lunes, 7 de diciembre de 2009

Jonathan Rhys Meyers, Los Tudor y el método como paranoia

Hoy pasan dos cosas muy importantes. Una de ellas es que se estrena en televisión la tercera temporada de Los Tudor. Los Tudor es una serie histórica que se debería llamar “Enrique VIII” pero que se llama “Los Tudor”, y yo no soy nadie para cambiar el título de nada, ni siquiera el de este blog, fijaos:
“De repente quiero que mi blog se llame Las interesantísimas cosillas que nos cuenta el maravilloso y bien dotado José María Clemente”.
Ahora mirad la cabecera del blog. ¿Veis? Se sigue llamando “Elegí un mal día para dejar de fumar”. No tengo ningún poder.
El caso es que Los Tudor es una serie que emite CANAL+ y que me ha ido enganchando in crescendo temporada tras temporada. Teóricamente, ya la deberíamos haber visto también en una televisión que no fuera de pago, porque hace tiempo que TVE tiene comprados los derechos de emisión en abierto, pero chico, no sé qué les pasa que no acaban de decidirse a emitirla. Estarán esperando a no tener anuncios, o algo. (Si queréis saber más cosas sobre la serie, no os perdáis el magnífico site que se ha currado el maestro Enrique Muñoz de Luna, de plus.es).
Los protagonistas de la tercera temporada de Los Tudor.
Para el estreno de la tercera temporada, el canal en el que trabajo nos encargó a Cristina Teva y a mí el guión y la conducción de un programa especial al que llamamos “Los Tudor, rodarán cabezas”. El documentalillo en cuestión nos quedó chupilerendi, porque también contábamos con Quique Garrido, Antonio González, Ruth Mediodía, Jacinto Antón, Martin Scorsese, Fofito… (bueno, algunos de estos colaboradores me los he inventado). El caso es que para grabar el programa hicimos un viaje a Londres, otro a Dublín y un tercero a La Granja de San Ildefonso. Los dos primeros fueron productivos y surrealistas, ya os los conté en este blog. Y el de La Granja os parecerá mucho menos glamouroso, pero fue el único que acabó con los espectaculares judiones de Casa Zaca, así que mereció mucho más la pena que el de Londres, donde sólo saben comer sandwiches de pepino y té.
Os hablé de algunas cosas, pero no lo suficiente de Jonathan Rhys Meyers, el guapísimo Enrique VIII, el asesino de Match Point, el ganador de un Globo de Oro por la miniserie Elvis... Yo había oído muchas cosas sobre él: que no era un tipo fácil, que el rodaje de Los Tudor se llegó a paralizar por sus problemas con el alcohol (ojo, esto que acabo de decir es un rumor infundado, no una noticia, o sea “oí que alguien dijo eso”, pero no me consta que el rodaje se haya detenido nunca por eso), que no le gusta conceder entrevistas… Pero no había oído contar que es un fanático del método. Pero un fanático fanático. Y los fanáticos fanáticos son un coñazo. Por ejemplo: si te gusta Leticia Sabater, allá tú. Pero si eres un fanático fanático de Leticia Sabater, vistes como ella, sigues diciendo “a mediodía, alegría”, llevas una gorra del revés y te pones una camiseta que dice “Qué delicia, qué delicia, son las peras de Leticia”, pues entonces eres un coñazo.
En Dublín, Jonathan Rhys Meyers accedió a tener un encuentro con unos ocho periodistas internacionales. Como en los chistes, había un inglés, un francés, un alemán, un español… Bueno, 3 españoles, porque estábamos Cristina Teva, yo y Laura, una chica muy maja de la revista Pantalla.
Cristina Teva y yo en los almacenes de atrezzo de "Los Tudor". Como últimamente salgo en muchas fotos, he retocado mi careto. En caso de que Cristina se quejara o quejase, también cambiaría el suyo por el de Ana Torroja, por ejemplo.
Y entonces entra en la sala de prensa Jonathan Rhys Meyers, cojeando. Como está rodando la cuarta temporada, viene vestido de Enrique VIII y caracterizado un poco más de viejuno. Tiene los ojos rojos, no me preguntéis por qué. Mira la butaca que le han reservado. No le mola. La aparta de un empujón y coge una silla. Se sienta y lanza con desprecio su paquete sobre la mesa. El de tabaco, digo. No nos ha saludado, ni en general ni por supuesto individualmente. Sin mirarnos, adopta una postura con la que parece querer decir que espera la primera pregunta.
La hace la alemana, que era una sosa pizpireta. Y le dice en inglés: “Estás rodando la última temporada de Los Tudor. ¿Vas a echar de menos el personaje de Enrique VIII?”
Y Jonathan responde: “Sí”.
Ya está. No añade nada más.
La alemana sosa añade turbada y cada vez más turbada: “Estooooo, ¿podrías decir por qué?”
Y Jonnathan: “Porque llevo cuatro años haciéndolo”.
Ya está.
Pero lo que más nos llama la atención a los 6 estupendos periodistas internacionales, y también a Cristina y a mí, no es la bordería con la que ha contestado Johnny (una señora de prensa muy simpática y generosa en su pesito decía que Jonathan era adorable y le llamaba Johnny). Lo que nos deja perplejos es la ronquísima voz con la que ha respondido. Si anduviera por ahí la protagonista de True Blood que escucha los pensamientos, habría oído frases como “está borracho”, “pues va a ser verdad el rumor”, “vaya resaca trae éste”, “baila chiki-chiki, baila chiki-chiki” (la última mente sería la mía).
Creo que fue el periodista inglés, que a mi me resultaba un poquito pesadísimo, el que se atrevió a preguntarle: “¿Qué te pasa en la voz?”
“Mi voz es así, tío”,
responde Jonathan.
No recuerdo cuál fue la siguiente pregunta, pero también la hizo una mujer y también la respondió con una educación más deplorable que la de Belén Esteban. Entonces nos dimos cuenta: no estábamos hablando con Jonnny. Hablábamos con Enrique VIII. Por eso tenía la voz ronca, cojeaba, era déspota, maleducado y trataba peor a las mujeres. Lo de los ojos rojos ya no sé explicarlo.
Jonathan Rhys Meyers con Annabelle Wallis, uno de los pocos motivos por los que entiendo que no quiera salirse nunca del papel de Enrique VIII.
Una vez descubierta la genialidad, nos reveló que ése es su método de actuación. El puto método (del que ya hablamos en un post). Que digo yo que entonces cuando Johnny rodó la miniserie sobre Elvis se colgaría con una ventosa de los parabrisas de los coches y movería la pelvis con denuedo. Dicho esto, nos puso un momento su voz normal para que viéramos que la voz de Sabina le sale porque quiere, a ver qué nos íbamos a creer. Y cojeaba porque si no lo hace se le va el personaje de la cabeza. Como diría Laurence Olivier, “¿y por qué no lo interpretas?”. Y para rematar la simbiosis con el papel, nos contó que durante el rodaje vive en una tienda de campaña en los jardines próximos a los estudios de grabación (habría que ver la tienda de campaña, me la imagino más confortable que mi pisico del centro de Madrid).
No sé, lo del método puede tener su gracia, pero ahí había periodistas que habían venido desde otros países para hablar con el actor, no con Enrique VIII como si esto fuera una güija. Cuando acabó el encuentro, la señora de prensa que le llamaba Johnny, me comentó como enamorada (de él, no de mí): “¿no te parece mucho más interesante que Jhonny conceda la entrevista así?” “A mí sí, porque tengo un blog chorra y esto me da más juego. Pero no sé qué imagen transmitirán de Jonathan Rhys Meyers estos señores tan serios que trabajan en revistas internacionales de televisión”. La dejé un poco pensativa, a la pobre.
Durante esa estancia en Dublín, también conocimos, y Cristina entrevistó, a Annabelle Wallis (la reina Jane Seymour, guapísima y simpatiquísima), Joss Stone (la reina Ana de Cleves, guapísima y simpatiquísima), Henry Cavill (el Duque de Suffolk, guapísimo y simpatiquísimo), el creador de la serie Michael Hirst (encantador, ya le conocimos en Londres)… No, si el único raro, raro fue su majestad Johnny VIII.

Ah, casi se me olvida hablar de la otra cosa importante que pasaba hoy… y ya no me queda espacio para contarla, así que sencillamente ¡felicidades!