viernes, 21 de agosto de 2009

La vida sigue igual (por desgracia, la muerte también). Capítulo 2.

Os contaba el otro día, en un alarde de lo que es la incapacidad para desconectar cuando se está de vacaciones, algunas cosillas sobre la tele y el cine que había leído mientras viajaba allende los ríos (es que mares no he cruzado). Y os hablé de documentales, películas, informativos, programas religiosos…
Pero mi debilidad cuando estoy fuera de España es “Saber vivir”. Cómo ha cambiado desde que se fue Manuel Torreiglesias (al que ya dedicamos aquí un sentido homenaje). Ahora lo conduce el que era su mano derecha, el Señor Tomate. El Señor Tomate, al que yo llamo así cariñosamente, pero que en realidad se llama Luis Gutiérrez, me cae mil veces mejor que Torreiglesias, porque no destila su mala leche y porque parece que se lleva bien con todo su equipo. Y no es fácil, porque tiene un colaborador que se llama Vicente Ibáñez y que es lo más machista que he visto en la tele desde que se fue Torreiglesias. Por ejemplo, es capaz de contestarle a otra colaboradora con dudas sobre cómo sobre cómo ponerse los zuecos con esta perla: “usted, con lo guapa que es, puede ponerse los zuecos como quiera”.  O sea, que el buen o mal uso del calzado depende de la belleza. Ahora entiendo por qué me dan tanto calor las katiuskas en verano: porque me las pongo mal porque soy feo.
Saber vivir. La verdad es que tienen una web un poco cutre y no muy actualizada.
Pero hay más: el Señor Tomate le dice a una espectadora con dudas alimenticias: “El doctor Ibáñez le va a decir a usted lo que tiene que hacer”. Y el doctor Ibáñez le espeta: “Lo primero: hacer caso al marido”. Supongo que era una broma. Pero después de escuchar otros comentarios del personaje en cuestión y teniendo en cuenta el público al que va dirigido Saber vivir, a mí no me hizo ni puta gracia (me temo que yo no soy el perfil tipo del programa, sino más bien una especie de voyeur masoca).

Toque de humor del programa: una colaboradora redicha (que se llama Cristina, y que es la que se pone los zuecos mal pero no importa porque le pone cachondo al doctor Ibáñez) mantiene la siguiente conversación para ganarse a una niña con gafas a la que saca “voluntaria” del público: “Hola, ¿cómo te llamas?” / “María” / “Yo Cristina. ¿Conoces a alguna Cristina?” / “Sí” / “¿Y qué tal te llevas con ella?” / “Muy mal”. El Señor Tomate me leyó el pensamiento y le dijo: “¡¡Eso te pasa por preguntar!!”
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Y ahora pongámonos tristes. Todos los veranos me da la sensación de que durante las vacaciones se muere más gente que en invierno. Este verano ha muerto Mary Carrillo, que fue una de las actrices más grandes que ha habido en este país. Qué os voy a contar de ella, quién no la ha visto en El pisisto, Los santos inocentes o Fortunata y Jacinta… Tuve la suerte de verla en teatro, y me pareció más grande todavía. Aunque fuera la madre de las Hurtado, yo se lo perdono y todo.
También nos ha dejado Rafael Mendizábal, ya que hablamos de teatro. A Mendizábal le recuerdo especialmente porque escribió la peor obra que he visto en mi vida, ¡Viva el cuponazo!, pero le tengo cariño porque la vi con Enrique Catá y posteriormente nos hemos reído mucho recordándola, y también porque me dio la oportunidad de ver en el escenario a la enorme Rafaela Aparicio en su última interpretación, y también porque escribió otras cosas mucho mejores. Era como un autor de bestsellers del teatro español, pero sin necesidad de escribir para Juanito Navarro o Arturo Fernández.
Se fue Julián Lago. Julián Lago pasó al imaginario popular por La máquina de verdad y su frase “no me conteste ahora, hágalo después de la publicidad”, cuando la telebasura se estaba instalando en la televisión en España. Cuentan que luego se desencantó de esta moda y se retiró de la tele. Pero Julián Lago fue mucho más que eso. Con 30 años era redactor jefe en Interviú (mi primer trabajo fue en Interviú, pero ya no estaba Julián). Con pocos más dirigió Tiempo y Tribuna. A  mí siempre me han asombrado las personas que con 30 años dirigen semejantes monstruos, como Juan Luis Cebrián, que con 32 ya dirigía El País. Yo con 30 años sólo dirigía furtivas miradas a las becarias. Y con algunos más he dirigido programitas en televisión, pero siempre con equipos que, por necesidad, acostumbran a dirigirse solos.
Y me entristece la muerte de Valerio Lazarov. Entre otras cosas, porque fue el que trajo a España ese zoom con el que convivimos durante muchos años. Sin él, la historia de TVE no se entendería, ni los musicales, ni el Ballet Zoom… Y tampoco la historia de Telecinco: él coinventó la “Teleteta” y sin él no se entiende el nacimiento y el boom de las privadas. También produjo Hostal Royal Manzanares. ¿Y qué? Lo suyo no era la tele de calidad, sino la de entretenimiento. Y la hacía como nadie.
El Ballet Zoom. De puro kitsch, me parece hasta moderno.
Y también ha muerto Heinz Edelmann, el creador de los dibujos del Yellow submarine de Los Beatles y de Curro, la mascota de la Expo de Sevilla del 92. No voy yo ahora a decir que sabía quién era Heinz Edelmann. Muy a mi pesar, mi cultura pop dista mucho de ser absoluta, como las de Jordi Costa o Quique Muñoz de Luna. Lo que me ha llamado la atención es que los dibujos de Yellow Submarine y de Curro sean del mismo autor. No lo sabía. Si no es por el arco iris de la nariz de Curro, no les veo parentesco. A mi Curro me parecía una porra de mascota, pero igual me influyeron el puto el 92 y el Cobi de Mariscal, que me ha ido gustando más con los años, pero que en el 92 me parecía un aborto de perrillo, no sé si legal o ilegal, depende del supuesto. Curro me parecía otro aborto, pero provocado por el cruce de una gallina con una bandera gay.

Y para terminar: no tiene nada que ver con la tele y el cine, pero los últimos días de mis vacaciones los he pasado en Cantabria, maravillosa tierra. Soy absolutamente profano en el mundo de la repostería: sé que los sobaos y las quesadas son de allí, pero siempre me pierdo con los Miguelitos de la Roda de Bará, los Chopitos de Osorno, los Nicanores del Boñar y las Manolitas de la puta madre de San Cipriano. Por eso me sorprendió encontrar dos cajas de dulces de la tierra de cuya existencia yo no tenía noticia, y que por supuesto compré:
1. Chochitos ricos.
2. Cojones del Anticristo.

En el dorso de la caja de “Chochitos ricos” hay escrito un poema precioso. Os dejo con él. Mi saludo y todos mis respetos al inventor del nombre y del verso. Gracias a él me he estado descojonando la última semana (con Luis, y Olga, y José Luis, y Mayte, y Susana, y Andrei y Luigi e Iván, a los que tengo que agradecer los maravillosos últimos días de vacaciones que he pasado en San Vicente).
“Chochitos ricos”. Jajajajajaja… Pero a quién se le ocurre…