A estas alturas del mes
pensaba que ya no iba a escribir sobre Antonio
Ozores, que falleció hace diez días. Porque seamos sinceros: Antonio Ozores fue un grande de
la comedia, un tío graciosísimo, pero en su filmografía, cercana a las 175
películas, hay muchos títulos olvidables e incluso deplorables, en parte por
culpa de (o gracias a) su hermano Mariano.
Y hay series como El sexólogo
o Taller mecánico que
quizá nunca se debieron grabar, y películas como Tío, ¿de verdad vienen de París? o Ellas los prefieren… locas que
quizá nunca se debieron filmar. Y luego está el cine del destape, y los chistes
machistas, y los ligueros mágicos, y las películas con Pajares y Esteso…
Ozores era un tipo
hilarante, pero nunca comulgué demasiado con el cine que representa (ese del
que todavía se dice “hoy echan
una de Ozores”). Y tampoco me gusta eso de elogiar a las personas
exclusivamente porque se han muerto, cuando las teníamos más o menos olvidadas
mientras vivían. Y por todo esto pensaba yo que ya no iba a escribir sobre Antonio Ozores, que
falleció hace diez días.
Y entonces leí en el blog La gran pantalla una
frase de Santiago Segura
sobre Antonio Ozores
que decía simplemente: “Al recordarle,
sonríes”. Y es cierto. Tú piensas “Antonio Ozores”, y sonríes. Si piensas “una película de Antonio Ozores”
a lo mejor no sonríes, pero solamente con su nombre sí. Y eso es muy difícil de
conseguir, y muy de agradecer, y quien consigue hacer eso se merece mi eterno
respeto.
Por eso Antonio Ozores se merece
que recordemos que no todas sus películas fueron “películas de Ozores”. Sin ir
más lejos, debutó con un papelito de taxista en una joya dirigida por Edgar Neville y rodada en
parte en esa Gran Vía de Madrid que ahora cumple 100 años. Se llamaba “El último caballo”, y le
precedían en el reparto su hermano José
Luis y Fernando
Fernán Gómez, que era el dueño de un caballo llamado Bucéfalo, un animal asustado
entre el maremágnum de coches que le habían sustituido. Una extraña reliquia
del cine español que se ve con una melancólica sonrisa.
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Antonio ozores en "El último caballo" de Edgar Neville. |
Y sólo por ese pequeño detalle
de hacernos sonreír cuando pensamos en él, deberíamos recordarle también por Los tramposos, Esa pareja feliz, Historias de la televisión…
Aunque como os decía antes, me
resisto a indultar su filmografía y obviar su papel primordial en el cine del
destape y en las conocidas como “españoladas”: xizo mil veces de “número tres”
en las películas de Esteso
y Pajares.
Pero atención a la siguiente anécdota, que a mi juicio le indulta
definitivamente, y que nos contó un día el mismísimo Andrés Pajares. La cito
más o menos de memoria:
Antonio
Ozores llegaba al rodaje sin aprenderse el papel, porque en esa época
todas las películas se doblaban. Yo decía mi frase, por ejemplo, “hay que ver
qué rica está la enfermera”. Y entonces Antonio preguntaba: “¿cuántos segundos
tiene que durar mi réplica?” Y el script le decía: “30 segundos”. Entonces el
director (normalmente su hermano Mariano) decía “¡acción!” y Antonio soltaba
eso de “Estroncios chafadreros broncios cuando las niñas trascias y esperfrentos
próceres y todas cranceras y las frincias y al final la cosa no tiene tanta
gracia”. Luego se doblaba a sí mismo en el estudio de sonido diciendo lo
que ponía en el guión, y ya está.
Palabra de Pajares, que lo vio mil
veces con sus propios ojos.
Para muchos, esa manera de
hablar fue el santo y seña de Antonio
Ozores. Sus speeches
ininteligibles a Mayra
Gómez Kemp que acababan con “No
hija, no” y otras frases hicieron que mucha gente joven se iniciara
en el cine de Ozores
de los 70. Y así de surrealistas e incomprensibles eran sus intervenciones en
el Debate sobre el estado de la nación de Luis del Olmo, primero en la COPE y después
en Onda Cero (aunque creo que él sólo estuvo en la etapa de Onda Cero), con Tip y Coll, Chumy Chúmez, Gila, Summers…
Joder… ¡si ya no queda ninguno!
A sus 81 años de edad, Antonio Ozores acababa de
comprar el Teatro Arlequín de Madrid para relanzarlo con su hija Emma. Ella estaba
representando junto a Mario
Tardón “El
último que apague la luz”, escrita por su padre. Qué lástima
que Antonio
ya no pueda apagar más la de su teatro, porque el miércoles se apagó la suya.
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El último proyecto en el que se involucró Antonio Ozores. |
Hace un par de años, Enrique Catá, Jefe de
documentación de Hachette,
enorme amigo mío y la persona con la que más horas de radio y tele he
compartido, me mandó un SMS a la una de la madrugada. Nosotros sólo nos
enviamos SMSs de madrugada cuando una duda existencial nos agobia de
verdad y estamos realmente angustiados. Su pregunta era: “¿qué tres cosas decía Ozores en el Un,
dos, tres?: No hija no, Eso no se dice: caca, y…?”
La respuesta correcta era “De todos los españoles”. Y
si una pequeña tontería de Antonio
Ozores es capaz de tenernos una madrugada en vilo a un tío
serio como Enrique y
a mí, aparte de confirmar que ambos estamos enfermos, evidencia que Antonio Ozores se merece
el respeto más grande que se le pueda brindar a un cómico.
Porque cuando recordé esa
tercera frase, sonreí. Y seguro que Enrique
también.
Porque tiene razón Santiago Segura: cuando recuerdas a Antonio Ozores, sonríes.
Porque tiene razón Santiago Segura: cuando recuerdas a Antonio Ozores, sonríes.