viernes, 15 de enero de 2010

Yo me gusto de Elena Anaya (“Hierro”)

Cuando yo era un adolescente con granos y te gustaba una chica, en mi barrio se decía que “te gustabas de Fulanita”. Por aquel entonces yo ya era un repollo gafotas, así que me preocupaba más la absurda utilización del verbo “gustar” que las personas que aparecían en las frases como gustadas y gustables. En verano, los niños y niñas nos sentábamos en corro y confesábamos ufanos: “yo me gusto de Fulanita”, “yo de Zutanita”, “pues yo de Perenganito”. A mí me daba una vergüenza horrible decir en alto y delante de todo el mundo de quién me gustaba yo, y sobre todo me daba una vergüenza horrible conjugar así de raro el verbo “gustar”.
Ahora, casi 30 años después, he madurado y ya no me da vergüenza nada. Así que puedo decir abiertamente que yo me gusto de Elena Anaya. Nuestro amor es imposible, lo sé desde que la vi por primera vez en África, pero no me importa, me gusto de ella, es más, me gusto de ella mazo.
Esto viene a cuento porque hoy, un poquito eclipsada por el superestreno de Sherlock Holmes, llega a los cines Hierro. Hierro es un thriller psicológico de no demasiado presupuesto, pero rodado con cierto oficio por un debutante que se llama Gabe Ibáñez, un precioso apellido que, casualmente, coincide letra a letra con el segundo de los míos. Está rodada en la isla de Hierro, por eso se llama así, lo digo por si está leyendo esto algún comprador extranjero y decide titularla “Iron”. No es ese hierro.
Elena Anaya y la isla de Hierro.
Pude hablar el otro día un rato con Gabe y es un tío majísimo y humilde, pero sabedor de que ha hecho una buena película. En nuestra corta pero interesante conversación echamos unas risas con un tema tan poco divertido como que Hierro haya sido obviada totalmente por los Goya. Y él podría aparecer en la categoría de director novel, o Elena en la de actriz. En los apartados técnicos, aunque Gabe es de lo que más orgulloso está, tengo una contradictoria diatriba: no puedo poner pegas a la luz, sonido, música, efectos… pero muchas veces me parecen exagerados, o al menos innecesarios (cuando la veais, fijaos en unos pájaros. Pues me refiero a ese tipo de cosas). Pero he visto cerca de 40 películas de las que este año optan a los Goya y no se me ocurren muchas candidatas mejores para las categorías que os he dicho.
Aún así, Hierro es muy eficaz. El argumento es sencillo: una madre (que interpreta la chica ésa de la que digo me gusto de) pierde a su hijo durante un viaje en Ferry a la isla de Hierro. Ella lo busca, pero en la isla se dan una serie de circunstancias extrañas que te hacen dudar de si la madre hace bien en buscarle o si debería aceptar las trágicas evidencias y abandonar. Por todo esto, me recuerda a algunos planteamientos de películas demasiado recientes en las que otras ilustres madres perdieron a sus hijos: El orfanato (Belén Rueda), El intercambio (Angelina Jolie), Plan de vuelo desaparecida (Jodie Foster), Misteriosa obsesión (Julianne Moore) e incluso Ausentes (Ariadna Gil, aunque ésta no perdía a ningún niño). Pero me gusta comprobar que Gabe no se corta en reconocerlo y en decir que sí, que su película es muy clásica en ese aspecto, que ya lo sabe. Me hubiera decepcionado escucharle algo del estilo “no, yo no tengo referentes, yo aporto cosas nuevas a esos planteamientos”. Pero no fue el caso.
Elena Anaya con los tres niños que aparecen en "Hierro". Elena es la más bajita.
Lo mejor de la película es Elena Anaya. A mí siempre me ha parecido una actriz excelente (y lo digo en serio, aparte de que me parezca guapísima o me caiga bien, creo que es muy complicado encontrar una película en la que Elena esté mal). Y con todo esto del estreno de la película, y en uno de esos regalos que de vez en cuando me depara mi trabajo, el pasado martes tuve que acompañar a Elena Anaya durante toda su jornada de promoción de Hierro, y me hubiera ido con ella a promocionar una de Pajares y Esteso, si hiciera falta. Y os cuento sólo algunos detalles para que entendáis, aparte de las razones obvias, por qué me gusto de Elena Anaya.
  • Porque cuando nos citamos con ella en el hotel en el que iba a hacer las entrevistas promocionales nos saludó con un cariñosísimo “hombreeee, cuánto tiempo”. Es que con Elena Anaya trabajé hace tres años para un documental, en un par de sesiones que resultaron ser muy divertidas. Ella recordaba esos días, pero dudo que se acordara de mí (aunque quién sabe), sobre todo porque me parece que por aquel entonces yo era negro. Pero ese detalle de decir “cuánto tiempo”, y así dejarme pensar que a lo mejor sí me recuerda, pues me hace admirarla más todavía. Por querer que nos sintiéramos bien (y conseguirlo).
  • Porque Elena tuvo dos deferencias maravillosas conmigo, pero involuntarias. Trajo consigo a una maquilladora excelente que se llama Beatriz Matallana, a la que no veía desde hacía bastantes años, cuando servidor frecuentaba la Pasarela Cibeles, y que también me parece muy guapísima. Y porque volvió a propiciarme uno de esos divertidísimos días con Sandra Ejarque y Ainoa Pernaute, que le llevaban la prensa y con las que siempre me lo paso pipa.
  • Por aparecer de rubia, pero sentándole como si hubiera sido rubia toda la vida. Y por lo de tener un ojo de cada color, que en las fotos y en el cine no se nota tanto, pero en persona es hipnotizante. Son distintos, pero ni dispares, o sea, que se parecen de color, no es que uno sea negro y el otro fucsia. Yo tengo también los ojos distintos, pero lamentablemente no es lo mismo.
  • Porque en la película, aparte de un recital como actriz, Elena de un recital físico, sin ningún miedo al desnudo. Yo qué sé, pues uno lo agradece. Claro, que si yo tuviera el cuerpo de Elena tampoco le tendría miedo al desnudo. Me tendría miedo a mí, eso sí.
  • Por su naturalidad y simpatía. Nos concedió una entrevista sin pose alguna, salió en persona a pedir silencio al pasillo del hotel mientras grabábamos, con una educación y delicadeza encantadoras, durante la entrevista te ríes con ella, se le va el hilo, lo retoma, bromea… No es nada diva, y podría serlo, os recuerdo que ha rodado con Julio Médem, Ricardo Franco, Díaz Yanes, Almodóvar, Fernando León… y con Julianne Moore y ¡Hugh Jackman!.
  • Luego la acompañamos a la cadena SER. La mantuvieron un buen rato a la espera, porque estaba hablando Alfonso Guerra de Eric Rohmer (por cierto, algún día os contaré cuánto he sentido su muerte), y este tema se llevó parte del tiempo que tenían reservado para Elena. Cuando acabó de hablar Guerra, Elena no puso ni un mal gesto, al contrario, dijo: “huy, no sabéis cuánto admiro a Alfonso Guerra.
Elena Anaya en la Cadena SER, con María Guerra, de "La ventana".
  • Porque no le da ningún reparo contarte las cosas que va a hacer, sean grandes o pequeñas. No me imagino a Penélope Cruz diciéndote que se tiene que comprar unas medias para el estreno de la noche y pidiéndote que la esperes, e incluso que la acompañes. ¿Y por qué no? ¡En algún momento se tendrá que comprar las medias una estrella! Elena lo hizo, y sin perder un ápice de esa cosa tan absurda y misteriosa llamada glamour.
  • Porque nos propuso acompañarla hasta su casa en coche para no perder tiempo y grabar de camino una historia que nos tenía que contar. Me pidió que no dijéramos dónde vive, porque luego hay gente que la llama al portero automático y es un coñazo. Yo la avisé de que lo peligroso de verdad era que me enterara yo, pero no me creyó.
  • Porque al preestreno de la noche apareció radiante. Llevaba desde las 10 AM promocionando la película, y ya eran las 10 PM. Doce horas de curro. Y en medio se había entrevistado con una profesora de francés (porque va a rodar en ese idioma) y con un director español con el que va a trabajar. Mi cara a esas horas era de cansancio y cierta mala uva. La suya en la alfombra roja lucía una sonrisa espectacular, incluso cuando uno de esos programas de televisión tan graciosos le regaló un bote de lentejas por eso del hierro (ja-ja-ja). Ni ahí perdió la sonrisa. Todo un día dando entrevistas a varias teles, radios, periódicos, revistas, webs, acudiendo al estudio de la SER, a la alfombra roja, saludando a fans, firmando autógrafos, haciéndose fotos en el cine, respondiendo preguntas estúpidas y soportándonos a Edu, Javi, Gonzalo y sobre todo a mí… y no le vi un mal gesto.

Me gusto de la gente así. Me gusto de Elena Anaya.