kiarostami, el más premiado, y la familia Makhmalbaf, la más reconocida, viven en París o son verdaderos nómadas. Porque por mucho que le pese a Mahmud, el cine iraní ha tenido siempre una salud magnífica. Es un cine injustamente utilizado como ejemplo de cine “coñazo”, del que sólo vemos los gafapastas (¿o el plural es “gafaspasta”? ¿o “gafaspastas”?). Pues bien, no es así. Vale que puede resultar lento si no estás acostumbrado al cine de autor (igual sucede, también injustamente, con gran parte del francés y con el europeo en general, es el mayor daño colateral que ha hecho el cine comercial de Hollywood), pero el cine iraní ha dado genios como los mencionados Abbas Kiarostami, Jafar Panahi, Bahman Ghobadi, Marjane Satrapi, o Mohsen Makhmalbaf, y joyas como El sabor de las cerezas, Las tortugas también vuelan, Persépolis, Buda explotó por vergüenza o Kandahar.
"Kandahar", de Mohsen Makhmalbaf.
Por ejemplo, aún está en cartel Nadie sabe nada de gatos persas, de Bahman Ghobadi, uno de los pocos directores que han ganado dos veces la Concha de Oro de San Sebastián. Cuenta la historia de una pareja que viaja por Irán en busca de visados falsos para poder viajar a Londres y dar un concierto, porque tienen un grupo de música. Y el rock está prohibido en Irán. Igual que películas como 300, No sin mi hija y El luchador. Igual que el cine de Kiarostami, Ghobadi y Makhmalbaf.
Hace casi dos años, tuve la inmensa suerte de entrevistar en Granada a Mohsen Makhmalbaf, que vive fuera de Irán desde 2005. Es el autor de Kandahar o Gabbeh, dos películas preciosas y premiadísimas en todo el mundo. Makhmalbaf, en cuya cara conviven el dolor, una sonrisa acogedora y amable, la rabia de no poder luchar en su país y los años de cárcel por rebelarse contra el régimen, me dejó frases sobre el cine y la política como las que os cito a continuación.
Mohsen Makhmalbaf y yo. Para poder entrevistarle, aprendí persa en una semana. Que no, que es broma. Tuvimos una intérprete maravillosa.
“La situación actual en Afganistán no está bien, pero la prefiero a la de  los talibanes. Al menos ahora hay universidad, música, etc. No soy optimista, pero no me gustaría retroceder al pasado”. Makhmalbaf hizo un documental durante el mandato de Muhammad Jatamí sobre el medio millón de niños iraníes que no podían ir a la escuela por ser hijos de madres o padres afganos. El gobierno, cuando vio el documental, modificó dicha ley.
“El cine es como una carta que va de un país a otro, ayudando al intercambio y diálogo que tiene que haber entre las culturas y civilizaciones del mundo. No me refiero al de Hollywood, el de Hollywood es un cine de McDonald’s, un cine industrial. El cine en el que yo creo es como una alfombra hecha mano, que aunque tiene sus errores es un cine trabajado y más humano”.
En 1996, Mohsen Makhmalbaf fundó “La casa Makhmalbaf”, una escuela de cine. Su mujer y sus tres hijos, hartos del sistema educativo de Irán, le propusieron al gobierno crear una escuela para formar a futuros cineastas. “El gobierno respondió que con un Makhmalbaf era suficiente, así que montamos por su cuenta una escuela familiar en su casa. Allí formamos a directores, ayudantes, guionistas… La casa se convirtió en un colegio en Irán, pero también en Afganistán y otros países. Ahora es un trabajo, un proyecto en el que nos cuesta diferenciar cuál es nuestra casa y cuál nuestro trabajo. Pero la censura nos ha convertido en unos gitanos que viajan de un país a otro para continuar con su trabajo. Pero estamos decididos a continuar con esta labor, aunque nuestra casa esté en un montón de sitios”.

No todos los iraníes son intransigentes, no todos los musulmanes son intransigentes, no todas las personas son intransigentes. Por suerte.