Hoy estoy muy
contento por dos motivos. El primero es que ayer me picaba mucho detrás de la
oreja y hoy ya no. Ya sé que esto os dará un poco igual, pero así es. Y el
segundo, mucho más acorde con la filosofía de este blog (os recuerdo que ahí
arriba pone “un blog de cine y televisión”) (bueno, en realidad me lo recuerdo
a mí mismo), es que el pasado jueves estuve en el preestreno de Celda 211, gracias a mis
queridas Sandra y Ainoa que encima de que me invitan, cuando llego al cine me
dan besos, y también a Cristina
Iglesias que me hace siempre de médium en estos avatares.
Yo soy un profesional, y
siempre que voy a ver una película me gusta acompañarme de alguien que me pueda
dar un punto de vista complementario. Por ello, para ir a ver Celda 211 llamé a una persona
que trabaja con presos. No en cárceles, aunque las visita con frecuencia, pero
sí directamente con ellos, y además conoce perfectamente el lenguaje y los
entresijos de las penitenciarías. Vaaaaale, en realidad fui con mi chica, como
a casi todos los preestrenos, pero en este caso la casualidad hizo que
acompañante y temática tuvieran ese punto en común. Pero vamos, que reconozco
que me he marcado un farol y que a un remake de Blancanieves no iría con un enano. Bueno… o a lo
mejor sí.
Ah, que había perdido el hilo.
¿Y por qué estaba yo tan contento? Porque salí de Celda 211 con la sensación de haber visto una de
las mejores películas españolas de los últimos años. En todos los aspectos:
factura técnica, dirección de actores, credibilidad, documentación, ritmo,
duración…
- Llevamos diez minutos
de película y de momento está todo muy bien reflejado: los funcionarios de
prisiones y las normas de seguridad son así.
- Calla Tere, que a lo
mejor estamos molestando.
- ¿Molestando? ¡Pero si
el enorme tipo de tu derecha, el que se está comiendo un cubo de palomitas
más grande que el pozo de San Isidro, cada vez que se menea nos mueve a
toda la fila, con una cadencia que si no fuera por la temática de la
película diríase que se está autoinfligiendo una pajilla!
- Es cierto, Tere (y sabe
Dios que es cierto).
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El equipo de "Celda 211" en el preestreno del pasado jueves, en el Cine Capitol de Madrid. |
Pero es que los presos son así. Yo me he reído con muchos presos.- ¿En serio?
- Sí. Muchos son
graciosos por naturaleza. Igual que los no presos.
Me creo lo que dice Tere y me
creo a Luis Tosar.
Malamadre incluso
cuenta un chiste, el de las setas y los Rólex (el preferido de Cristina Teva), y hasta eso
le queda bien. ¿Sabéis lo difícil que es que en una película alguien cuente un
chiste y que quede bien? La última vez que oí contar un chiste en una película
el resultado fue patético. Claro, que era en Papá
Piquillo.
Os resumo el argumento, sin
desvelaros nada. Un joven funcionario de prisiones que va a entrar a trabajar
en una cárcel acude el día antes de su toma de posesión para conocer a sus
compañeros, el centro, etc. Va vestido de paisano y ningún preso le ha
visto nunca. Durante su visita se produce el motín liderado por Malamadre, y al futuro
funcionario le pilla dentro. Para sobrevivir entre todos los presidiarios, se
hace pasar por uno de ellos, supuestamente recién llegado. Si Malamadre y los suyos se
enteran de que en realidad “pertenece al enemigo”, está muerto.
Tengo que agradecerle a Daniel Monzón un
homenaje, en forma de mensaje tallado en la pared, a Cadena perpetua, una de mis
dos películas carcelarias favoritas (la otra es La leyenda del indomable). Y creo que Celda 211 se va a colocar,
aunque a cierta distancia, como la tercera película carcelaria de mi ránking.
Ay no, calla, que también está La
gran evasión. Y Papillon.
Y luego está La hija de Juan
SImón, en la que Antonio
Molina cantaba Soy
un pobre presidiario, pero eso es ya otra historia. No sé, es que
el género carcelario es muy grande. Y Celda
211 muy digna.
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Calzones y Malamadre, los dos protagonistas de "Celda 211" |
Y ahora, allá va una “arriesgada” predicción: Luis Tosar va a ganar el próximo Premio Goya al mejor actor. Lo siento por Antonio de la Torre y los 33 kilos que tuvo que meterse entre pecho y espalda para Gordos, pero otra vez será. Estoy de acuerdo en que Malamadre es un personaje muy propicio para ganar un Goya, pero amigo, luego hay que hacerlo bien y no pasarse de la raya. Dáselo a Robert deNiro y verás que recital de muecas te devuelve. También Alberto Amman, el funcionario involuntariamente infiltrado, se puede llevar el Goya al mejor actor revelación. Pero de eso estoy menos seguro.
Esta “arriesgada” predicción
ya la hice el viernes en la radio. Entonces Javier Cárdenas, siempre
al quite, resaltó la increíblemente poblada perilla de Luis Tosar. Tiene razón.
A Luis Tosar
le sale una perilla con la que podría hacerse una melena como la de Aznar. Aunque no le hace
ninguna falta, porque la calvicie de Tosar
es de ésas que molan e imprimen carácter. Le pasa al revés que a mí, que tengo
que esperar dos meses para que mi barba tenga tres pelos, pero con los que me
salen en la cabeza me podría hacer una como la de Papá Pitufo, aunque claro, estaría aún más
espantoso. Creo que esto del pelo en la cabeza y la barba tiene que ver con la
testosterona y con ser más macho y tal, pero me temo que no me interesa nada
averiguar cuál de las dos combinaciones se corresponde con la de la hombría.
Prefiero no saberlo y seguir siendo tan así.