domingo, 14 de noviembre de 2010

Huérfanos de Berlanga

Te enteras de que se ha muerto Berlanga y de repente te das cuenta de que piensas que hay gente que nunca se va a morir. Pero eso es absurdo, y al final todos nos morimos, pero yo creía que Berlanga nunca se iba a morir, y no sólo porque llevara toda la vida allí, y no sólo porque Bienvenido Míster Marshall se rodara antes de que yo naciera, sino porque se rodó hace 57 años, y el señor que la hizo siempre seguía vivo, y por eso creía que no se podía morir.
A lo mejor también porque uno piensa que el coautor (con Juan Antonio Bardem) de la frase inmortal “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”, tenía que ser inmortal. O porque con esa frase y con ese discurso de Pepe Isbert, Berlanga estaba eludiendo una vez más a esa censura a la que le preocupaban siempre las mismas cosas, pero se le escapaban tan evidentes parodias al Generalísimo. Como esa vez que no le dejaron rodar un plano de la Gran Vía porque “siendo una película de Berlanga, seguro que saca a cinco curas saliendo del Pasapoga”.
Bienvenido Míster Marsahll.
Bienvenido Mister Marshall, Los jueves, milagro o Calabuch son tres de las grandes películas del cine español (aunque Berlanga decía de Calabuch no había quien la aguantara de lo ñoña que se había quedado). Pero el mejor Berlanga llegaría años después, cuando la bendición divina lo emparejó con ese otro genio desaparecido llamado Rafael Azcona, el mejor guionista de nuestra historia. Y de repente Azcona escribe y Berlanga dirige Plácido y El verdugo. Y yo no sé si existen mejores películas en nuestro cine, porque no sé cómo se mide eso. Si se pudiera medir, imagino que la respuesta sería que no, que no hay películas mejores que estas dos.
Y luego se sacó de la manga esa trilogía de la familia Leguineche, esas películas llamadas La escopeta nacional, Patrimonio Nacional  y Nacional III, con ese Luis Escobar que no sabíamos si era un actor gracioso o un señor graciosísimo que hacía de actor. Y cómo no iba a ser inmortal un tío que se inventaba y dirigía todo eso…
Siempre me pasa cuando muere alguien: me dan ganas de decir sólo cosas buenas de él, como recordar el rato que pasé en el cine viendo La vaquilla, la ternura que me daba esa patética Guerra Civil que planteaba Berlanga y que hubiera prohibido Franco, la risa que me daba ese marqués medio impedido que hacía Marsillach. Pero tampoco puedo negar que Todos a la cárcel o París – Tombuctú, sus últimas películas, me parecieron una especie de ocaso de Berlanga. Por eso sonará contradictorio el hecho de que me pareciera justísimo el Goya a la mejor película que le dieron a Todos a la cárcel en la primera gala de los Goya a la que me tocó ir. Porque el cine español no estaba premiando a Todos a la cárcel. Estaba premiando a El verdugo, Bienvenido Míster Marshall, Plácido, Vivan los novios, Calabuch, Nacional III… el cine español no sabía, y eso que aún estábamos en 1993, si Berlanga iba a poder optar a algún Goya más. Aunque todos pensaran que era inmortal.
Todos a la cárcel.
Quien quiera saber más cosas sobre Berlanga debería leer “Bienvenido, Míster Cagada”, de Jess Franco, una biografía sobre el maestro escrita por otro maestro y sobre todo por un amigo. Cuando Berlanga terminaba de rodar un plano y decía “corten” y lo daba por bueno, solía añadir: “Qué cagada”. Por eso Jess Franco le llamaba “Míster Cagada”.

Decía Berlanga que morir no le daba miedo, pero que le cabreaba muchísimo. No creo que Berlanga esté en el cielo, ni falta que le hace. No sé si podemos ir al cielo los que no necesitamos que haya cielo, pero Berlanga, allá donde haya ido, habrá partido sin miedo y cabreado. Y a nosotros nos habrá dejado huérfanos, con una herencia en forma de sonrisa cada vez que le recordemos.
Y habrá dicho: “Qué cagada”.