No pensaba escribir sobre La herencia Valdemar, una
película española que lleva más de una semana en cartel, que se ha colocado en
el número 6 de la taquilla, que ha recaudado más de medio millón de euros en su
primer fin de semana (que no está nada mal) y que se ha promocionado como “la
última película de Paul
Naschy”. No pensaba hablar de ella porque me pareció mala, y
para qué hablaros de una película que me parece mala.
Pero en el último post me
acordé de ella, y la cité como “película que no hay que ir a ver”. Y me dije,
“qué diantres (como diría Millás,
¿qué rayos será un diantre?), voy a hablar de La herencia Condemor. Digo, Valdemar. Total, no ha
funcionado mal, y mis críticas no van a hacerle ya ningún daño”.
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Paul Naschy en su última película, buscando con el candelabro algún atisbo de lógica en la historia. |
Tuve la suerte de ver la
película con el crítico de cine al que más cito en este blog, tanto que
cualquier día me demanda, pero lo hago porque es mi amigo y porque además es
del que más me fío y el que más me gusta: Alessandro Lecquio. No, hombre: Javier Ocaña (El País).
La vimos los dos sin ningún prejuicio, porque no sabíamos muy bien lo que
íbamos a ver.
Y aún no sabemos muy bien lo
que vimos. Porque La herencia
Valdemar comete unos cuantos actos cinematográficamente delictivos
e incluso suicidas:
- Se autoproclama como una película que recrea el mundo de (el
pobre) H. P. Lovecraft.
- Se vanagloria de haber costado 13 millones de euros, pero en
sus créditos iniciales (que no están mal) no ves ni el apoyo de alguna
cadena de televisión ni ninguna subvención de ministerios, comunidades
autónomas, juntas provinciales o aldeas gallegas.
- La herencia Condemor comienza con una historia presuntamente misteriosa en la que
se ven envueltos Silvia
Abascal, Eusebio
Poncela y Óscar
Jaenada, que parecen dirigidos por un becario soso. Eso
los actores. El resto parece dirigido por un becario taradete.
- Estos personajes interactúan con otros durante media hora.
Después, ya no vuelven a aparecer. Hala.
- Entonces la historia pega un salto atrás en el tiempo hacia
el siglo XIX, y ya no retorna jamás al XXI. Seguramente porque sabe lo que
le espera y prefiere no volver.
- De repente, aparece como personaje absolutamente secundario Bram Stoker, que
acude a una sesión espiritista “para
buscar inspiración y escribir una gran novela”. Tal y como se
desarrolla la sesión, se supone que la inspiración para Drácula la debió de
encontrar en otro sitio.
- El tiempo pasa y la película tien que terminar, porque llevas
cerca de dos horas viéndola, pero tú sabes que esos personajes del
principio deberían volver a aparecer, aunque empiezas a sospechar que al
director y guionista igual le importa un bledo que no lo hagan.
- Y así es. Pero porque la película acaba con un final nunca
visto en el cine español: ¡el tráiler de la segunda parte! Yo no sabía que
había dos partes. Las notas de prensa que me había enviando para ir a ver
la película no lo mencionaban. Y parece que la continuación ya está
rodada, o sea que es como El
señor de los anillos, pero en vez de con Frodo, con Camarón.
Cuando terminó la proyección, Javier Ocaña y yo nos
miramos y no sé cuál de los dos dijo perplejo: “¡con un par de cojones!”. Creo que fue él, pero
me extraña, porque es muy educado. Pero yo también soy muy educado, o sea, que La herencia Valdemar, entre
otros efectos secundarios, consigue que una de las dos personas más educadas de
Europa pronuncie con incredulidad la palabra “cojones”.
Al salir de la película, te
regalaban una botella de vino. Los críticos de cine íntegros y con principios
la rechazaron: no está bien que te regalen algo cuando tienes que realizar una
crítica. Yo sí me llevé la botella. Porque no soy crítico, no soy íntegro y ya
que he tenido que ver esta película (por motivos laborales), por lo menos que
me pueda soplar un Rioja. Aunque tal vez me lo guarde, porque si estrenan la
segunda parte prefiero verla beodo.
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Un vino Herencia Condemor, reserva, riquísimo. |
Cuando nos despedimos, le dije
a Javier: “estoy deseando leer
tu crítica”. No me defraudó. Javier escribió varias frases
demoledoramente ingeniosas que hicieron que en el metro la gente me mirara
pensando: “¿de qué se reirá
este gilipollas?”. Por ejemplo: “es
una producción lamentablemente pionera: se trata de la primera película de la
historia del cine español que no termina” / “es como los desenlaces de El señor de los anillos y Piratas del Caribe, pero a lo bestia” / “los misterios
alrededor de una producción de 13 millones de euros (…) se antojan mucho más
interesantes que el desvarío de la historia” / “está bastante más cerca de Aquí huele a muerto que de las claramente inspiradoras Los otros y El orfanato” (esta comparación me parece
divertida y humillantemente acertada)/
“Óscar
Jaenada con
pinta de recién salido de tomar unas cañas con sus amigos” / “Eusebio Poncela (…) parece haber dado un salto desde Tuno negro hasta esta Valdemar” . ¡Cómo no va a ser mi
crítico favorito!
Antes de terminar, voy a
añadir tres cosas más:
- Una frase que apostilló mi chica: “La
herencia Valdemar
debe de referirse a la herencia que ha cobrado el director para poder
rodar la película”.
- La herencia Valdemar fue la última película de Paul Naschy. Si no fuera por el respeto
y admiración que me inspira este grande del cine de terror (aunque sea de
películas de serie Z), haría el chiste de que tal vez se suicidara tras
rodarla.
- Dentro de unos días entrevisto en radio a Óscar Jaenada, al
que por cierto, considero un gran actor. Espero que no lea este blog.
Y pensaba acabar este post con
el tráiler de mi siguiente entrada. Pero lamentablemente, yo aún no la he
rodado.