Ayer cumplía años Steven Spielberg. Pero no
una edad normal, no, no por Dios, no una edad cualquiera, no, no una edad
habitual, no, no, he dicho que no.
Steven Spielberg cumplió 65 años. Eso quiere decir que, en condiciones normales, debería
jubilarse. Pero claro, las cosas no están hoy en día como para que nos
jubilemos así, a lo loco. Yo me imagino que a Spielberg no le habrán dejado
jubilarse por dos razones:
2. Porque tú
imagínate la pensión que habría que pasarle a ese hombre.
En cualquier caso, hay
que celebrar que Spielberg no se jubile todavía. Y si así fuera, habría firmado
un último año laboral espectacular, con “Tintín”
y “Caballo de batalla” como broche de oro. Y a un tío que hace
eso en su último año en activo, no se le debe permitir la retirada. Yo me
imagino de la siguiente manera el encuentro entre Steven Spielberg y el
funcionario de la seguridad social de Cincinnati, a cuya oficina habría llegado
Steven en su bicicleta y con su gorrita de prejubilado.
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Steven Spielberg (a la derecha) con E.T. |
- Hola, vengo a que
me dé los papeles de lo de jubilarse.
- Muy bien. ¿Tiene usted 65 años?
- Sí señor. Es mi
cumpleaños.
- Pues felicidades, pero mariconadas las justas. Los
funcionarios no estamos para ir por ahí haciendo felicitaciones, especialmente
los de Castilla La Mancha. Siéntese. ¿Nombre de pila?
- Steven Allan Spielberg.
(Aquí el funcionario
levantaría la cabeza y pronunciaría en alto su improperio de sorpresa
preferido, ya sea “¡hostia!”, “¡cáspita!” o “¡lefita!”)
- ¿Steven Spielberg? ¡Su nombre me suena muy
ligeramente! ¿No será usted el director de “La lista de Schindler”, “Salvar al
soldado Ryan”, “Tiburón”, “E.T.”, “Parque Jurásico” y “Fofita, una foquita la
mar de salada”?
- Bueno, de
“Fofita” no. ¡Ya me gustaría! Pero de las demás sí.
- Oiga, pues es todo un honor. ¿Y quiere usted
jubilarse, me dice?
- Sí, un poco. Es
que tengo 65 años, y esta última temporada ha sido muy ajetreada y estoy un
poco cansado.
- Bueno, pues vamos a calcularle su jubilación. Veamos…
Ah, es usted judío… Debí suponerlo por el apellido acabado en -berg. Todos los
apellidos que acaban en -berg son judíos, menos Carlsberg que es una cerveza.
¿Y le cortaron de niño el pellejito? Bueno, da igual. A lo que íbamos: ¿a qué
edad empezó usted a trabajar?
- Bueno, cuando era
niño hacía películas en 8 mm ,
y con 13 años me dieron un premio por una peliculilla de guerra, pero trabajar,
trabajar… lo que se dice trabajar… Creo que con 16 años hice una peliculilla
que sí que llego a exhibirse, pero sólo recaudó un dólar.
- Bueno, pero eso no cuenta. ¿O acaso lo declaró usted
a Hacienda? Bueno no importa. Qué feo es usted.
- Oiga…
- Perdone, es que a veces se me escapan juicios de
valor. Veamos, leo en su expediente (que acabo de sacar de la Wikipedia) que
fue usted boy scout. Pero eso es una mierda, hombre. Bueno, nadie es perfecto.
Entonces, ¿cómo primer trabajo remunerado cuál ponernos?
- Pues mire, en
1967 o por ahí entré en los estudios Universal en el departamento de edición.
Me pagaban muy poco, pero ya me pagaban. Y era listísimo, no vea usted cómo
destacaba. Mire, en 1968
hice un corto que llamé Amblin, que más tarde fue el nombre de
mi productora, usted habrá visto el nombre al principio de mis películas,
cuando la bici de E.T. sale volando y su silueta se recorta contra la luna.
También sale en los títulos de crédito finales…
- Yo no veo títulos de crédito: soy funcionario y los
funcionarios somos unos vagos, lo ha dicho Esperanza Aguirre. A ver: aquí pone
que es usted director, pero veo en su expediente muchas películas que no son
suyas, ¿no?: Poltergeist,
Transformers, Los Picapiedra, Men in Black, La Máscara del Zorro… Yo creo que todas esas son
de Garci…
- No, de Garci no
son. Pero mías tampoco: es que yo además de director soy productor. Por
ejemplo: American Beauty,
Gladiator, Náufrago, Shrek, Kung Fu Panda… Esas también son
mías. Es que aparte de Amblin tengo una productora que se llama Dreamworks. ¿A que es
para mearse?
- Uf, yo no sé si con tantos negocios le voy a poder
calcular una pensión normal… Qué barbaridad, qué de movimientos habrá en su
cuenta corriente, parece usted Urdangarín. ¿Tiene algún bien que deba incluir
también en el cálculo de su fortuna, no sé, algún objeto de valor, algún
trofeo, juguetes sexuales caros…?
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Steven Spielberg con uno de sus bastantes premios. |
- No sé… bueno,
tengo tres Oscars, dos por “La
lista de Schindler” y uno por “Salvar al soldado Ryan”.
- Hombre, ya tendrá usted más, no sé, por E.T. o por Indiana Jones…
- Qué va, por esas
estuve nominado, pero Oscars sólo tengo esos tres.
- Claro, no querrá usted que le dieran un Oscar por la
última de Indiana Jones, porque anda que ya le vale. ¿Y me decía usted que ha
estado en activo el último año?
- Bueno sí, he
hecho la de Tintín y una que se llama “Caballo
de batalla” que se estrena en breve. Me la han nominado al
Globo de Oro y dicen que la van a nominar al Oscar. ¿A que soy bueno?
- Sí, sí… si yo no digo que no… pero a ver, aquí leo
que según la revista Forbes su fortuna supera los tres mil millones de dólares,
y que el año pasado ingresó usted 80 millones…
- Bueno, igual sí,
millón arriba, millón abajo.
- Hombre, pues yo no sé si le puedo a usted conceder la
jubilación…
- Ya me lo temía.
Por lo de la pasta, ¿no?
- No señor. Usted gane la pasta que quiera y que pueda.
Porque es usted un puto genio. Y los genios no se jubilan. Los genios están
obligados a entretenernos a los seres vulgares. Váyase de aquí, Señor
Spielberg. Siga
haciendo películas. Y siga usted haciéndonos soñar. Y nunca, nunca se jubile.
Y Spielberg salió de la
oficina de la seguridad social, cogió su bicicleta y salió volando, y su
silueta se recortó contra la luna.