Perdón por el
chiste malo del título, por su pésima calidad y porque no encaja demasiado con
el tono de hoy. Porque hoy nos vamos a poner un poco serios (bueno, me voy a
poner yo, vosotros podéis hacer lo que os salga del chisme). El motivo de esta
seriedad es que el pasado viernes se hacía público un comunicado en el que se
exigía la liberación del cineasta iraní
Jafar Panahi, que estaba firmado por Steven Spielberg, Martin Scorsese,
Francis Ford Coppola, Oliver Stone, Robert Redford, los
hermanos Coen,
Robert de Niro, Steven
Soderbergh, Michael Moore, Ang Lee, Jim Jarmusch… Si nos lo
hubieran propuesto a ti y a mí, también lo habríamos firmado.
Por si alguien anda
despistado, que puede ser (y por eso son tan importantes estos aparentemente
perogrullosos comunicados, porque una frase obvia de Spielberg llama más la
atención que 1.000 páginas escritas por periodistas desconocidos), os recuerdo
la historia de Jafar Panahi.
Este señor, que entre otros premios internacionales tiene un Oso de Plata del
Festival de Berlín y una Cámara de Oro del Festival de Cannes, fue detenido el
pasado 1 de marzo en Teherán por “crímenes sin especificar”. Días después se
especificaron: se le acusaba fundamentalmente de violar la prohibición que
existe hacia su cine y de estar realizando una película contra del régimen de
los ayatolás. Si tú y yo supiéramos hacer cine, seguramente también querríamos
hacer una película contra del régimen de los ayatolás, pero no tendríamos
güevos. Las películas de Panahi
están prohibidas desde hace 10 años, hace 4 se le impidió hacer cine, y en
octubre de 2009 se le retiró el pasaporte. Lleva dos meses en la cárcel y su
mujer ya ha avisado a las autoridades de la fragilidad del corazón de Jafar Panahi.
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Imagen de "Offside", la película más premiada de Jafar Panahi. |
Todo este nuevo odio hacia los
cineastas iraníes comenzó hace ahora un año, cuando el gobierno de Irán convocó
elecciones generales. Se suponía que, tras una campaña estatal en la que su
utilizó la presión y la amenaza a los electores, Mahmud Ahmadineyad iba a
ganar sin ningún problema. Pero no fue así. Ganó Hosein Musaví de calle.
Entonces el ayatolá Jamenei
decidió que el país se iría al garete si entraban aires de libertad, y que lo
mejor era que siguiera Mahmud
Ahmadineyad. Total: pucherazo, recuentos falseados, revueltas
del pueblo que había elegido a Musaví,
represión, baño de sangre y miles de detenciones.
Directores como Marjane Satrapi (Persépolis) o Mohsen Makhmalbaf (Kandahar) encabezaron las
protestas exteriores contra el pucherazo. De nada sirvieron. Y fueron protestas
exteriores porque los cineastas iraníes más grandes no pueden vivir en su país
desde que Mahmud Ahmadineyad
lo dirige, a no ser que quieran acabar como Jafar Panahi. Kiarostami, el más
premiado, y la familia Makhmalbaf,
la más reconocida, viven en París o son verdaderos nómadas. Porque por mucho
que le pese a Mahmud,
el cine iraní ha tenido siempre una salud magnífica. Es un cine injustamente
utilizado como ejemplo de cine “coñazo”, del que sólo vemos los gafapastas (¿o
el plural es “gafaspasta”? ¿o “gafaspastas”?). Pues bien, no es así. Vale que
puede resultar lento si no estás acostumbrado al cine de autor (igual sucede,
también injustamente, con gran parte del francés y con el europeo en general,
es el mayor daño colateral que ha hecho el cine comercial de Hollywood), pero
el cine iraní ha dado genios como los mencionados Abbas Kiarostami, Jafar Panahi, Bahman
Ghobadi, Marjane Satrapi, o Mohsen Makhmalbaf, y joyas como El sabor de las cerezas, Las tortugas
también vuelan, Persépolis, Buda explotó por vergüenza o Kandahar.
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"Kandahar", de Mohsen Makhmalbaf. |
Por ejemplo, aún está en
cartel Nadie sabe nada de gatos
persas, de Bahman
Ghobadi, uno de los pocos directores que han ganado dos veces
la Concha de Oro de San Sebastián. Cuenta la historia de una pareja que viaja
por Irán en busca de visados falsos para poder viajar a Londres y dar un
concierto, porque tienen un grupo de música. Y el rock está prohibido en Irán.
Igual que películas como 300, No sin mi hija y El luchador. Igual que el
cine de Kiarostami,
Ghobadi y Makhmalbaf.
Hace casi dos años, tuve la
inmensa suerte de entrevistar en Granada a Mohsen Makhmalbaf, que vive fuera de Irán
desde 2005. Es el autor de Kandahar
o Gabbeh, dos
películas preciosas y premiadísimas en todo el mundo. Makhmalbaf, en cuya cara
conviven el dolor, una sonrisa acogedora y amable, la rabia de no poder luchar
en su país y los años de cárcel por rebelarse contra el régimen, me dejó frases
sobre el cine y la política como las que os cito a continuación.
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Mohsen Makhmalbaf y yo. Para poder entrevistarle, aprendí persa en una semana. Que no, que es broma. Tuvimos una intérprete maravillosa. |
“La
situación actual en Afganistán no está bien, pero la prefiero a la de los
talibanes. Al menos ahora hay universidad, música, etc. No soy optimista, pero
no me gustaría retroceder al pasado”. Makhmalbaf hizo un
documental durante el mandato de Muhammad
Jatamí sobre el medio millón de niños iraníes que no podían ir
a la escuela por ser hijos de madres o padres afganos. El gobierno, cuando vio
el documental, modificó dicha ley.
“El
cine es como una carta que va de un país a otro, ayudando al intercambio y
diálogo que tiene que haber entre las culturas y civilizaciones del mundo. No
me refiero al de Hollywood, el de Hollywood es un cine de McDonald’s, un cine
industrial. El cine en el que yo creo es como una alfombra hecha mano, que
aunque tiene sus errores es un cine trabajado y más humano”.
En 1996, Mohsen Makhmalbaf fundó “La casa Makhmalbaf”, una
escuela de cine. Su mujer y sus tres hijos, hartos del sistema educativo de
Irán, le propusieron al gobierno crear una escuela para formar a futuros
cineastas. “El gobierno
respondió que con un Makhmalbaf era suficiente, así que montamos por su
cuenta una escuela familiar en su casa. Allí formamos a directores, ayudantes,
guionistas… La casa se convirtió en un colegio en Irán, pero también en
Afganistán y otros países. Ahora es un trabajo, un proyecto en el que nos
cuesta diferenciar cuál es nuestra casa y cuál nuestro trabajo. Pero la censura
nos ha convertido en unos gitanos que viajan de un país a otro para continuar
con su trabajo. Pero estamos decididos a continuar con esta labor, aunque
nuestra casa esté en un montón de sitios”.
No todos los iraníes son
intransigentes, no todos los musulmanes son intransigentes, no todas las
personas son intransigentes. Por suerte.