Hoy pasan dos cosas muy
importantes. Una de ellas es que se estrena en televisión la tercera temporada
de Los Tudor.
Los Tudor es
una serie histórica que se debería llamar “Enrique
VIII” pero que se llama “Los
Tudor”, y yo no soy nadie para cambiar el título de nada, ni
siquiera el de este blog, fijaos:
“De
repente quiero que mi blog se llame Las interesantísimas cosillas que nos cuenta
el maravilloso y bien dotado José María Clemente”.
Ahora mirad la cabecera del blog. ¿Veis? Se sigue llamando “Elegí un mal día para dejar de fumar”. No tengo ningún poder.
Ahora mirad la cabecera del blog. ¿Veis? Se sigue llamando “Elegí un mal día para dejar de fumar”. No tengo ningún poder.
El caso es que Los Tudor es una serie
que emite CANAL+ y que me ha ido enganchando in crescendo temporada tras
temporada. Teóricamente, ya la deberíamos haber visto también en una televisión
que no fuera de pago, porque hace tiempo que TVE tiene comprados los derechos
de emisión en abierto, pero chico, no sé qué les pasa que no acaban de
decidirse a emitirla. Estarán esperando a no tener anuncios, o algo. (Si
queréis saber más cosas sobre la serie, no os perdáis el magnífico site que se
ha currado el maestro Enrique
Muñoz de Luna, de plus.es).
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Los protagonistas de la tercera temporada de Los Tudor. |
Para el estreno de la tercera
temporada, el canal en el que trabajo nos encargó a Cristina Teva y a mí el
guión y la conducción de un programa especial al que llamamos “Los Tudor, rodarán cabezas”.
El documentalillo en cuestión nos quedó chupilerendi, porque también contábamos
con Quique Garrido,
Antonio González,
Ruth Mediodía, Jacinto Antón, Martin Scorsese,
Fofito… (bueno, algunos de estos colaboradores me los he
inventado). El caso es que para grabar el programa hicimos un viaje a Londres,
otro a Dublín y
un tercero a La Granja de San Ildefonso. Los dos primeros fueron productivos y
surrealistas, ya os los conté en este blog. Y el de La Granja os parecerá mucho
menos glamouroso, pero fue el único que acabó con los espectaculares judiones
de Casa Zaca, así que mereció
mucho más la pena que el de Londres, donde sólo saben comer sandwiches de
pepino y té.
Os hablé de algunas cosas,
pero no lo suficiente de Jonathan
Rhys Meyers, el guapísimo Enrique
VIII, el asesino de Match
Point, el ganador de un Globo de Oro por la miniserie Elvis... Yo había oído muchas
cosas sobre él: que no era un tipo fácil, que el rodaje de Los Tudor se llegó a
paralizar por sus problemas con el alcohol (ojo, esto que acabo de decir es un
rumor infundado, no una noticia, o sea “oí que alguien dijo eso”, pero no me
consta que el rodaje se haya detenido nunca por eso), que no le gusta conceder
entrevistas… Pero no había oído contar que es un fanático del método. Pero un
fanático fanático. Y los fanáticos fanáticos son un coñazo. Por ejemplo: si te
gusta Leticia Sabater,
allá tú. Pero si eres un fanático fanático de Leticia Sabater, vistes como ella, sigues
diciendo “a mediodía, alegría”,
llevas una gorra del revés y te pones una camiseta que dice “Qué delicia, qué delicia, son las peras
de Leticia”, pues entonces eres un coñazo.
En Dublín, Jonathan Rhys Meyers
accedió a tener un encuentro con unos ocho periodistas internacionales. Como en
los chistes, había un inglés, un francés, un alemán, un español… Bueno, 3
españoles, porque estábamos Cristina
Teva, yo y Laura,
una chica muy maja de la revista Pantalla.
Y entonces entra en la sala de
prensa Jonathan Rhys Meyers,
cojeando. Como está rodando la cuarta temporada, viene vestido de Enrique VIII y caracterizado
un poco más de viejuno. Tiene los ojos rojos, no me preguntéis por qué. Mira la
butaca que le han reservado. No le mola. La aparta de un empujón y coge una
silla. Se sienta y lanza con desprecio su paquete sobre la mesa. El de tabaco,
digo. No nos ha saludado, ni en general ni por supuesto individualmente. Sin
mirarnos, adopta una postura con la que parece querer decir que espera la
primera pregunta.
La hace la alemana, que era
una sosa pizpireta. Y le dice en inglés: “Estás
rodando la última temporada de Los Tudor. ¿Vas a echar de menos el personaje de
Enrique VIII?”
Y Jonathan responde: “Sí”.
Ya está. No añade nada más.
La alemana sosa añade turbada
y cada vez más turbada: “Estooooo,
¿podrías decir por qué?”
Y Jonnathan: “Porque llevo cuatro años haciéndolo”.
Ya está.
Pero lo que más nos llama la
atención a los 6 estupendos periodistas internacionales, y también a Cristina y
a mí, no es la bordería con la que ha contestado Johnny (una señora de prensa muy simpática y
generosa en su pesito decía que Jonathan
era adorable y le llamaba Johnny).
Lo que nos deja perplejos es la ronquísima voz con la que ha respondido. Si
anduviera por ahí la protagonista de True
Blood que escucha los pensamientos, habría oído frases como “está
borracho”, “pues va a ser
verdad el rumor”, “vaya resaca trae éste”, “baila chiki-chiki, baila
chiki-chiki” (la última mente sería la mía).
Creo que fue el periodista
inglés, que a mi me resultaba un poquito pesadísimo, el que se atrevió a
preguntarle: “¿Qué te pasa en la
voz?”
“Mi voz es así, tío”, responde Jonathan.
“Mi voz es así, tío”, responde Jonathan.
No recuerdo cuál fue la
siguiente pregunta, pero también la hizo una mujer y también la respondió con
una educación más deplorable que la de Belén
Esteban. Entonces nos dimos cuenta: no estábamos hablando con Jonnny. Hablábamos con Enrique VIII. Por eso tenía
la voz ronca, cojeaba, era déspota, maleducado y trataba peor a las mujeres. Lo
de los ojos rojos ya no sé explicarlo.
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Jonathan Rhys Meyers con Annabelle Wallis, uno de los pocos motivos por los que entiendo que no quiera salirse nunca del papel de Enrique VIII. |
Una vez descubierta la
genialidad, nos reveló que ése es su método de actuación. El puto método (del que ya hablamos en
un post). Que digo yo que entonces cuando Johnny rodó la miniserie sobre Elvis se colgaría con una
ventosa de los parabrisas de los coches y movería la pelvis con denuedo. Dicho
esto, nos puso un momento su voz normal para que viéramos que la voz de Sabina le sale porque
quiere, a ver qué nos íbamos a creer. Y cojeaba porque si no lo hace se le va
el personaje de la cabeza. Como diría Laurence
Olivier, “¿y
por qué no lo interpretas?”. Y para rematar la simbiosis con el
papel, nos contó que durante el rodaje vive en una tienda de campaña en los
jardines próximos a los estudios de grabación (habría que ver la tienda de
campaña, me la imagino más confortable que mi pisico del centro de Madrid).
No sé, lo del método puede
tener su gracia, pero ahí había periodistas que habían venido desde otros
países para hablar con el actor, no con Enrique
VIII como si esto fuera una güija. Cuando acabó el encuentro, la
señora de prensa que le llamaba Johnny,
me comentó como enamorada (de él, no de mí): “¿no
te parece mucho más interesante que Jhonny conceda la entrevista así?” “A mí
sí, porque tengo un blog chorra y esto me da más juego. Pero no sé qué imagen
transmitirán de Jonathan
Rhys Meyers
estos señores tan serios que trabajan en revistas internacionales de
televisión”. La dejé un poco pensativa, a la pobre.
Durante esa estancia en
Dublín, también conocimos, y Cristina entrevistó, a Annabelle Wallis (la
reina Jane Seymour,
guapísima y simpatiquísima), Joss
Stone (la reina Ana
de Cleves, guapísima y simpatiquísima), Henry Cavill (el Duque de Suffolk, guapísimo y
simpatiquísimo), el creador de la serie Michael
Hirst (encantador, ya le conocimos en Londres)… No, si el único
raro, raro fue su majestad Johnny
VIII.
Ah, casi se me olvida hablar
de la otra cosa importante que pasaba hoy… y ya no me queda espacio para
contarla, así que sencillamente ¡felicidades!