El lunes se murió el cura de
un pueblecito en el que se aparecía San Dimas. Pero ese cura no creía que San
Dimas fuera San Dimas, porque se parecía demasiado a Pepe Isbert, y ese cura
conocía muy bien a Pepe
Isbert, con el que a estas alturas estará en el cielo, si Dios
quiere (que a poco que le guste el cine, querrá).
Porque Pepe Isbert era el abuelo
de una familia muy numerosa, cuyo padrino se murió el lunes. Y los 15 niños de
esa familia adoraban a su padrino, y lo ataban a un poste, y le llamaban
“Padrino Búfalo”… Y ese padrino se enamoró de la profesora de Carlitos, que era
Jaime Blanch,
y bailaba con ella y le decía “pe-ro
qué ri-ca está usted, cha-cha-cha”. Ese padrino también se murió el
lunes.
Igual que Rodolfo, un pobre
hombre que se quería casar con Mary
Carrillo, pero que tuvo que hacerlo con una señora mucho más
vieja para heredar un pisito, porque la vida estaba muy cara. El pobre Rodolfo
se murió el mismo día que don Gabino, el coordinador de la campaña “Siente a un pobre en su mesa”,
un pobre hombre que necesitaba el motocarro de otro pobre hombre llamado Plácido. Qué día más
desgraciado, el lunes.
Porque también murió Fernando Galindo, un
admirador, un amigo, un esclavo, un siervo, un hombre que fue incapaz de
organizar a Alfredo Landa,
Cassen,
Manuel Alexandre,
Gracita Morales y Agustín
González para perpetrar un atraco a las tres, ni un minuto
antes. Claro, es que a ver quién era el guapo que organizaba a esa panda, si el
uno quiere quedarse el cochecito de juguete, el otro quiere un cortijo con
toros, la otra quiere ir vestida de vampiresa… Y entre medias, como siempre,
esa inconfundible cadencia vocal entrecortada cada vez que aparece una mujer
guapa: “un ad-mi-ra-dor, un
a-mi-go, un es-cla-vo, un sier-vo…”
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Atraco a las tres |
No tan aguda era la voz de doña Adela, una querida señorita muy hombruna, tan hombruna que se enamoró de su chica para todo, que se llamaba Isabelita, y al final descubrió que era un hombre. En efecto, esa señorita, o señor, falleció el pasado lunes.
Leo también que han encontrado
muerto a un hombre anónimo, encerrado en una cabina de teléfonos desde los
primeros años 70, en una especie de cueva. Hoy en día, ese hombre hubiera
llamado desde un móvil, no hubiera heredado un piso porque tendría una hipoteca
a 40 años, no habría atracado un banco porque el banco le habría atracado a él
(esgrimiendo una hipoteca, ya sabéis), tampoco hubiera pujado por un motocarro,
ni por un Citröen, sino por un mono-volumen… Porque ese hombre era de
otra época, pero se ha ganado un lugar en la memoria eterna de todos los
españoles.
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La cabina |
Por allá arriba había mucha gente esperándole, como Rafael Azcona, que seguro que pensaba que el cielo (o donde sea que vayan los genios) era una cosa muy aburrida y que casi no llegaban actores para escribirles historias maravillosas.
Querido José Luis López Vázquez,
aquí abajo queda eternamente agradecido un admirador, un amigo, un esclavo, un
siervo.