Cuando yo era un adolescente
con granos y te gustaba una chica, en mi barrio se decía que “te gustabas
de Fulanita”. Por aquel entonces yo ya era un repollo gafotas, así que me
preocupaba más la absurda utilización del verbo “gustar” que las personas que aparecían
en las frases como gustadas y gustables. En verano, los niños y niñas nos
sentábamos en corro y confesábamos ufanos: “yo me gusto de Fulanita”, “yo de
Zutanita”, “pues yo de Perenganito”. A mí me daba una vergüenza horrible decir
en alto y delante de todo el mundo de quién me gustaba yo, y sobre todo me daba
una vergüenza horrible conjugar así de raro el verbo “gustar”.
Ahora, casi 30 años después,
he madurado y ya no me da vergüenza nada. Así que puedo decir abiertamente que
yo me gusto de Elena Anaya.
Nuestro amor es imposible, lo sé desde que la vi por primera vez en África, pero no me importa,
me gusto de ella, es más, me gusto de ella mazo.
Esto viene a cuento porque
hoy, un poquito eclipsada por el superestreno de Sherlock Holmes, llega a los cines Hierro. Hierro es un thriller
psicológico de no demasiado presupuesto, pero rodado con cierto oficio por un
debutante que se llama Gabe
Ibáñez, un precioso apellido que, casualmente, coincide letra a
letra con el segundo de los míos. Está rodada en la isla de Hierro, por eso se
llama así, lo digo por si está leyendo esto algún comprador extranjero y decide
titularla “Iron”.
No es ese hierro.
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Elena Anaya y la isla de Hierro. |
Pude hablar el otro día un
rato con Gabe y es
un tío majísimo y humilde, pero sabedor de que ha hecho una buena película. En
nuestra corta pero interesante conversación echamos unas risas con un tema tan
poco divertido como que Hierro
haya sido obviada totalmente por los Goya. Y él podría aparecer en la categoría
de director novel, o Elena en la de actriz. En los apartados técnicos, aunque
Gabe es de lo que más orgulloso está, tengo una contradictoria diatriba: no
puedo poner pegas a la luz, sonido, música, efectos… pero muchas veces me
parecen exagerados, o al menos innecesarios (cuando la veais, fijaos en unos
pájaros. Pues me refiero a ese tipo de cosas). Pero he visto cerca de 40
películas de las que este año optan a los Goya y no se me ocurren muchas
candidatas mejores para las categorías que os he dicho.
Aún así, Hierro es muy eficaz. El
argumento es sencillo: una madre (que interpreta la chica ésa de la que digo me
gusto de) pierde a su hijo durante un viaje en Ferry a la isla de Hierro. Ella
lo busca, pero en la isla se dan una serie de circunstancias extrañas que te
hacen dudar de si la madre hace bien en buscarle o si debería aceptar las
trágicas evidencias y abandonar. Por todo esto, me recuerda a algunos
planteamientos de películas demasiado recientes en las que otras ilustres
madres perdieron a sus hijos: El
orfanato (Belén
Rueda), El
intercambio (Angelina
Jolie), Plan de
vuelo desaparecida (Jodie
Foster), Misteriosa
obsesión (Julianne
Moore) e incluso Ausentes
(Ariadna Gil,
aunque ésta no perdía a ningún niño). Pero me gusta comprobar que Gabe no se
corta en reconocerlo y en decir que sí, que su película es muy clásica en ese
aspecto, que ya lo sabe. Me hubiera decepcionado escucharle algo del estilo “no, yo no tengo referentes, yo aporto
cosas nuevas a esos planteamientos”. Pero no fue el caso.
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Elena Anaya con los tres niños que aparecen en "Hierro". Elena es la más bajita. |
Lo mejor de la película es Elena Anaya. A mí siempre
me ha parecido una actriz excelente (y lo digo en serio, aparte de que me
parezca guapísima o me caiga bien, creo que es muy complicado encontrar una
película en la que Elena esté mal). Y con todo esto del estreno de la película,
y en uno de esos regalos que de vez en cuando me depara mi trabajo, el pasado
martes tuve que acompañar a Elena
Anaya durante toda su jornada de promoción de Hierro, y me hubiera ido con
ella a promocionar una de Pajares
y Esteso, si hiciera falta. Y os cuento sólo algunos detalles para
que entendáis, aparte de las razones obvias, por qué me gusto de Elena Anaya.
- Porque cuando nos citamos con ella en el hotel en el que iba
a hacer las entrevistas promocionales nos saludó con un cariñosísimo “hombreeee, cuánto tiempo”.
Es que con Elena Anaya
trabajé hace tres años para un documental, en un par de sesiones que
resultaron ser muy divertidas. Ella recordaba esos días, pero dudo que se
acordara de mí (aunque quién sabe), sobre todo porque me parece que por
aquel entonces yo era negro. Pero ese detalle de decir “cuánto tiempo”, y así
dejarme pensar que a lo mejor sí me recuerda, pues me hace admirarla más
todavía. Por querer que nos sintiéramos bien (y conseguirlo).
- Porque Elena tuvo dos deferencias maravillosas conmigo, pero
involuntarias. Trajo consigo a una maquilladora excelente que se llama Beatriz Matallana, a
la que no veía desde hacía bastantes años, cuando servidor frecuentaba la
Pasarela Cibeles, y que también me parece muy guapísima. Y porque volvió a
propiciarme uno de esos divertidísimos días con Sandra Ejarque y Ainoa Pernaute, que
le llevaban la prensa y con las que siempre me lo paso pipa.
- Por aparecer de rubia, pero sentándole como si hubiera sido
rubia toda la vida. Y por lo de tener un ojo de cada color, que en
las fotos y en el cine no se nota tanto, pero en persona es
hipnotizante. Son distintos, pero ni dispares, o sea, que se parecen de
color, no es que uno sea negro y el otro fucsia. Yo tengo también los ojos
distintos, pero lamentablemente no es lo mismo.
- Porque en la película, aparte de un recital como actriz,
Elena de un recital físico, sin ningún miedo al desnudo. Yo qué sé, pues
uno lo agradece. Claro, que si yo tuviera el cuerpo de Elena tampoco le
tendría miedo al desnudo. Me tendría miedo a mí, eso sí.
- Por su naturalidad y simpatía. Nos concedió una entrevista
sin pose alguna, salió en persona a pedir silencio al pasillo del hotel
mientras grabábamos, con una educación y delicadeza encantadoras, durante
la entrevista te ríes con ella, se le va el hilo, lo retoma, bromea… No es
nada diva, y podría serlo, os recuerdo que ha rodado con Julio Médem, Ricardo Franco, Díaz Yanes, Almodóvar, Fernando León… y con
Julianne Moore y
¡Hugh Jackman!.
- Luego la acompañamos a la cadena SER. La mantuvieron un buen
rato a la espera, porque estaba hablando Alfonso Guerra de Eric Rohmer (por
cierto, algún día os contaré cuánto he sentido su muerte), y este tema se
llevó parte del tiempo que tenían reservado para Elena. Cuando acabó de
hablar Guerra, Elena no puso ni un mal gesto, al contrario, dijo: “huy, no sabéis cuánto admiro a Alfonso Guerra”.
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Elena Anaya en la Cadena SER, con María Guerra, de "La ventana". |
- Porque no le da ningún reparo contarte las cosas que va a
hacer, sean grandes o pequeñas. No me imagino a Penélope Cruz
diciéndote que se tiene que comprar unas medias para el estreno de la
noche y pidiéndote que la esperes, e incluso que la acompañes. ¿Y por qué
no? ¡En algún momento se tendrá que comprar las medias una estrella! Elena
lo hizo, y sin perder un ápice de esa cosa tan absurda y misteriosa
llamada glamour.
- Porque nos propuso acompañarla hasta su casa en coche para no
perder tiempo y grabar de camino una historia que nos tenía que contar. Me
pidió que no dijéramos dónde vive, porque luego hay gente que la llama al
portero automático y es un coñazo. Yo la avisé de que lo peligroso de
verdad era que me enterara yo, pero no me creyó.
- Porque al preestreno de la noche apareció radiante. Llevaba
desde las 10 AM promocionando la película, y ya eran las 10 PM. Doce horas
de curro. Y en medio se había entrevistado con una profesora de francés
(porque va a rodar en ese idioma) y con un director español con el que va
a trabajar. Mi cara a esas horas era de cansancio y cierta mala uva. La
suya en la alfombra roja lucía una sonrisa espectacular, incluso cuando
uno de esos programas de televisión tan graciosos le regaló un bote de lentejas
por eso del hierro (ja-ja-ja). Ni ahí perdió la sonrisa. Todo un
día dando entrevistas a varias teles, radios, periódicos, revistas, webs,
acudiendo al estudio de la SER, a la alfombra roja, saludando a fans,
firmando autógrafos, haciéndose fotos en el cine, respondiendo preguntas
estúpidas y soportándonos a Edu, Javi, Gonzalo y sobre todo a mí… y no le
vi un mal gesto.
Me gusto de la gente así. Me
gusto de Elena Anaya.