martes, 17 de agosto de 2010

Sicilia Paradiso

Martes, 17 Agosto 2010

Los que me conocéis un poco sabéis que lo que más me gusta en este mundo es viajar, conocer otros pueblos, otras culturas, tratar con sus habitantes, mezclarme con sus gentes, sus costumbres, empaparme de sus tradiciones.
Y los que me conocéis de verdad sabéis que esto es mentira.
Pero vamos, que de vez en cuando me escapo por ahí a hacer un viajecito cuando me dan unas vacaciones y todo eso.
Lo que sí que habréis notado, tanto los que me conocéis bien como los que no, es que desde que empecé con este blog he vivido sumido en una confusión que me impide dirimir si mi tarea es hablar de cine y televisión o redactar un diario íntimo. Así que ahora mismo, tras unas semanas de asueto, me veo en una encrucijada horrorosa: mi cuerpo me pide contaros mis vacaciones y colgar mis fotos en bañador tipo Meyba, pero mi mente me empuja a retomar el blog hablando de cine, que es lo suyo. Y ahora que lo pienso, no sé si es mi mente la que quiere colgar las fotos y mi cuerpo hablar de cine. Bueno, no importa.
El caso es que al final he decidido tirar por la calle de en medio, que es Fuencarral, y recomendaros tres películas (ya clásicas) para desempolvar y ver en DVD durante lo que queda de veranito. El truco está en que de todas ellas me he acordado durante estas vacaciones porque he visitado los lugares en los que se rodaron.
Para empezar: ¿dónde he estado de vacaciones?
Pista: en Sicilia.
Mierda, qué malo soy dando pistas.
Película 1: Cinema Paradiso. Giuseppe Tornatore, 1988.
Seguro que la habéis visto, pero merece la pena repasar esta preciosidad que ha envejecido mucho mejor de lo que yo me esperaba, y que además es uno de los cantos de amor al cine más grandes que he visto en mi vida. Hay por ahí otro canto de amor al cine de Nacho Cano, pero no es lo mismo porque dice cosas como “las primeras escenas de aproximación / consiguen que te metas en la situación / y poco a poco se va desarrollando la acción (chimpón)”. La historia intuyo que la conocéis: un señor con canas que se llama Totó y que se supone que es director de cine (la película no lo cuenta) regresa a su pueblo de Sicilia cuando se entera de que ha muerto Alfredo. ¿Y quién es Alfredo? Pues Alfredo es Philippe Noiret. No hombre, que quién es Alfredo en la historia. Ah, pues es el proyeccionista del Cinema Paradiso, y el hombre que enseñó a Totó a manejar el proyector cuando era un niño, uno de esos niños (Salvatore Cascio, se llamaba) con una cara y una manera de actuar que te enamoran en la pantalla, fuera de la pantalla no os puede enamorar, que es delito, que os conozco y luego sois capaces de colgar en Internet fotos del niño en la bañera, que sois unos pederastas y unos hijos de perra (me comunican que me he crecido y que me he equivocado de personas, ustedes perdonen).
Junto a esas casitas que observo con distraída actitud (y estudiadísima pose, añado), Alfredo les proyectaba cine a los pescadores de Cefalù en verano.
Pues bien, como os decía, Cinema Paradiso es una declaración de amor al cine, a Jean Renoir, a Luchino Visconti, al Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Spencer Tracy, a Casablanca, a John Wayne, al otro Totó (el cómico que en Italia es un ídolo y en España nunca comprendimos del todo)… Y contiene un homenaje, supongo que intencionado, a la escena más bonita de Los 400 golpes, de Truffaut, ésa en la que unos niños más reales que la leche en bote ven entusiasmados una función de guiñol. Si alguna vez me preguntan cuál es mi secuencia favorita de la historia del cine, diría que es ésa.
Pedrito, un lector entregado: “¿Cuál es tu secuencia favorita de la historia del cine, audaz bloguista?”
Yo, con gesto superinteresante: “La de los niños viendo una función de guiñol en los 400 golpes, de Truffaut”.
¿Lo veis?
Antes de viajar a Sicilia, repasé Cinema Paradiso con mis dos esposas, Teresa y Susana. No las veía llorar así desde que se enteraron de que Ricky Martin era julandrón. Pero es que hay que tenerlos muy bien puestos para no llorar con Cinema Paradiso. Yo mismo, que los tengo puestos normal, resistí sin llorar casi hasta el final. Pero esa escena en la que el Totó mayor ve un montaje que le ha guardado Alfredo compuesto por los besos de celuloide que el cura y censor del pueblo les mandó cortar de las películas que proyectaban… ay, ese final… el que aguante ese final sin llorar es que no tiene alma. O simplemente que no le emociona la escena, que también puede ser, oye.
Uno de los pueblos en los que se rodó Cinema Paradiso se llama Cefalù. Doy fe de que Totó no ha vuelto por allí.
Película 2: Stromboli (Tierra de Dios). Roberto Rossellini, 1950.
Cuando ves películas como Stromboli comprendes que Rossellini era un genio del cine y que, pese a ello, lo más genial que hizo en su vida fue conquistar a Ingrid Bergman.
Stromboli es una película durísima. Una película en la que un matrimonio que no se quiere y que forman Ingrid Bergman y Alvaro Vitale tienen en la isla de Stromboli la única oportunidad de huír de un campo de refugiados. La cara de Ingrid Bergman la primera vez que ve la isla y el volcán que van a ser su nueva casa es toda una lección de interpretación. Que digo lección, es un curso entero. Ingrid cuenta con un solo gesto, sin un ápice de maquillaje o disfraz, muchas más cosas que la mayor parte de las interpretaciones completas que vemos hoy en día por ahí. Y no se equivoca con esa cara de duda, de miedo, de desesperanza: en Stromboli se van a encontrar con una sociedad áspera, machista, casi primitiva, que les rechazas desde un primer momento y que vive por y para el volcán, que les domina y condiciona. El volcán es el dios de esa tierra que reza el título.
Una foto de Stromboli y del Stromboli. Lo que hay por encima de él no es una nube, es el humo de su lava. Según un amigo mío, la lava es la espumisilla del mama, pero no hagáis mucho caso de esta absurda definición.
También os podría haber hablado de Pinocho, porque el titiritero cabrón que lo metía en una jaula se llamaba Señor Stromboli. Pero la referencia a Rossellini me ha parecido como más guay y más cinéfila, ¿no?
Stromboli es una isla preciosa. Ver desde el barco (al anochecer) cómo del interior del volcán salen unos pedrolos de fuego así de grandes acojona bastante. Bueno, es mentira, no acojona nada porque estás en un barco bien lejos. Lo que debe de acojonar es verlo en erupción (¿eruptando?) allí debajo.
Película 3: El Padrino 3, Francis Ford Coppola, 1990.
El País Semanal publicó hace unas semanas una lista de las cien mejores películas de la historia del cine según cien cineastas españoles. La primera era, de calle, El Padrino. Dicho esto, la primera y la segunda parte podrían competir en calidad. La tercera parece ser, unánimemente, la más floja. Aún así, tiene momentos absolutamente brillantes, de cuando Al Pacino todavía no tenía vicios y Andy García parecía que iba a marcar una época. Pero lo mejor de la tercera parte es el final, en las escaleras del Teatro Massimo de Palermo, tras asistir a una representación de la ópera Cavalleria Rusticana de Mascagni, cuando Michael Corleone salva su vida de milagro pero una de las balas que iban destinadas a él matan a su hija Mary, que no es otra que Sofia Coppola (hay quien opina que Sofia Coppola merecía este final por su interpretación, y hay quien lamenta que ese final no fuera real, porque nos habría ahorrado que películas como Maria Antonieta vieran la luz). La genialidad de esa escena está en el grito desgarrado de Al Pacino que no escuchamos, porque el tiroteo y el dolor están sustituidos por las notas de Pietro Mascagni. Coppola en estado puro.
El Teatro Massimo de Palermo decepciona un poco, porque no puedes pisar las escaleras y hacerte una foto en ellas haciendo el tonto porque están siendo utilizadas por las parejas de Palermo que se casan para hacerse fotos haciendo el tonto. Qué envidia.
Las escaleras del Teatro Massimo de Palermo. ¿Por qué los novios pueden hacerse fotos haciendo gansadas y yo no? Porca miseria.
Sicilia me ha hecho muchísimos más guiños cinéfilos, ha sido una cosa mala. Por ejemplo, en La Piazzeta, un restaurante de Lipari, podéis cenar en la misma mesa que otrora reservara Audrey Hepburn. En la ciudad de Messina podéis tomaros una Messina (una marca de cerveza) en un clarísimo homenaje a Giulietta Messina, la musa y mujer de Fellini, o en su defecto una Moretti (otra marca de cerveza) en honor a Nani. El personaje de Marcello Mastroiani en Divorcio a la italiana (me sopla Bea) se llama Ferdinando Cefalù… ¿No os parecen unos guiños evidentes, puestos ahí por el destino para que mi cinefilia disfrute? Ah, ¿no? Bueno, yo qué sé, yo es que tenía que sacar un post adelante, y no sé, he añadido estos últimos guiños, disculpadme.
He escrito este post escuchando de fondo la banda sonora de Cinema Paradiso, de Enio Morricone. Paradójicamente, la música es preciosa, no sé cómo ha podido salir esta entrada. También es cierto que una pequeña parte la he escrito viendo un partido del Bayern de Munich, perplejo porque en ese equipo juega un tío que se llama Sosa, otro que se llama Contento y un tercero que a mí me sonaba a Masturber, aunque luego lo he buscado en Google y resulta que se escribe Bastuber.

Yo no sé por qué os cuento estas cosas.